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Todos los negocios del presidente: así se hace Trump mucho más rico desde la Casa Blanca

El patrimonio del presidente de EE UU se multiplica en pocos meses. Su imperio familiar abarca desde el sector inmobiliario a las criptomonedas y genera numerosos conflictos de interés

Amanda Mars

En 1996, el periodista Mark Singer recibió el encargo de la revista en la que llevaba 20 años trabajando, The New Yorker, para convertirse en la sombra de Donald Trump durante unos meses y elaborar un perfil a fondo del entonces mediático empresario estadounidense. Singer escribió la que quedaría como una de esas piezas legendarias de la cabecera, un retrato anguloso en el que concluía que el magnate había logrado “el lujo máximo: una existencia libre del perturbador rumor de un alma”. En 2005 recuperó el artículo para un libro que reunía nueve de sus mejores perfiles de los últimos años y The New York Times publicó una elogiosa crítica. Trump decidió enviar una carta al periódico, llamando a Mark Singer “perdedor” y algunas lindezas más, una publicidad que animó las ventas de la obra.

Con toda la sorna del mundo, el reportero decidió escribir a Trump para darle las gracias y le envió, como señal de esa gratitud, un cheque de 37 dólares y 82 céntimos. La compañía de Trump le devolvió la carta, a los pocos días, con una nota del hoy presidente insultándole de nuevo. Eso sí, en la cuenta bancaria del periodista surgió un apunte negativo de 37 dólares y 82 céntimos. Trump había cobrado el cheque.

Existe un buen puñado de historias para describir el genio empresarial de Donald Trump, pero ninguna como esta retrata la esencia: un amor febril por el dinero, apasionado y constante, transmitido de generación a generación. Desde Fred Trump —su padre, un constructor de viviendas en Queens y Brooklyn que solía estimular así a su hijo para hacer carrera en la vida: “Sé un asesino”; “eres un rey”— hasta el hoy presidente, pasando por sus hijos, como Ivanka, con sus propios negocios, o Donald junior y Eric, gestionando el imperio familiar.

El gen ha asomado ya en la siguiente generación y hasta una nieta del mandatario, Kai Trump, de 18 años, se ha puesto a vender sudaderas con sus iniciales a 130 dólares, con la impagable promoción de fotografiarlas en los jardines de la Casa Blanca, en el enésimo potencial conflicto de interés de este mandato. Se trata de ropa, advierte la joven emprendedora en su página web, “fabricada por habilidosos trabajadores estadounidenses”, por si alguien buscaba con malicia la etiqueta Made in China por ahí.

Donald Trump no es el primer presidente de Estados Unidos que llega a la Casa Blanca desde el mundo de los negocios, pero desde luego no hay precedentes de uno cuya fortuna haya engordado así durante su presidencia y, en buena medida, en lo que es una crítica razonable de sus opositores, ayudada por esa misma aureola presidencial. Porque en medio del ruido de las guerras comerciales, los bulos sobre el uso de paracetamol en embarazadas o —también— el acuerdo de paz para Gaza, el conglomerado Trump está fabricando dinero, dinero personal, a espuertas.

Una versión 2.0

El Trump del primer mandato (2017-2021) era el conocido magnate inmobiliario, dueño de hoteles, complejos turísticos, clubes de golf y edificios residenciales por medio mundo que facturaba poniendo su marca, Trump, en infinidad de productos y no le hacía ascos a sacarse unos dólares con libros o televisión. El Trump 2.0 está mucho más diversificado: además de un patrimonio inmobiliario al alza, explota su propia red social, Truth Social, propiedad de Trump Media & Technology Group, y un nuevo boyante negocio de criptoactivos, con su memecoin, que son criptodivisas de nuevo cuño muy volátiles y sin valor subyacente alguno. Lanzó $TRUMP el pasado enero, dos días antes de tomar posesión del cargo, y en ese lapso alcanzó los 40.000 dólares de cotización, al menos, sobre el papel.

¿Cuánto ha crecido la fortuna de Trump desde que es el presidente del Gobierno más poderoso del mundo? ¿De cuántos billetes verdes hablamos? Según los datos de Forbes de esta misma semana, entre 2024 y 2025, la riqueza del empresario-presidente se ha catapultado de 2.300 a 7.200 millones de dólares, un salto que atribuye en buena medida a sus nuevas actividades. The New York Times, en cambio, el pasado julio estimó que el valor absoluto rondaba los 10.000 millones, si bien mucho de este montante se localizaba en activos no líquidos (es decir, difíciles de convertir en efectivo). Y el Billionaires Index de Bloomberg, la mayor base de datos financieros del mundo, estimaba este verano que su hacienda se ha más que duplicado en lo que va de Gobierno, hasta los 6.400 millones de dólares.

No es posible dilucidar las cifras exactas porque, en primer lugar, no todos los negocios de Trump están cotizados en mercados y, en segundo, la mayor parte de sus activos siguen siendo inmobiliarios y están compartidos con familiares y socios. En cuanto a esa marea de millones que mueven los criptoactivos, muchos están completamente ligados a su marca personal, con lo que cuesta cifrar su valor por sí mismo. Otros ingresos provienen de licencias de libros u otros productos. Además, hay un problema añadido: Trump ha sido acusado de inflar el valor de sus activos en más de una ocasión para poder obtener más facilidades de crédito, algo que llegó incluso a los tribunales, aunque fue exculpado.

Lo que sí resulta palpable respecto a su primera presidencia, en dólares contantes y sonantes, es que la maquinaria se ha puesto a todo tren. Cuando llegó por primera vez a la Casa Blanca, anunció que se desvincularía de la dirección de sus empresas y las englobaría bajo un fideicomiso, es decir, que serían administradas por otra persona. Es lo que en su día hizo, por ejemplo, Jimmy Carter con su compañía agrícola, pero con una diferencia fundamental: Carter la puso en manos de un independiente y el conglomerado de Trump tiene al frente a Donald junior, el principal gestor, y a su hermano, Eric, que lógicamente tienen contacto permanente con su padre. También le ayudan a difundir el mensaje político MAGA (hacer grande a América de nuevo) por el mundo e inauguran nuevos edificios con él.

Como señala un abogado especializado en gobernanza y ética que prefiere el anonimato debido a su trabajo actual en una firma privada, “para evitar cualquier acusación de conducta inapropiada lo que tendría que haber hecho es desinvertir de todos sus negocios en Estados Unidos y en el extranjero, pero eso no va a ocurrir. De hecho, está expandiéndose dentro y fuera”. Sus hijos siempre han defendido que llevan toda la vida dedicándose al mundo de los negocios y la inversión, que no son advenedizos que buscan hacer caja desde cero al calor del Despacho Oval, y que no tendría sentido que dejaran su carrera empresarial ahora.

El negocio original de los Trump, que son las propiedades inmobiliarias de lujo, residenciales, hoteles, campos de golf y otros edificios comerciales o clubes controlados a través de Trump Organization ofrecen la imagen más simbólica de esta mezcla de un poder político apabullante con los business as usual de sus hijos. Para muestra, a finales de julio Trump realizó un viaje de carácter supuestamente privado a sus campos de golf en Escocia, escapada que aprovechó para reunirse con el primer ministro británico, Keir Starmer, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen. Como broche final, inauguró junto a sus dos hijos un nuevo campo de golf, evento en el que también participó el primer ministro escocés, John Swinney.

Entre campos de golf, resorts y edificios de diferentes usos, Trump posee casi una veintena de propiedades inmobiliarias de gran envergadura. En la lista figuran establecimientos ya emblemáticos como el resort Mar-a-Lago de Florida, la Torre Trump de la Quinta Avenida de Nueva York o los citados campos de golf de Escocia, entre otros. Forbes los ha valorado en unos 2.500 millones de dólares, pero la cifra, una vez más, está sujeta a infinidad de salvedades. Por ejemplo, la Fiscalía de Nueva York señaló que Trump compró un campo de golf en Jupiter (Florida) por cinco millones de dólares y menos de un año después, en su declaración de 2013, lo valoró en 62 millones.

Llegada de petrodólares

Al valor en sí de los activos hay que añadir los ingresos que generan cada año esos negocios y también han sido carne de controversia tanto en este mandato como el anterior, ya que la elección de Trump por alojarse en hoteles y complejos de su propiedad en Estados Unidos obligaba a su largo séquito a hacer lo mismo, con el dinero de los contribuyentes. Se añade el hecho de que muchos millonarios paguen por formar parte precisamente de esos clubes con la intención de tener acceso al presidente.

En el negocio inmobiliario está entrando ahora un reguero de petrodólares, pues los vástagos del presidente han impulsado la actividad en el Golfo Pérsico. El grupo ha alcanzado varios acuerdos multimillonarios con el promotor saudí Dar Global, el último, de 1.000 millones de dólares, para desarrollar un proyecto residencial y de oficinas en la ciudad de Jeddah. Trump Organization también ha cerrado acuerdos de licencias con Dar Global para otros proyectos en Dubai, Omán, Qatar y Riad. Varios de estos negocios se han apalabrado tras viajes del presidente a la región.

En el primer mandato, Trump se comprometió a no poner en marcha nuevos proyectos fuera de Estados Unidos con el fin de evitar suspicacias o que algún poder extranjero tratase de beneficiar sus negocios a cambio de ganar influencia en el presidente. Ahora, el conglomerado sí busca hacer caja en el extranjero, si bien evita llevar a cabo proyectos con Gobiernos.

Al margen de la ética o la imagen, las demandas que recibió durante su primer mandato han quedado en papel mojado en los tribunales. Las leyes estadounidenses sobre conflictos de intereses no son de la misma aplicación sobre los presidentes que sobre el resto de cargos públicos. Sí hay una proposición en la Constitución que, desde el siglo XVIII, prohíbe al presidente o a cualquier otro cargo de la Administración aceptar regalos o donaciones de Gobiernos extranjeros salvo con consentimiento expreso del Congreso, pero Trump la ha desafiado al aceptar de Qatar un jet Boeing 747 de lujo valorado en 400 millones de dólares que utilizará como avión presidencial, un nuevo Air Force One.

Aunque los edificios suponen el sector con más solera de la cartera de inversiones de Trump, y ese en el que más imprime su sello personal (grandiosidad, lujo y su nombre en grandes letras), el universo cripto de ha convertido en un imperio en cuestión de tan solo meses y merece todo un capítulo aparte. Si la citada memecoin $TRUMP cotizaba este viernes a 7,48 dólares en el mercado, se puede calcular un valor total de esta divisa de 1.400 millones, según los datos de Coinmarketcap, aunque lógicamente no son propiedad del magnate.

Nuevos horizontes

Los Trump operan en este volátil mercado a través de World Liberty Financial, una plataforma fundada por los hijos —incluido el menor, Barron Trump, ya rico a los 19 años— junto con otros inversores, como Steven Witkiff, Zac Folkman o Chase Herro, a los que la prensa estadounidense se refiere como “cripto punks”. La plataforma en sí ha lanzado también su propio token digital, el $WLFI, que este viernes a primera hora cotizaba a 0,17 dólares, lo que supone un valor total de 4.340 millones.

El negocio cripto está en el punto de mira de la oposición demócrata de un modo especial. State Democracy Defenders Fund, una plataforma de la oposición, ha hecho un minucioso seguimiento de sus actividades en el sector, precisamente porque coinciden con un enfoque abiertamente “cripto friendly” de este tipo de activo financiero de alto riesgo y gran volatilidad. Según sus cálculos, a mediados de marzo estos activos ya representaban para Trump 2.900 millones de dólares, el 37% de toda su fortuna.

“En lugar de desinvertir de sus criptoactivos para evitar los posibles conflictos de intereses, el presidente Trump parece haberse puesto a sí mismo en la posición de optimizar los beneficios de ellos al adoptar un programa regulatorio menos agresivo que el de sus predecesores”, según Virginia Canter, responsable del área anticorrupción de este grupo. “Una vigilancia reducida de este ámbito puede menoscabar la seguridad nacional de Estados Unidos”, señala en un comunicado.

La historia de Trump Media & Technology Group habla también del genio irreductible del presidente de Estados Unidos. Cuando en enero de 2021, a raíz del asalto al Capitolio, el Twitter de Jack Dorsey (hoy X, de Elon Musk) decide suspender de forma permanente la cuenta de Donald Trump, este empieza a trabajar en la idea de lanzar su propia red social para evitar lo que considera la censura del establishment. Truth (en español, verdad) Social vio la luz en octubre de ese año. La firma, que sí está cotizada, tiene una capitalización, con datos de este viernes, de 4.780 millones de dólares y, con datos de julio de The New York Times, Trump controlaba 115 millones de acciones, lo que hoy serían cerca de 2.000 millones de dólares. No obstante, se trata de un tipo de activo tan ligado a su figura que es difícil ver si su valor se sostendría con una eventual desinversión del republicano.

Trump, como se sabe, acabó regresando a lo que hoy es X, propiedad de Elon Musk. Las relaciones del presidente con el multimillonario fundador de Tesla, —si bien ahora ha salido de la Administración— también han suscitado un aluvión de críticas. En una mezcla pasmosa de negocios, política y Gobierno, el pasado marzo Trump exhibió ante la prensa cinco vehículos eléctricos de esta marca junto a Musk como señal de apoyo al empresario, que por ese entonces estaba viendo caer las acciones de la compañía en medio del huracán político que provocaba su cargo y su cometido: estaba al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE son sus siglas en inglés) con el encargo de adelgazar la Administración y despedir a decenas de miles de funcionarios.

“Creo que ha sido tratado muy injustamente por un grupo muy pequeño de personas, y solo quiero que la gente sepa que no puede ser penalizado por ser un patriota, y es un gran patriota, y además ha hecho un trabajo increíble con Tesla”, dijo Trump en esa ocasión, y poco después anunció su intención de comprar uno de sus coches.

Los negocios florecen alrededor de la familia Trump, no solo por las sudaderas que ha empezado a vender su nieta. El esposo de Ivanka, Jared Kushner, también un hombre de negocios, ha sido clave, por ejemplo, en la megaoperación de compra de Electronic Arts, la empresa detrás de los juegos FIFA o los Sims, por la gestora de capital riesgo estadounidense Silver Lake y el fondo soberano de Arabia Saudí (Public Investment Fund, PIF). Según The Wall Street Journal, el yerno de Trump usó sus conexiones en Arabia Saudí para ayudar al acuerdo. Amazon, por otra parte, ha pagado 40 millones de dólares por los derechos de un documental de Melania Trump, una de las primeras damas más discretas que ha tenido Estados Unidos. Su esposo nunca le ha hecho ascos al audiovisual, más bien al contrario, algo que le generó jugosos ingresos y que colocó su rostro en millones de hogares estadounidenses —uno de los ingredientes de su éxito político— fue justamente el reality televisivo The Apprentice, que él lideraba.

Y, mientras, las ventas de los productos licenciados con su marca, desde las famosas gorras, varias colecciones de ropa (una de las últimas, titulada “Golfo de América”, en referencia a renombrar el Golfo de México así) o zapatillas, sigue generando otros canales de ingresos por royalties.

Trump Organization tilda a su patriarca como “la pura definición de una historia de éxito americana”. “El arquetipo de un hombre de negocios y un forjador de tratos sin parangón”. En su página web aparece destacada una de sus frases favoritas, que lleva décadas usando, si bien es difícil que jamás imaginase el sentido que podría llegar a alcanzar en este 2025 extraño: “Ya que tienes que pensar, piensa en grande”.

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Sobre la firma

Amanda Mars
Periodista y corresponsal económica de EL PAÍS, donde trabaja desde 2006. Empezó en la delegación de Barcelona, pasó por la sección de Economía y fue corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Fue directora de Cinco Días y subdirectora del área económica de EL PAÍS. Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press.
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