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Estudio Bachillerato porque no me llega la nota para entrar en la FP

La Formación Profesional vive un auge que empuja las notas de acceso al alza. Los chavales que acaban la ESO compiten por las plazas de los ciclos formativos con un creciente número de adultos

Estudiante Bachillerato
Raúl Martínez, estudiante de primero de Bachillerato, el viernes en el instituto público Leonardo da Vinci de Albacete.Rubén Serrallé
Ignacio Zafra

Al acabar la ESO, el plan de Francisco González era hacer una FP. “Quería hacer el grado medio de informática. Pero no me llegó la nota y me tuve que ir a Bachiller de rebote. De momento voy tirando, a ver si se puede”, dice. González, que tiene 17 años y vive en Albacete, no está muy motivado. “Si hay que hacerlo para poder tener trabajo, pues hay que hacerlo. Pero motivado como tal… un poco. Estaría más motivado si estuviera haciendo el grado de informática, que es lo que me interesa”. Lo mismo le ocurrió a Raúl Martínez, de 19 años, que repite primero de Bachillerato en la misma ciudad tras no conseguir entrar con su 5,5 de nota media en la ESO ni en un ciclo de informática ni en otro de marketing. “Este año voy mejor. El año pasado iba al Bachillerato de Sociales y ahora voy al de Humanidades, que parece que se complica un poco menos”, comenta.

Casos como el de González, hijo de una conserje de instituto y un técnico de mantenimiento de parques eólicos, y el de Martínez, hijo de una carnicera y un soldador, se repiten por la geografía española, coinciden en señalar una docena de directores, docentes y orientadores de centros educativos. Chavales convencidos de que su camino pasa por hacer una formación profesional se ven abocados al itinerario académico por falta de plazas. “Antes no pasaba, hemos empezado a verlo en estos últimos cuatro o cinco años”, asegura José Eduardo Navarro, director del instituto público Hermanos Machado, en Dos Hermanas, Sevilla. “Y aunque hay excepciones, normalmente son alumnos que están muy desmotivados y acaban abandonando. El éxito es muy bajo”. El problema tiene una clara connotación de clase, ya que afecta especialmente a chavales cuyas familias no pueden o tienen difícil recurrir a la industria privada de la Formación Profesional.

La FP de grado medio, a la que se puede acceder a partir de los 16, al término de la ESO, le gana terreno cada año al Bachillerato como opción de estudios postobligatorios. En el último decenio, el Bachillerato ha pasado de tener un 52% más de alumnos que el grado medio de FP a solo un 36%. Y la previsión del Ministerio de Educación es que la distancia siga reduciéndose. Pero a pesar de que el Gobierno ha impulsado en los últimos años la etapa ―destinando 748 millones de euros a la creación de 331.601 plazas desde el año 2020―, la oferta pública está lejos de absorber toda la demanda.

“Cada vez vemos más alumnos que acaban en Bachillerato porque no les han cogido en FP. La Formación Profesional está en auge. Los chavales ven que en dos años salen con un título que les permite trabajar. El Bachillerato les faculta para ir a la universidad o hacer un grado superior de FP, pero no es un título con el que puedan ejercer una profesión”, dice Ana Prades, orientadora del instituto público Bovalar de Castellón. “Y además, la FP es más práctica, aprenden haciendo, y también les permite en un momento dado acabar yendo a la universidad”. El aumento de la demanda empuja al alza las notas de corte. Y el expediente de muchos estudiantes —calculado con la media de calificaciones de los cuatro cursos de la ESO— no les permite entrar. “En familias profesionales como las de informática y sanidad, la nota de corte se ha disparado. Los últimos que entraron en ellas en Castellón el año pasado lo hicieron con un siete. O sea, con un notable”, añade Prades. En muchas otras ciudades existen umbrales parecidos. “Hasta hace unos años, pocos grados de FP tenían nota de corte, y ahora son la mayoría. En nuestro centro, Auxiliar de Enfermería y Farmacia están alrededor del 7. Y en los grados superiores son todavía más altos”, explica Ana Roel, directora del instituto público Leixa, en Ferrol, A Coruña.

Los chavales que acaban la ESO con calificaciones justas, o no muy altas, y tienen interés por estudiar determinados grados de FP compiten de un tiempo a esta parte, explican varios de los entrevistados, con compañeros con buenos expedientes que en otra época se habrían decantado por el Bachillerato, y ahora prefieren la FP. Y no solo con ellos. La Formación Profesional atrae cada vez a más adultos: en los ciclos formativos hay ya 293.002 estudiantes mayores de 24 años, y, de ellos, 96.280 están en grados medios.

Es el caso de la alumna gallega Zeltia Allegue, de 44 años, que acabó hace poco Auxiliar de Enfermería. En su día estudió la EGB, y luego un ciclo de peluquería. “Trabajé de eso y en hostelería, que era a lo que se dedicaban mis padres, hasta que tuve a mis hijas. Pero cuando quise volver al mercado laboral era como que ya no valía lo que tenía. Y entonces decidí formarme otra vez para conseguir un trabajo digno”, explica. Allegue tuvo que hacer primero la ESO para adultos, la ESA. La aprobó con un 9,33 sobre 10. Una marca casi imbatible a la hora de entrar a casi cualquier ciclo formativo. Eligió un ciclo con una alta inserción laboral —terminó en diciembre y antes de acabar el año le habían llamado para trabajar—. Y su plan es empezar en septiembre, en A Coruña, otro grado sanitario, el superior de Imagen para Diagnóstico.

Expertos y organismos internacionales apuntan a la Formación Profesional como la mejor apuesta que puede hacer España para elevar su nivel formativo y reducir el abandono escolar temprano. Pero el crecimiento de las notas de corte está afectando sobre todo a los chavales con mayor riesgo de abandonar. “Desde los centros les damos una orientación académica para que vayan a Formación Profesional, y después no consiguen entrar”, lamenta Cristina Peris, directora del instituto público de Albal, en Valencia. “En nuestro instituto”, asegura, “prácticamente el 50% del alumnado del Bachillerato de Ciencias Sociales son estudiantes que no han podido entrar al ciclo formativo que querían. El número de abandonos de primero a segundo de Bachillerato va a ser un problema”.

La lenta o insuficiente respuesta de las comunidades autónomas ―la Generalitat valenciana ha reducido, por ejemplo, de 109 millones a 55 su presupuesto de FP― está alimentando la desigualdad educativa, advierte Antoni Salvà, director del instituto público de Binissalem, en Mallorca. “Quienes pueden pagarlo, se van a la privada. Entramos en una selección muy triste por clase social”. En 10 años, los alumnos de grado medio en centros privados han crecido un 81,4%, mientras los de la pública lo han hecho solo un 16% (pese a lo cual estos últimos siguen siendo más del doble: 296.206 frente a 140.232).

Jesús Carrión (hijo de un autónomo del sector de la construcción y un ama de casa), de 19 años, y William Armillas (cuya madre era encargada en una lavandería industrial y, por un problema en la vista, cobra ahora una pensión; y cuyo padre, fallecido, era camionero), de 17, querían hacer una FP deportiva de grado medio, el primero en Sevilla y el segundo en Castellón. Pero a ninguno le llegó la nota y están matriculados en el Bachillerato de Ciencias Sociales y el de Humanidades, respectivamente. A diferencia de la FP, en Bachillerato siempre hay plazas, afirma la socióloga de la Universidad Autónoma de Barcelona Aina Tarabini. “Es el itinerario definido por defecto. La mayoría de centros de ESO dan también Bachillerato. Y para la planificación educativa, la lógica del currículo y de contratación del profesorado, son el mismo cuerpo”. También es más barato, añade Toni Solano, director del instituto público Bovalar de Castellón: “Metes 35 o 40 alumnos en una clase y tienes casi cero gastos. Básicamente, con los mismos profes de la ESO tienes para el Bachillerato, mientras que una FP requiere instalaciones, tiene ratios más bajas…”.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.
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