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Brett Christophers: “La inversión en renovables es insuficiente para que la transición vaya a la velocidad que necesitamos”

El académico británico argumenta que los menores rendimientos de las energías verdes explican la lentitud en reducir la dependencia de los combustibles fósiles

Brett Christophers
El académico Brett Christophers.Mikael Wallerstedt (Uppsala universitet)

El mundo respiró aliviado cuando se publicaron las cifras: la electricidad generada a partir de tecnología fotovoltaica había sido en 2022 un 29% más barata que la producida con el combustible fósil más asequible. Un logro que se hacía especialmente evidente al comparar las cifras que acababa de difundir la Agencia Internacional de las Energías Renovables con sus estimaciones de 2010, cuando el coste de la fotovoltaica estaba un 710% por encima.

Solucionada la desventaja en costes, solo faltaba sentarse y esperar a que el capitalismo desplegara su magia sustituyendo centrales térmicas por parques eólicos y solares. Esa era la impresión generalizada, pero eso no fue lo que ocurrió. En las estimaciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE), el año 2023 registró un aumento de 6% en las inversiones destinadas a ampliar la oferta de hidrocarburos. Es verdad que el dinero para centrales térmicas no ha aumentado en los últimos tiempos, pero tampoco ha retrocedido: desde el año 2020 la apuesta de los inversores por generar electricidad con combustibles fósiles se ha mantenido estable, también según la AIE.

Detrás de esa aparente paradoja hay, según el académico británico Brett Christophers (Croydon, Reino Unido, 1971), una ley fundamental del capitalismo y es que son los beneficios los que deciden las inversiones, y no las aparentes ventajas en el coste de producción. Y en lo que se refiere a rendimientos, los combustibles fósiles siguen ganando por goleada con un 15% anual promedio frente a la banda de entre 5% y 8% que se le atribuye a las renovables, explica Christophers en su libro The Price is Wrong: Why Capitalism Won’t Save the Planet (publicado en 2024 por Verso Books, el título podría traducirse como “El precio no sirve: por qué el capitalismo no salvará al planeta”).

Geógrafo de formación y profesor en la universidad sueca de Upsala, Christophers lleva varios años publicando ensayos que fundamentan con datos lo que de otra forma se habría quedado en meras intuiciones sobre la economía, como la privatización del 10% del suelo público británico desde el primer gobierno de Margaret Thatcher (The New Enclosure, 2018); o cómo los grandes fondos de inversión han ido haciéndose con las empresas que sostienen nuestro día a día (Our Lives in Their Portfolios, 2023), desde nuestras carreteras hasta nuestras casas, pasando por hospitales, colegios, y suministros de agua y energía.

Salvo el caso de China, donde el Estado ha jugado un papel crucial en la financiación y puesta en marcha de las tecnologías renovables, la mayoría de los gobiernos ha preferido limitar su intervención a incentivos puntuales, para que sea el capital privado el que resuelva por sí solo la crisis climática, argumenta Christophers durante una entrevista por videoconferencia, “pero si la búsqueda de beneficios es el principio rector del sector privado, unas expectativas limitadas de ganancias significan necesariamente una inversión limitada”.

Tal vez lo más sorprendente en la tesis de Christophers sea precisamente eso: que nos sorprenda. Hace mucho que sabemos que la cuenta de resultados es la que manda, y no la de los costes de producción: ¿cómo es qué con las energías renovables nos olvidamos de ese principio elemental? Christophers ofrece tres explicaciones. La primera y más sencilla es que las ventajas en costes son interpretadas de manera casi inconsciente como sinónimo de beneficios mayores. Una regla intuitiva que casi nunca se cumple al cien por cien, explica, y menos en el mercado de las energías renovables.

La regla falla especialmente cuando hay un número grande de generadoras que usan energías renovables, dice. La abundancia de oferta las obliga a competir en precios, “traspasando esa ventaja en costes a las distribuidoras, a las comercializadoras y, en mayor medida, a los consumidores”. “Es un efecto positivo para los consumidores, y de hecho es la razón de que se hayan diseñado así los mercados eléctricos, pero no es tan positivo para las generadoras porque las dificultades para capturar las ganancias generadas disminuyen su incentivo a invertir en tecnologías con costes menores”, explica.

Otro inconveniente es que los precios de venta al consumidor varían en función del momento del día. Estos precios suelen subir con la demanda, lo que da ventaja a los hidrocarburos, ya que pueden reservarse para ser usados justo entonces. A falta de una amplia implementación de las tecnologías de almacenamiento, las energías eólica y solar tienen que venderse en el momento de generación, que no siempre coincide con el de mejor precio de venta. “La realidad es que, en promedio, la electricidad generada con fuentes renovables no se vende tan cara como la generada con combustibles fósiles”, explica Christophers.

¿Y la tercera razón? Según Christophers, las grandes distancias que hay entre los centros de consumo y las generadoras de energía renovable. Esta lejanía, que se explica por la necesidad de tierras baratas donde levantar los extensos parques eólicos y solares, encarece en gran medida los costes de distribución de la energía. “Y sin embargo, cuando se compara el coste de las renovables con el de la electricidad a partir de hidrocarburos, nunca se incluyen estos costes de distribución, que para las centrales térmicas son mucho menores, así que la comparación es completamente artificial y forzada”, explica.

Disponibilidad

Una argumentación posible es que los costes sí pueden servir como indicadores del rumbo de las inversiones cuando se refieren a productos verdaderamente equivalentes. Hasta ahora, la comparación en la que las renovables parecen haber obtenido ventaja ha sido entre electrones: un electrón generado por hidrocarburos cuesta más que un electrón generado por el viento o por el sol. Pero la electricidad no es un producto sino un servicio, y el momento de disponibilidad de ese servicio es tan importante como la cantidad de electrones producidos.

Para una comparación genuina habría que incluir, por tanto, el coste de distribución hasta los centros de consumo y el coste de almacenamiento de la energía renovable. Solo así, el generador de renovables tendría la misma capacidad que el de combustibles fósiles para aguantarse y vender en el momento de precios máximos. ¿Seguiría teniendo esa ventaja en costes con una comparación en esos términos? “La mayoría de la gente no lo admitirá pero la respuesta es no”, dice Christophers.

“No se quiere hablar de eso porque es darle argumentos a los que se resisten, pero si los gobiernos terminan suscribiendo este relato falso de que las renovables ya son más baratas, la realidad no les va a acompañar”. El peligro de ese discurso es deslegitimar una intervención pública que en su opinión es clave para acelerar la transición. “Las renovables están creciendo mucho, eso nadie lo duda, pero la producción de electricidad con gas y carbón también”, explica. “Esa tendencia podría empezar a cambiar, con una posible primera reducción global en la electricidad a partir de hidrocarburos este año; pero aunque así sea, la inversión prevista en renovables es insuficiente para que la transición energética vaya a la velocidad que necesitamos”, concluye.

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