Demagogia
Nada puede ser más grave, más importante, más urgente que el sufrimiento de mis semejantes
Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, pidió que no se hiciera demagogia a propósito de Bankia. Me parece una petición loable, porque la demagogia siempre es peligrosa. Tanto, que conviene analizar con mucho cuidado el contexto en el que se invoca. Hay palabras afiladas, que cortan como cuchillos.
Al hacer esa petición, Alonso no se dirigía al Gobierno. Ni siquiera, creo yo, a la oposición. Hablaba sobre todo para la ciudadanía, para esa opinión que, a este paso, dentro de poco será el único término al que pueda aplicarse el adjetivo “pública” en este país. Nos estaba pidiendo que no relacionáramos la crisis de Bankia con esos jubilados que van a tener que pagarse la ambulancia para ir al hospital, con esos bebés a quienes sus padres sólo podrán vacunar si pueden pagarles la triple vírica, con esos enfermos de sida que ven peligrar su tratamiento, con esos niños que no pueden ir a clase porque las limpiadoras de su colegio no cobran desde hace cinco meses, con esos jóvenes que ni siquiera podrán llegar a ser universitarios en paro porque tendrán que abandonar la carrera antes de terminarla. Nos estaba pidiendo que no relacionáramos el país donde vivimos con los miles de millones procedentes de nuestros impuestos que le va a costar al Estado salvar a un banco privado. Nos estaba pidiendo que renegáramos de nuestros ojos, de nuestros oídos, de nuestra razón y nuestro corazón. Y nadie, nunca, debería atreverse a pedirnos tanto.
Escribo estas palabras y soy consciente de que cualquier auditor de Bankia podría alegar al leerlas que soy una ignorante que no sabe lo que dice, pero sigo escribiendo. Porque una cosa sé con certeza, y es que nada puede ser más grave, más importante, más urgente que el sufrimiento de mis semejantes, la pavorosa realidad que basta para redefinir, por sí sola, el término “demagogia”.
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