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EL DEBATE EDUCATIVO
Tribuna
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La ‘coalición de la instrucción’ en educación y los mitos que la sostienen

“Un nuevo matrimonio de intereses, basado en la idea de que la escuela está solo para transmitir conocimientos y que el nivel educativo está bajando, debilita al sector e impide avanzar en la mejora del sistema”

Examen de selectividad el pasado junio en la Facultad de Odontología de la Universidad Complutense de Madrid.
Examen de selectividad el pasado junio en la Facultad de Odontología de la Universidad Complutense de Madrid.Samuel Sánchez
Lucas Gortazar

Poco después de aterrizar en el Ministerio de Educación en el año 2000, la ministra Pilar del Castillo, del Partido Popular, pronunció en una conferencia las siguientes palabras: “A esta pérdida de calidad puede haber contribuido la masificación del sistema educativo entre los 14 y los 16 años, pero es también el resultado de un igualitarismo mal entendido ante el aprendizaje, que amenaza con expulsar la calidad del sistema público de Educación”.

Esta visión, que considera que mayor acceso a la educación y más calidad de la educación son inversamente proporcionales o incluso incompatibles, ha tenido siempre mucho predicamento en nuestro país. No es el único país, desde luego, donde se ha visto la democratización del acceso como una amenaza para la calidad del aprendizaje. Pero sí uno donde los eslóganes de entonces, hoy transformados en memes y tuits, han tenido siempre un enorme éxito.

Coincidiendo con la aprobación de la Lomloe, la nueva ley de Educación aprobada en 2020 por el Gobierno —no exenta de errores u omisiones—, este discurso se ha ido intensificando en el espectro ideológico conservador. Pero, a la vez, también está llegando con fuerza a una parte importante del profesorado de secundaria, habitualmente de Historia y Filosofía y generalmente ubicado en la izquierda. Se trata de un sector del profesorado que siempre se mostró reticente a los cambios pedagógicos promovidos en las últimas décadas. Además, por el desencanto de la profesión tras el empobrecimiento de las condiciones laborales en la última década, así como por el cansancio provocado por la pandemia, muchos estarían sumándose al tren de esta desafección.

La novedad es que estas dos sensibilidades educativas están hoy conformando una nueva coalición de intereses que forma una pinza ideológica y cuyo común denominador se podría resumir en tres premisas: que la escuela está solo para instruir y transmitir conocimientos, que el nivel educativo está bajando con cada nueva ley educativa y que la modernización pedagógica del sistema educativo supone un secuestro del conocimiento por parte de las élites que copan facultades de Educación y organismos supranacionales en Bruselas, Washington, Nueva York o París.

Esta coalición, a la que podríamos llamar ‘coalición de la instrucción’, tiene cada vez más recorrido en medios a izquierda y derecha, pero también en los WhatsApps de muchas familias y una parte del profesorado de secundaria. También se prodiga con mucha asiduidad en Twitter, con estrategias de acción parecidas a las de los exitosos movimientos populistas que han crecido al calor de esta red. A pesar de que el discurso es reactivo y las propuestas son de momento escasas o inconsistentes, la coalición de la instrucción auspiciada por este matrimonio de intereses está avanzando en el debate público.

Pero por mucho ruido logrado en el mercado de la atención, es importante recordar y explicar lo obvio tantas veces como sea necesario. Y lo obvio hoy es que el discurso de la ‘coalición de la instrucción’ carece de fundamentación empírica, tiende a exagerar o directamente falsear los males que nos acechan, y lo que es peor, apunta en ocasiones a razones perversas o de tipo conspirativo fácilmente desmontables

A continuación, repasamos los mitos que fundamentan y sustentan esta coalición, para bien ponerlos en duda o bien, en los peores casos, desmentirlos. Siendo muy consciente de que la educación no es una ciencia como las demás, y que conforma un sistema complejo de millones de decisiones e interacciones diarias, disponemos de datos, estadísticas e investigaciones de la psicología, sociología, economía o pedagogía con envergadura suficiente para cuestionar estos mitos.

1. La calidad de la educación en España ha empeorado en las últimas décadas. Este es el mito fundacional. El que sostiene todos los demás. La matriz que justifica la visión apocalíptica de la educación en España. Es por tanto el más importante a analizar. A pesar de todo lo que se dice sobre la decadencia de la educación y la “caída del nivel”, la realidad es que España es uno de los países que más ha expandido el acceso a la educación en las últimas cinco décadas, incorporando por cierto a casi un millón de alumnos inmigrantes en el nuevo siglo. Mientras se producía esa expansión, el nivel de aprendizaje medio de la población escolarizada no se resintió entre 1970 y 2000, por lo que el aprendizaje bruto de toda la sociedad se disparó en esos años, tal y como muestran los datos de PIAAC de la OCDE (o investigaciones como la de Calero y otros, 2019). Tras la llegada del nuevo siglo, entre 2000 y 2018, el aprendizaje medio apenas ha variado al final de secundaria, según los datos de la prueba PISA; pero ahora salen más alumnos en la foto de PISA, por lo que no parece haber un sacrificio de aprendizaje de los que ya estaban a cambio de más aprendizaje de los que ahora aparecen. Tampoco ha variado la proporción de alumnos con altos niveles de aprendizaje. Por tanto, hemos logrado mucha más educación para mucha más gente, a un nivel medio que se mantiene y que, es cierto, no mejora —y debe mejorar de forma urgente—. Pero, desde luego, no empeora.

2. La calidad de la educación no está en que aprueben todos, sino en que suspendan muchos. Según este mito, un porcentaje alto de aprobados y titulados en secundaria obligatoria o en el examen de selectividad es el mejor indicador de declive académico. Por tanto, como el nivel educativo estaría bajando (Mito 1), no queda otra que aprobar a quien antes habría suspendido. De acuerdo con esta visión, este “facilismo” —como algunos lo han bautizado— en educación es el peor favor que puede hacerse a las nuevas generaciones. Sin embargo, tras desmentir el mito fundacional (el de la caída del nivel), no se puede achacar los suspensos a las capacidades de los alumnos, sino a otras decisiones. Cuando comparamos notas de clase y pruebas externas estandarizadas en España, se observa una cultura del suspenso muy arraigada, independiente del tipo de centro educativo: en muchas aulas, se decide ex ante cuántos aprueban y cuántos suspenden. Y además, esta cultura del suspenso afecta especialmente a alumnado pobre, inmigrante y de sexo masculino. Ambos fenómenos han sido probados en investigaciones con resultados asombrosamente parecidos en Cataluña, Andalucía y País Vasco.

3. Las humanidades o la filosofía están perdiendo peso en la educación en España. Este un mito muy arraigado en los últimos meses fruto de los nuevos decretos curriculares, que vendría a explicar la supuesta falta de conciencia crítica y ciudadana de la población española. Pero es también un mito fácil de cuestionar. En España, las horas lectivas en secundaria han seguido incrementándose en las últimas dos décadas: hoy somos uno de los países de la UE con mayor número de horas de clase en la ESO. Mientras las horas lectivas aumentaban, el peso de las asignaturas como Historia o Geografía se mantuvo constante entre 2002 y 2019, por lo que en términos absolutos, supone un crecimiento de las mismas. A su vez, las críticas a la Lomloe sobre la desaparición de la Filosofía están infundadas: con la decisión mayoritaria de las comunidades autónomas de añadirla en la ESO y la obligatoriedad de 2º de Bachillerato, aumentan las horas de filosofía en secundaria obligatoria y Bachillerato.

4. Bajar la exigencia para pasar de curso maquilla las estadísticas, envía un mensaje incorrecto al alumnado y perjudica a los más vulnerables. Quizás este es el mito más homeopático al que recurre de forma habitual la ‘coalición de la instrucción’. Y es, paradójicamente, uno de los más extendidos. La repetición de curso no mejora los resultados en secundaria e, incluso, puede acelerar la salida del sistema de los alumnos: este es quizás uno de los mayores consensos en investigación educativa de las últimas décadas, como explica bien la Education Endowment Foundation, la insitución más prestigiosa del mundo en investigación educativa. También sabemos que, aunque se diga siempre lo contrario, repetir reduce la motivación y el esfuerzo y que, especialmente en España, perjudica a los vulnerables más que en ningún otro sitio, independientemente de sus habilidades cognitivas. Sin embargo, cuando se toman medidas razonables para acelerar su reducción ―“la medicina empeora las cosas, deje por favor de administrarla de forma masiva”―, muchos se echan las manos a la cabeza, argumentando que eso implica maquillar o falsear las estadísticas de progreso educativo y engañar al alumnado. El sistema educativo español debe mejorar, pero haciendo repetir a tantos alumnos lo que hacemos es empeorarlo o, en el mejor de los casos, dejarlo como está, a un alto coste presupuestario.

5. Son los pedagogos y expertos que no conocen el aula, y no los docentes, quienes escriben las leyes y los decretos. Los pedagogos vendrían a ser el poder en la sombra de la política educativa de nuestra historia reciente: sin entrar en la batalla gremial, si repasamos cabezas ministeriales y de consejerías de Educación, los pedagogos no parecen estar teniendo el éxito que se les atribuye. Sobre la participación de los docentes en la política educativa, puede decirse sin duda que España no es un país puntero en los procesos de participación en las políticas públicas; también que la elaboración de la Lomloe y los currículos podría haber sido mucho más abierta a la participación. Pero no se puede con ello asumir que quienes escriben las normas educativas y los decretos curriculares no tienen ninguna conexión con las escuelas o ningún pasado en las aulas: de hecho, el nuevo currículum ha sido elaborado fundamentalmente por docentes.

6. El acompañamiento docente o la educación emocional de los alumnos es pseudociencia. En muchos centros en España se han colado metodologías sin fundamentación científica y eso es un problema para la mejora del sistema, igual que lo es seguir aplicando medidas (como la repetición) que sabemos que no funcionan. Pero otras sí son prometedoras y, ya sea porque implica cambiar hábitos en las formas de trabajar o simplemente porque suenan “blandas”, se están metiendo en el saco de la pseudociencia, pero no lo son. Pongamos dos ejemplos muy citados. El tan denostado acompañamiento o coaching a los docentes (esto es, individualizado, basado en la práctica y el conocimiento pedagógico y didáctico específico de la asignatura) es probablemente una de las vías más prometedoras de desarrollo profesional docente, de acuerdo con decenas de evaluaciones experimentales. Algo semejante ocurre con la educación emocional del alumno (o del docente); sabemos que el refuerzo emocional es un elemento central para activar los procesos cognitivos del alumnado especialmente vulnerable. Por poner uno de los numerosos ejemplos de lo que hoy es consenso científico en educación: una investigación reciente en Suecia mostró de manera causal que las habilidades socioemocionales del profesorado (fundamentales para el aprendizaje del alumnado) eran muy necesarias para mejorar el aprendizaje de los vulnerables, mientras que las académicas beneficiaban más al alumnado con mejor desempeño.

En el debate educativo en España, es bien sabido la evidencia tiene muy poca audiencia. La ‘coalición de la instrucción’ suele recurrir a la importancia del saber y el conocimiento bien fundamentado como base de un buen sistema educativo y como parte de una “educación ilustrada”. Quizás el hecho diferencial del éxito de la ilustración en el progreso humano haya sido precisamente la confianza y promoción de la ciencia. Por muchos que sean los retos que el sistema educativo español tiene, por muchos errores cometidos con la nueva ley —es muy cierto que la complejidad y el lenguaje farragoso del nuevo currículum no lo han puesto nada fácil—, un debate educativo deshonesto con los datos tiene dos consecuencias directas muy graves. Por un lado, debilita la fortaleza del sector educativo y sus profesionales ante el resto de la sociedad: la credibilidad del sector se mide, entre otras cosas, en los recursos que este recibe. Por otro, y este es quizás el más importante, el “todo mal” impide avanzar para resolver los verdaderos problemas que tiene el sistema y sobre los cuales el consenso (más recursos, una carrera docente más exigente y atractiva, más evaluación, más autonomía de los centros educativos) es mucho más amplio.

La pregunta que uno se hace es, a pesar de todo lo anterior, cómo puede tener tanto éxito el discurso de la ‘coalición de la instrucción’ en España. Una hipótesis plausible es la del sesgo de superviencia: el mejor ejemplo es el del reconocido escritor, miembro de la Real Academia de la Lengua, que sale en el programa de mayor audiencia jactándose de que repitió curso tres veces y que “no fue ninguna tragedia”. Quienes participan en el debate público o quienes más votan en las elecciones son quienes han triunfado en el modelo educativo anterior. Pero esto podría significar a la vez una cosa (triunfan porque el modelo selectivo dio mucha ventaja a quienes lo superaban con respecto a los que se quedaban atrás) y la contraria (triunfan porque el modelo es bueno para todos, incluidos ellos mismos).

Pensando en el caso de España, dado el atraso secular del acceso a la educación hasta hace bien poco y la desigualdad educativa y social todavía persistentes, uno se inclina a pensar que la supuesta incompatibilidad entre calidad y acceso a la educación (sobre la que se asienta la ‘coalición de la instrucción’) no es más que el relato autobiográfico de una parte de los ganadores —y que triunfa hasta entre los propios perdedores— de un sistema que, por suerte, está viviendo sus últimos días.

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