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Mauro Guillén (Wharton School): “La idea de que la jubilación es el gran premio que tienes en la vida es nociva”

El vicedecano de la escuela de negocios de la Universidad de Pensilvania propone cambiar las estructuras de la sociedad para dar oportunidades a la gente, que aprenda durante toda su vida, y evitar que la frustración de quienes sienten que no encajan nutra los populismos

Mauro Guillén (Wharton School)
Mauro Guillén, en la Fundación Rafael del Pino de Madrid, antes de la entrevista.Andrea Comas
Carmen Sánchez-Silva

Este leonés de 59 años es uno de los más destacados docentes españoles en Estados Unidos, donde trabaja desde hace más de treinta años. Mauro Guillén, doctor en Sociología por la Universidad de Yale y en Economía Política por la de Oviedo, es vicedecano de Wharton School y titular de la cátedra Zandman de Gestión Internacional. Acaba de publicar en España La revolución multigeneracional (Deusto), un libro en el que incita a romper las normas con las que se rige la sociedad, el trabajo y la economía, un sistema obsoleto que cree con fecha de caducidad. “Tenemos un desfase completo entre la manera en la cual el sistema nos pide que vivamos y la dinámica de cambio tecnológico y la mayor esperanza de vida”, asegura.

Guillén plantea una organización mucho más flexible para un mundo en el que las familias nucleares (pareja de distinto sexo con hijos) sólo son el 18% del total en EE UU y el 33% en España a pesar de la posición hegemónica que se les presupone en el modelo actual que “aporta mucha predictibilidad a la economía, que así puede planificarse bien, pero que la esperanza de vida y la tecnología están tumbando”, sostiene.

Pregunta. ¿Por qué cree que se avecina la revolución multigeneracional?

Respuesta. Porque hemos organizado nuestras vidas en función de la edad, en varias etapas: estudio, trabajo y jubilación, y esto funcionaba muy bien hace 140 años, cuando el mundo no variaba mucho, la mayor parte de los trabajos eran manuales y, sobre todo, cuando no vivíamos más allá de 50 o 55 años. Pero ahora la situación ha cambiado radicalmente, también por la tecnología, que hace que los trabajos se queden obsoletos, y estamos pidiendo a la gente que sea flexible, pero en realidad lo que no es flexible es el sistema.

P. ¿Quiénes son los perennes, los protagonistas de su libro?

R. Son simplemente gente que no piensa ni actúa en función de la edad. Dicen que lo que quieren en este momento es volver a la escuela aunque tengan 50 años, por ejemplo. Eso es muy difícil bajo el sistema que tenemos, que prescribe lo que tienes que hacer en cada momento. Mientras la dinámica del mercado y la tecnología nos exigen que nos reinventemos varias veces a lo largo de la vida.

P. ¿Cómo se arregla el desfase?

R. Pues con mucha dificultad porque lo primero que tienen cambiar son las mentalidades. Por ejemplo, esa idea de que el gran premio que tienes en la vida es la jubilación es absolutamente nociva para la inmensa mayoría de los jubilados. Todo lo que conseguimos jubilándonos es que el declive cognitivo y de salud se acelere, te quedes desconectado de tus redes sociales, te sientas aislado... la sensación de soledad de las personas de cierta edad es un problema muy difícil. Y también impone unos costes muy altos a la sociedad porque hay que financiar esas pensiones y los cuidados. En un momento, además, en el que hay pocos jóvenes por la caída de la natalidad; el desequilibrio es enorme y los problemas se multiplican. Son problemas que no se pueden abordar sin cambiar el sistema.

P. ¿Y qué papel tienen que jugar las empresas?

R. Tienen que cambiar, sobre todo las grandes, y España es un ejemplo muy bueno, porque cuando un trabajador cumple 50 años, ya están pensando cómo quitárselo del medio. No nos lo podemos permitir. Es insostenible para el sistema de pensiones. Un empleado de 60 años por término medio tiene otros 25 o 26 años de esperanza de vida. Y hay otro problema: que la mayor parte de la gente odia su trabajo, por eso se quiere jubilar. El diseño de los puestos está mal hecho.

P. Pero eso es tremendamente difícil de solucionar...

R. Hay que hacer un esfuerzo por dar mejores oportunidades a la gente. Aunque eso requiere un cambio en las empresas y, por supuesto, un cambio en el sector público y en las regulaciones. Porque todos los incentivos públicos que tenemos van orientados hacia ese modelo de primero estudias, luego trabajas y después te jubilas. Los incentivos fiscales, las ayudas para ir a la universidad...

P. Dice que la sociedad posgeneracional que propugna generaría oportunidades a las empresas, ¿por qué?

R. La investigación es muy clara: cuando tienes equipos de trabajo en los que hay diversidad, ya sea de género, ya sea étnica o ya sea por grupo de edad, la productividad es mayor y la creatividad también. Hay muchas ventajas asociadas a la diversidad. Lo mismo ocurre en el sistema educativo, donde nos dedicamos a clasificar a la gente por grupos de edad y luego les damos a cada uno un título distinto, les segregamos. Lo hemos diseñado todo de una manera errónea, que tenía sentido hace 140 años, aunque ya no.

P. ¿Cómo evitar que una carrera sea lineal como hasta ahora?

R. Tenemos que cambiar las estructuras y ofrecer oportunidades para que la gente siga aprendiendo a lo largo de toda la vida, programas que les permitan reinventarse porque, si no, llega un momento en el que lo aprendido ya no sirve porque ha cambiado el entorno, la competencia, la tecnología y, entonces, muchos de ellos pierden su trabajo y luego no pueden encontrar otro similar y terminan votando a Trump. Ese es el problema, que tiene unas consecuencias políticas nefastas: los populismos en Europa y Estados Unidos se nutren de esa frustración que tiene una gran masa de gente cuando llega a los 40 o 50 años y se dan cuenta de que ya no encajan.

P. A los jóvenes se les exige decidir su futuro demasiado pronto. ¿Cómo deberíamos hacerlo?

R. Los padres hemos cometido un error muy grande: ejercer una presión enorme sobre los niños para que decidan a los 16 años qué quieren hacer en su vida. Tanta que las tasas de fracaso escolar, depresión y suicidio han aumentado drásticamente. Y ahora esto es contraproducente: no les podemos pedir que decidan por el resto de su vida porque seguramente 10 años más tarde el puesto de trabajo elegido ya no exista. A los adolescentes les tenemos que decir piensa qué es lo que quieres hacer en los próximos 10 años y asume que después vas a tener que reinventarte por el cambio tecnológico. Ahora cerca del 50% de los graduados de mi escuela en Wharton están aceptando puestos de trabajo que no existían hace 20 años.

P. Si los estudios solo van a servir 10 años, ¿qué va a pasar con las universidades?

R. Las universidades somos lo peor. Sobre todo a las que les ha ido bien porque no hay nada que te paralice más para innovar que haber tenido éxito. Las universidades vamos a empezar a cambiar a raíz de la competencia que nos va a venir cada vez más fuerte de las plataformas digitales. De momento, ofrecen un producto educativo no de tan buena calidad porque están experimentando, pero en unos años van a ofrecer oportunidades educativas comparables más baratas y más flexibles.

P. Habla mucho de reinvención, pero en un país como España con un paro muy elevado, ¿es factible?

R. España es peculiar, con una tasa media de paro alta, que no es la de Madrid, porque está distribuida de forma desigual, sobre todo anclada en el sur del país. Pero, aún así, es obvio que aquí no sabemos aprovechar el talento. El problema empieza en el sistema educativo y se magnifica en las empresas, que todavía son muy tradicionales. Si miras el Ibex ves que son las mismas empresas que hace 30 años. Hay muy poco dinamismo y eso fosiliza todo. Es complicado hacer cambios porque están cómodas y no tienen incentivos para ello.

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Sobre la firma

Carmen Sánchez-Silva
Es redactora del suplemento Negocios. Está especializada en Economía (empleo, gestión, educación, turismo, igualdad de género). Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Previamente trabajó en La Gaceta de los Negocios, Cinco Días, Ranking, Mercado e Ideas y Negocios. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense.
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