El problema no es ganar
Kast enfrentará un escenario fragmentado, una coalición con tensiones internas, un Congreso hostil y una oposición libre de las responsabilidades del Gobierno

Todas las encuestas indican que José Antonio Kast se impondrá en la segunda vuelta de la elección presidencial. Los temas que más importan a los chilenos lo favorecen: seguridad, economía e inmigración. Además, existe una tendencia electoral a votar a quienes impugnan al gobierno saliente, que se ha repetido con regularidad en nuestro país. Como si fuera poco, la candidata Jeannette Jara tiene poco margen para crecer y ha caído en errores tan básicos que parecen intencionales. De las breves semanas que dura la campaña de segunda vuelta, el oficialismo se ha enredado en sus fantasmas, y su argumento para convencer al electorado es que Kast no participa en los debates. Vaya.
Dado que la victoria de Kast es previsible, la pregunta se desplaza del 14 de diciembre al día después de asumir. De ganar, Kast será el presidente más votado en la historia de Chile, tal como le ocurrió a Gabriel Boric y a Sebastián Piñera en su segunda victoria. Sin embargo, el país que lo elegiría masivamente no parece estar dispuesto a ser gobernado con facilidad. Esa dificultad conviene no perderla de vista.
Con una ciudadanía exigente y cansada, las lunas de miel duran poco. Republicanos deberá entrar al gobierno con gran claridad estratégica, sabiendo que muchos cargos relevantes serán ocupados por personas que tendrán su primera aproximación a la primera línea política. No hay espacio para improvisaciones ni para aprender sobre la marcha.
La pregunta sobre cómo se priorizará las agendas del “gobierno de emergencia” será clave. Es probable que en materia de seguridad haya más espacio para avanzar, pues el consenso es más transversal. Al menos para esto podría sumar a una parte de la bancada del Partido de la Gente, e incluso algunos parlamentarios disidentes de la centroizquierda.
Las medidas económicas requerirán más negociación y ajustes. Ahí se le abren dos escenarios: ingresarlas rápidamente al inicio del gobierno, apostando a que será su mejor momento; o esperar a un escenario parlamentario más propicio, donde las fuerzas se hayan acomodado. Ninguno de los dos está exento de riesgos, por lo que conviene prepararlo desde ahora.
El Congreso, particularmente la Cámara de Diputados, será un espacio peliagudo. Aquí habrá varios focos de conflicto. Primero, dado que tendrá que hacer concesiones al PDG, puede que crezcan los incentivos para que esta bancada exija más a cambio de su apoyo. Es lo que ha prometido en cada entrevista Pamela Jiles, quien se erige como líder —de una parte— de esa bancada. Por otra parte, en el Senado probablemente tendrá que convencer a Matías Walker y Miguel Ángel Calisto (si su proceso judicial lo permite). El tipo de cambios que estos exigirán será sustancialmente distinto a los que demanda el PDG. Es una ecuación difícil. La coexistencia de estas dos fuentes de presión conduce a que cualquier negociación será simultáneamente insuficiente para un lado y excesiva para el otro.
Dentro de su coalición tiene representantes bien estridentes, sobre todo del Partido Nacional Libertario. Vanessa Kaiser ya ha hecho gala de su capacidad de tensionar la interna, y en una entrevista en La Segunda dejó claro que no abandonará fácilmente los temas sensibles que Kast decidió no tocar en esta campaña. Es solo la primera voz que aparece en este sentido, y no es descartable que otras se le sumen. Estas discusiones prefiguran un oficialismo dividido entre quienes buscan disciplinarse para gobernar y quienes prefieren radicalizar posiciones para conservar capital simbólico.
Como si eso no bastara, es muy probable que vuelva la conflictividad callejera. A diferencia de estos años de calma, las marchas volverán a las ciudades. La crítica al Gobierno será azuzada por la oposición, que sin duda se plantará en términos duros contra Kast. Cualquier atisbo de tregua desaparecerá rápido, más todavía en un Congreso fraccionado, con una izquierda que querrá lavar sus fracasos recientes, libre ya de las ataduras de ser Gobierno.
A pesar de su utilidad, el programa de emergencia no basta para gobernar. Es un punto de partida, pero supone un conjunto de prioridades que pueden cambiar rápidamente. No podemos pensar que el país completo viró a la derecha, ni que “la batalla cultural ya está ganada”, como han celebrado algunos analistas. La crisis evidenciada en 2019 no ha encontrado cauce político, y hay una sensación de disconformidad latente que puede emerger otra vez. Nuestro cuadro político disfuncional exige una capacidad de maniobra muy fuera de lo común.
Kast enfrentará un escenario fragmentado, una coalición con tensiones internas, un Congreso hostil y una oposición libre de las responsabilidades del Gobierno. La victoria parece asegurada. La gobernabilidad, no.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.










































