Burocracia, protocolos cambiantes y familias con dudas: el estrés de ser coordinador covid en la escuela
Los profesores encargados de gestionar los positivos y aplicar las normas sanitarias en los centros están en el epicentro de la sexta ola, los colegios
Desde que se retomaron las clases después de las Navidades, Sonsoles Salazar, coordinadora covid del colegio público José María del Campo, en el barrio sevillano de Triana, pasa la mayor parte del día gestionando bajas de alumnos por coronavirus; recibiendo llamadas de padres que comunican casos o sospechas o que tienen dudas sobre los protocolos a seguir, y contando el número de alumnos que quedan para estudiar el cierre de un aula. “No tiene nada que ver esta sexta ola con el resto. Antes eran pocos los alumnos contagiados, se trataba más de positivos entre los padres, pero ahora son ellos y se están multiplicando”, explica la también directora del centro. “Hoy [por el jueves pasado] he notificado ya cinco bajas”, repasa.
A finales de la semana pasada, había en toda España al menos 332.877 alumnos y 23.532 profesores aislados por positivo o en cuarentena. Además de la merma en la plantilla, los docentes soportan la carga que implica mantener los centros abiertos; y el cansancio se va acumulando. Sobre todo para los que son responsables covid, esas figuras del equipo directivo que deben velar por que se cumplan las medidas; que haya material sanitario; que se respeten los cambiantes protocolos (se suavizan las cuarentenas, no hace falta confinarse si se está vacunado o se acaba de pasar la enfermedad); estar en contacto (cuando se puede) con las autoridades sanitarias y seguir sus instrucciones, explicar a las familias la situación en las aulas y qué deberían hacer…
Una tarea que a Cristian Lara, director del colegio público Tombatossals de Castellón, le quita mucho tiempo para otras tareas fundamentales “como liderar pedagógicamente el cole”. Algo parecido a lo que le ocurre a Juan Carlos Sánchez, jefe de estudios del instituto público Joaquín Rodrigo de Vicálvaro, en Madrid: “Cuando estás con temas covid, las otras cosas les caen a los compañeros”. O a Marta González, coordinadora covid en primaria del colegio concertado San Agustín de Valladolid, que se queja de que hace semanas que habla más con su compañero Luis Villamañán, coordinador covid en secundaria, que con su marido.
María Gracia, que hace ese mismo trabajo en el instituto Los Alcores de Mairena del Alcor (Sevilla), asume que su jornada se va a alargar cada tarde con llamadas o mensajes de WhatsApp que comunican positivos o sospechas. “Eso implica meterlo en el sistema, avisar a la enfermera de enlace, hablar con los padres…”, explica Gracia, también directora del centro. Y añade: “Esta sexta ola está siendo agotadora, el día a día no te permite descansar”. Antes de las vacaciones de Navidad, ella o la enfermera de enlace hacían el seguimiento y verificaban la información que daban las familias, ahora la avalancha de llamadas es tal que directamente se incluyen en el sistema. “Lo que sí que hacemos es contar el comienzo de la cuarentena desde que nos lo comunican, no desde que ellos nos cuentan que empezaron los síntomas, con lo que de media los chavales se pasan 10 días en sus casas”.
Los datos epidemiológicos de la sexta ola ya han iniciado una mejora, y en los colegios los contagios empiezan a bajar. El jueves pasado, Gracia cursó cuatro casos frente a la media diaria de 12 o 13 que venían registrando. “La mayoría de los positivos se dan entre los alumnos de 12 y 14, que son los que aún no tienen la pauta [de vacunación] completa”, señala. Bajo su responsabilidad hay casi un millar de alumnos y aunque en esas etapas no se confinan las aulas, sí reconoce que ha llegado a haber aulas con seis o siete chavales positivos. “Pueden seguir las clases online, pero el día a día se complica”, sostiene.
Los cambios de protocolo y la alta transmisión de contagios entre los chavales han multiplicado las consultas de los padres. “Esto más que como centro educativo ha funcionado como un centro de salud donde las recomendaciones las trasladábamos nosotros”, indica. Gracia está deseando que amaine esta ola. “En el confinamiento aún teníamos la ilusión o la incógnita de la novedad de las clases telemáticas, pero esta está siendo agotadora”, asegura.
Enganchados al móvil
A unos 30 kilómetros de su centro, en el barrio sevillano de Triana, la media semanal de bajas en el colegio público José María del Campo, que cuenta con 440 alumnos, es de 23. “Fluctúa, la semana pasada tuvimos más casos en primaria, pero esta es en infantil, estamos ya pendientes de que nos confirmen una sospecha de positivo y estaremos al borde de lo cinco en la misma aula”, explica. Hasta ahora no han tenido que cerrar ninguna porque cuando se roza el límite se incorporan los niños que se habían contagiado primero. Además de seguimiento, lo más complicado para Salazar es estar pendiente de que las familias cumplen los protocolos en el caso de los hermanos. “Los padres tienen muchas dudas y traen a los hermanos a los siete días de la cuarentena, cuando si no hay posibilidades de que estén aislados tienen que estar 14 días y hay que avisarlos”, señala.
Entre los cambios del protocolo, el más importante, aparte de bajar de 10 a 7 días el tiempo de confinamiento, es que las clases de infantil y primaria solo se aislarán cuando haya cinco o más casos a la vez y estén relacionados (a partir de tres en la Comunidad de Madrid, si así lo deciden las autoridades sanitarias). Algo que hace más raras las cuarentenas, incluso cuando se suceden los casos en la misma aula, bien porque no llegan a coincidir al mismo tiempo, bien porque las autoridades tardan en responder, de manera que cuando lo hacen ya no se dan las circunstancias. Con la incidencia disparada, la semana pasada había confinadas 3.743 clases; antes de Navidades llegaron a ser 5.433.
En el colegio público José María del Campo, el hecho de que la mayoría de los alumnos del centro, por su edad, aún no cuenten con la pauta de vacunación completa contribuye a aumentar el número de ausencias, reconoce Salazar. Los mencionados cambios constantes en los protocolos tampoco ayudan y parte del tiempo también se pasa en reuniones con la enfermera de enlace para estudiar situaciones concretas. El control y seguimiento de positivos y sospechas no termina cuando Salazar sale del colegio. El teléfono suena a cualquier hora, cualquier día. “Antes aún podíamos notificar a Sanidad los casos que surgían el fin de semana en el momento, pero ahora hay que esperar al lunes”, apunta.
En el caso del colegio público Tombatossals de Castellón, lo que utilizan es un canal de Telegram para ir informando a las familias. “Y también un móvil, que llevo yo, para que las familias nos informen cada vez que un niño da positivo”, explica Lara. Asegura que, con las herramientas que ha puesto la Consejería de Educación a disposición de los colegios, les resulta bastante fácil organizarse desde el teléfono, actualizando la información que le va llegando de las familias: el último día que el alumno fue a la escuela, la fecha del diagnóstico y de inicio de los síntomas...
Presión extra
Lara habla de la presión que supone sumar todas las tareas covid a las que ya tenían, que no son pocas y entre las cuales está seguir dando clase, en su caso, de Música. “Es cierto que el tiempo que dedicas a gestionar los positivos, comunicarlos a la Administración, informar a las familias... no lo dedicas a otras cosas, como liderar pedagógicamente el cole, que es al final para lo que estamos. Pero si eres un poco organizado y estás actualizado de manera digital, se puede llevar bastante bien, al menos ese ha sido mi caso”.
Algo parecido explica Juan Carlos Sánchez, jefe de estudios del instituto público Joaquín Rodrigo de Madrid. Y también señala que en esta sexta ola se está logrando organizar bien, entre otras cosas, por la suavización de los protocolos. A diferencia del curso pasado, que cada vez que había un positivo confirmado teníamos que comunicarlo desde el centro a Salud Pública, ahora los casos esporádicos no se comunican; solo las situaciones de brote con tres o más contagios relacionados en un aula. Sin cambios como ese, opina, la situación habría sido imposible: “Empezamos el curso muy tranquilos, pero antes de las vacaciones de Navidad, empezó a sonar el teléfono, a sonar el teléfono…”.
Sánchez asegura que la comunicación con la administración ha sido en general buena, tanto por la interlocutora en Salud Pública con la que ha mantenido contacto durante meses —”yo llamaba, preguntaba por ella, y me pasaban”—, como ahora, cuando le han remitido a un correo electrónico desde el que le han contestado rápidamente las dos veces que lo ha usado. “Es verdad que esta no es la experiencia de muchos de mis compañeros y que había teléfonos de atención a los que era mejor no llamar”, añade. Su peor momento como coordinador covid, admite Sánchez, fue al principio del curso pasado: “Eso sí que fue una locura, porque no lo tenían organizado desde la consejería de una y de la otra [Educación y Sanidad], y primero te daban un teléfono y luego otro…El curso pasado fue duro”.
Calidad educativa
En el colegio concertado San Agustín de Valladolid, Marta González y Luis Villamañán, se pasan los días buscando cómo gestionar la pandemia en sus aulas. El equipo analiza cada nuevo protocolo del Ministerio de Sanidad y se apoya en la dirección provincial para actuar preventiva y reactivamente. “Estamos siempre con ventilación, mascarillas, lavados de manos, grupos burbuja en los pequeños…”, enumera la docente, que destaca el “trabajo exhaustivo en control y organización” que tienen que acometer además de su labor profesional delante de la pizarra. Los cambios de protocolo ante contagios, síntomas o las pruebas que realizar a los chavales traen de cabeza a González y Villamañán, que lamentan que la calidad educativa se resiente por tener que adaptar la formación a esta nueva era, y que ni siquiera el alumnado puede disfrutar de “excursiones o salidas del aula”.
Si ya bastante complicado es dar clase normalmente en cualquier curso, más complejo es andar pendientes de las conexiones telemáticas de quienes han contraído el virus. “Buscamos darle dimensión humana y apoyar a las familias con sus necesidades para facilitar clases online o lo mismo con las tareas para que se sientan acompañados”, explica González, que señala una gran dificultad de su nueva función: las tareas administrativas, que no van en su sueldo, de manejar este “rompecabezas” de papeleos también con las familias. Los claustros, suspira, están multiplicándose para ayudar a esas casas en las que los adultos ya no pueden pedir más permisos laborales para atender a los menores.
“Después de Navidad está siendo una locura porque todos los días notifican nuevos contagios”, dice Janire Colmenero, de 31 años, que trabaja en el centro escolar público de Buztintxuri, barrio de la capital navarra, en el Modelo D (euskera) de infantil. Este año ha sido designada como coordinadora covid de su etapa educativa y una de sus labores principales es reponer y repartir todo el material de protección: mascarillas para profesores, rollos de papel, desinfectante para las mesas... Es además quien recibe el número de nuevos positivos cada día por correo electrónico. Una mejora significativa respecto al curso pasado, cuando “había veces que te enterabas antes por las familias que por Educación. Ahora eso se ha corregido”.
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