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El bum de las remesas, un salvavidas económico para millones de familias en el mundo

Los envíos de dinero por parte de los migrantes baten su récord histórico. Suman más de medio billón de euros al año, cinco veces más que hace dos décadas, y son la principal fuente de riqueza en cada vez más países

Ana Ramírez es ecuatoriana, vive en Madrid y trabaja limpiando edificios. Cada semana hace dos envíos de dinero a sus tres hijos.
Ana Ramírez es ecuatoriana, vive en Madrid y trabaja limpiando edificios. Cada semana hace dos envíos de dinero a sus tres hijos.Claudio Álvarez

El 21 de diciembre, en vísperas de la Nochebuena, el locutorio madrileño Santo Domingo (en Pueblo Nuevo, una de las zonas con mayor proporción de población migrante de la capital) celebró un sorteo que concitó el interés de centenares de vecinos. El premio: vales canjeables por entre 100 y 500 euros; una lotería de Navidad a pequeña escala. Los participantes, en su mayoría latinoamericanos, se agolpaban en las puertas del pequeño local mientras su propietario sacaba los boletos ganadores de una canasta repleta de papelitos. El único requisito para participar era haber hecho al menos diez envíos de dinero al exterior en el último año.

Casi todos tenían uno o dos boletos. Otros, como Ana Ramírez, residente desde hace dos años en Madrid, en cambio, tenía una decena: había realizado más de 100 durante todo el año, casi tres por semana. Su caso es uno de tantos: aupados por el aumento de los flujos migratorios y la buena marcha de las economías de destino, las remesas no dejan de batir récords. En 2022, el último año completo para el que hay registros, los envíos de dinero al exterior movieron 647.000 millones de dólares (566.000 millones de euros), según el Banco Mundial, que en junio pasado calculaba 656.000 millones de dólares para el año recién terminado.

Unas cifras gruesas, tanto si se observan por sí solas —es casi la mitad del PIB español o mexicano, que se dice pronto— como si se miran en retrospectiva —hace dos décadas era cinco veces menos—. Lo que no ha cambiado es la dirección: de los países ricos, receptores de migración, a otros con menos recursos, emisores netos de población y en los que las remesas se han convertido en un puntal económico y que han acelerado tanto el consumo como la inversión: buena parte del dinero que llega se destina a compra o construcción de vivienda.

“Las remesas son una de las pocas fuentes de financiación externa que continuarán creciendo en la próxima década“, escribía hace unos días Dilip Ratha, economista del Banco Mundial y autor de las últimas publicaciones de este organismo sobre el tema. “Ya han superado la suma de inversión extranjera directa y ayuda al desarrollo, y la brecha sigue creciendo”.

Lejos de frenar este fenómeno, la pandemia y la posterior crisis inflacionista lo han expoleado aún más. En el primer caso, las políticas de mantenimiento de rentas (como los ERTE, en el caso español) y la fortaleza del dólar y del euro respecto a las monedas de los emergentes apuntalaron los ingresos de millones de personas, que pudieron seguir enviando dinero a sus seres queridos. Fue, en lo macroeconómico, un auténtico salvavidas para el mundo en desarrollo. En el segundo, el crecimiento salarial se ha traducido también en transferencias de una cuantía algo mayor, a pesar del incremento en los gastos al que —como el resto de la población— han tenido que hacer frente los migrantes.

En lo micro, la huella es aún mayor. “El incremento en el ingreso de los hogares que reciben remesas alcanza proporciones gigantescas, sumamente importantes”, desliza Jesús Cervantes, investigador del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (Cemla) y voz autorizada: él fue quien inició en el Banco de México las primeras estadísticas sobre este fenómeno. “Cada vez hay más incentivos a emigrar en todo el mundo: hay más movilidad y más información. Y en el caso de América, el atractivo de la máquina económica estadounidense es impresionante”.

Cada remesa enviada encierra, ante todo, una historia de esfuerzo. Desde que llegó hace dos años a Madrid desde Ecuador y consiguió trabajo limpiando edificios, Ramírez, de 33 años, envía religiosamente dinero a sus tres hijos —todos ellos menores de 10 años—. Es un ritual que se repite dos veces en semana: cada lunes y viernes. “130 euros semanales para su alimentación, 45 para pagar a la señora que les cuida, 30 para mi cuñada que les ayuda con los deberes…”, desglosa desde un restaurante donde también trabaja por las tardes. No ha dejado de enviar dinero ni una sola semana en todo este tiempo: “Gracias a Dios tengo casas por limpiar todos los días”.

Las remesas representan una fuente vital de ingresos en muchos países de la región para hacer frente gastos como la educación, alimentación o vivienda de quienes se deciden quedar, el gatillo del nuevo auge migratorio. La región, y más específicamente América Central, concentra tres de los diez mayores receptores del mundo en términos per cápita: Nicaragua, Honduras y El Salvador, donde las remesas ahora suponen alrededor de la cuarta parte de su PIB, con las mujeres (en muchos casos madres) como principales receptoras. La tabla global la lidera Tayikistán, donde casi la mitad de su actividad económica depende del dinero llegado desde el extranjero.

Bryan Martínez vive en Madrid y hace envíos periódicos a Nicaragua
Bryan Martínez vive en Madrid y hace envíos periódicos a NicaraguaClaudio Álvarez

América Central es una parte importante de la ecuación latinoamericana de las remesas. Pero ni mucho menos única. De Ecuador, por ejemplo, salieron 190.000 personas entre 2021 y 2022, un volumen que superó la cifra de los 12 años previos, cuando cruzaron la frontera 170.000. Siempre con un destino prioritario: Estados Unidos, por mucho el mayor punto de origen de remesas del mundo: más de 80.000 millones al año, gracias a su boyante mercado de trabajo y los altos salarios. Argentina, Colombia y, sobre todo, Venezuela, también se han convertido en los últimos años enormes puntos de emigración, tomando el relevo de México.

La entrada de remesas en los países de América Latina y el Caribe creció un 8% en 2023, según las proyecciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Fueron 157.000 millones de dólares, el 23% del total enviado a escala global, pese a representar apenas un 7% del PIB mundial. El crecimiento reciente consolida, así, 15 años consecutivos de crecimiento ininterrumpido, que convierten a la región en la más activa del mundo como lugar de llegada del dinero.

Auge de envíos desde EE UU

EE UU se ha convertido en el indiscutible epicentro de esta nueva economía. Manuel Orozco, director del Programa de Migración, Remesas y Desarrollo del centro de estudios Inter-American Dialogue sitúa en 2018 el inicio del pico de envíos del gigante norteamericano. El buen ritmo de mercado laboral del gigante norteamericano, que acaricia el pleno empleo tras cinco años de sólidos resultados, ha sido un gran catalizador de los envíos. “El poder de compra del migrante ha mejorado: hay más trabajo y, por tanto, mejores oportunidades”, expone desde Washington. En paralelo, el promedio de los envíos pasó de ser 300 euros antes la pandemia a 330 en el último año.

Jesús Cañas, economista sénior de la Reserva Federal de Dallas, apunta al bum del empleo en construcción en los años de tipos de interés ultrabajos como factor coadyuvante: casi uno de cada tres migrantes en EE UU trabajan en esa rama de la economía. La fortaleza del dólar ha hecho el resto: con la misma cantidad de billetes verdes enviados, las familias reciben más dinero en divisa local.

Susan Pozo, profesora de Estudios Globales e Internacionales en la Universidad de Western Michigan y estudiosa del fenómeno desde más de tres décadas, añade otro ingrediente al cóctel: la incertidumbre de la era Trump. Fueron muchos los migrantes que, en aquellos años, sintieron dudas sobre cómo cristalizaría en hechos la retórica racista del republicano, cuya alargada sombra ha vuelto a aparecer en escena de cara a las elecciones presidenciales de este año. Su respuesta fue “diversificar” lo ahorrado, acelerando los envíos a sus países de origen.

“Esto es algo que no pasa Emiratos Árabes Unidos o en Arabia Saudí [segundo y tercer emisores de remesas, respectivamente], porque allí los trabajadores más temporales, con estadías menos permanentes. Y no les preocupa no poder quedarse en su país de origen”, apunta Pozo. De hecho, las remesas desde este último país disminuyeron en un 13% en el primer semestre del 2023, aunque una ley reciente que permite a los trabajadores migrantes traer a sus familias al país cuando trabajan podría ser la causa.

La combinación de todos los elementos anteriores condujo a un nuevo récord de envíos y fue un colchón económico frente a los estragos de la pandemia en países como México, el segundo mayor receptor de remesas del mundo solo por detrás de un gigante como India. En 2022 recibió 61.000 millones de dólares, el 2% de su PIB, en su mayoría, remitidos por quienes hicieron las maletas hace varias décadas; en los últimos años, más que en origen de migrantes, el país norteamericano se ha convertido en lugar de tránsito para millones de centroamericanos y sudamericanos.

En España, la historia no es muy diferente. El buen ritmo del empleo tras el zarpazo de la covid-19 ha permitido a miles de migrantes encontrar trabajo con mucha mayor facilidad que antaño. Hoy, uno de cada cinco ocupados son extranjeros (14,1%) o tienen doble nacionalidad (4,7%), una cifra nunca antes registrada. Una de ellas es Delsi Maldonado, hondureña de 27 años que en vísperas de fin de año acude al locutorio Santo Domingo para hacer dos envíos: a su madre y a su tía. Suelen ser 200 euros al mes, pero —como tantos otros— ha duplicado en estas fechas el monto “para que puedan comprarse algún regalo”.

En el local, abarrotado por Navidades y ornamentado con grandes mapamundis y pantallas que muestran los tipos de cambios en tiempo real, se entremezclan acentos e idiomas. La atención que prestan siete empleadas es ágil, casi robotizada. Maldonado es llamada a la ventanilla donde la primera pregunta de los clientes suele ser siempre la misma:

—¿A cómo está el cambio?

—27,28 lempiras el euro. ¿Cuánto va a enviar?

—300, por favor.

El fundador del centro de envíos, Leonardo Bastidas, de 37 años, aporta algunos datos de primera mano. Entre enero y noviembre, su local ronda los 5.500 envíos mensuales, pero en el último mes del año la cifra se dispara hasta 8.000.

Dinero que cambia el rumbo de familias... y de países enteros

La media docena de especialistas consultados coinciden en que el impacto de las remesas —sobre todo, en América Latina y el Caribe— se mide principalmente en la mejora de la calidad de vida de las familias y en las puertas que les abre a la hora de crear un negocio. Eso, a su vez, redunda en una mayor actividad económica local. Lo más parecido a un círculo virtuoso.

Los efectos, sin embargo, varían en función de dónde se pone el foco. Algunos países han empezado a recibir más remesas a medida que la situación del país se tornaba crítica en lo político o económico. Venezuela y Nicaragua son el más vivo ejemplo. En el caso de la nación centroamericana, y a la espera de los datos del año recién terminado, los envíos aumentaron un 50% en 2022. Sus dos vecinos del norte, Guatemala y Honduras también vieron crecer los envíos, con un aumento del 21% y del 15% respectivamente, según los datos del Inter-American Dialogue.

Oficina de envío de dinero Ria, en Madrid.
Oficina de envío de dinero Ria, en Madrid.Claudio Álvarez

“Nicaragua ha construido un modelo económico que el FMI cataloga de ‘captura de Estado”, explica Orozco. “No existe una estrategia de inversión social que permita construir una economía productiva, así que el sistema solo sirve para enriquecimiento de la familia que está en el poder”, prosigue “por lo que muy poca gente se invitada a invertir en negocios o a ahorrar para el futuro”.

Un hogar prototipo puede pasar de vivir con 300 dólares al mes a disponer de 300 más después de que uno de sus familiares emigre. Eso se traduce en una mejora de su alimentación y de su vestimenta, así como de nuevas oportunidades de estudio para sus integrantes. “Sin embargo, en sociedades con estructuras inadecuadas para la generación de riqueza, porque hay corrupción o porque se cometen crímenes, la gente usa esas mismas remesas para migrar”.

Este fue el camino que siguió Bryan Martínez hace dos años, cuando tomó un vuelo a España. No tardó en encontrar trabajo en un restaurante administrado por un compatriota, lo que le permitió —desde un inicio— enviar remesas a su familia. En su caso, son 200 euros. Suficiente para sus padres puedan respirar tranquilos. “Antes nos costaba cubrir las facturas de la luz o del agua. Incluso sufrimos algunos cortes de suministro”, comparte el joven, de 24 años.

Gracias a ese dinero, el padre de Martínez, que trabaja como taxista en las tradicionales bicicletas para pasajeros de Nicaragua, ha podido comprarse su propio vehículo. “Antes tenía que rentar un triciclo por 200 pesos diarios. Eran 200 pesos que dejaba de percibir; 200 pesos que marcaban la diferencia”, subraya. Cerca de 328.000 nacionales salieron del país solo en 2022, casi el 5% de la población.

La importancia de las remesas sobre la economía nicaragüense —el país latinoamericano que más dinero recibe por esta vía— no ha dejado de crecer en los últimos años. En 2023, el Banco Mundial calculaba que el 27% de su PIB dependía directamente de estas transferencias familiares o de allegados residiendo en el exterior. “Sin las remesas, el crecimiento en 2023 habría sido negativo″, asegura Orozco. A finales de noviembre, en cambio, el FMI proyectaba un alza del 4% para el ejercicio recién terminado.

Comisiones: un mordisco aún importante

El confinamiento sacudió todas las fichas del puzle de las remesas. La mayoría —por imposible que pudiera parecer en lo más crudo de la crisis sanitaria— para bien de quienes más dependen de estos ingresos. Una de las mayores fue el auge de los servicios digitales de envío de dinero, más eficientes y, sobre todo, mucho más baratos. Rafael Salazar, fundador y director general de Sendity, una de estas plataformas móviles, subraya otro punto a favor de soluciones como la suya: permiten elegir divisa: dólares, euros o la moneda local de cada país. Una facilidad adicional en un momento en el que algunos lugares pueden tener hasta tres tipos de cambio diferentes.

Ese es, por ejemplo, el caso de Argentina, un país en el que las salidas de personas en edad de trabajar han crecido con fuerza en los últimos años —a medida que arreciaba la inflación y la crisis económica— y en el que hay hasta tres tasas de conversiones: el del banco central (el más caro); entre cuentas bancarias y el de calle, el más conveniente y, también, el más económico. “En los lugares en los que se dan estas disparidades, como Venezuela, Cuba o en la propia Argentina, es donde más hemos podido crecer”. En Venezuela y en Cuba, Sendity entrega todo el dinero en efectivo en dólares.

Consciente de la importancia de estos envíos para millones de familias en países pobres y de renta media, la ONU se ha fijado como meta reducir de aquí a 2030 los costes de transacción de las remesas en un 3% y acabar con los métodos que cobran más de un 5%. Sin embargo, según los datos del Banco Mundial, las comisiones siguen siendo altas: en el segundo trimestre de 2023, el mordisco por enviar 200 dólares aún rondaba el 6,2%. En los países con corredores pequeños este problema se cronifica. El costo de enviar dinero desde Estados Unidos a Cuba rozó el 20% en la segunda parte de 2023.

Las diferencias por canales, no obstante, son enormes: los bancos cobran un promedio del 12,1%; las oficinas de correos, un 7%; y las empresas tradicionales de remesas (como Western Union, MoneyGram o Ria, por citar tres ejemplos), un 5,3%. Los operadores 100% digitales móviles son los que mejores tarifas ofrecen: alrededor del 1%, una diferencia abismal con el resto. Son, sin embargo, los menos usados todavía, con menos de uno de cada 100 envíos.

Nueva fase

La economía está inmersa en una etapa de profundos cambios. Tras la brutal subida de tipos de interés con la que los bancos centrales han hecho frente a la inflación, los ahorros acumulados durante la pandemia han ido menguando. También los de los migrantes, normalizando también el ritmo de envío de remesas. Es algo que observa Bastidas, el dueño del locutorio de Pueblo Nuevo, quien admite que pese a que han aumentado el número de transacciones, ha caído el monto de las remesas. Aunque para él, por paradójico que pueda parecer, es una buena noticia: “Por seguridad, prefiero manejar cantidades bajas de efectivo”.

El Banco Mundial proyecta que el crecimiento anual de las remesas hacia los países de ingresos bajos y medianos se moderará hasta el 3,1% este año, siete décimas menos que en 2023. En contra reman, también, la desaceleración prevista de la economía en los países ricos, y la perspectiva de mercados laborales algo menos boyantes. También la caída en el precio del petróleo, que podría reducir los envíos desde el golfo Pérsico. En el corredor EE UU-América Latina, sin embargo, un elemento permite pensar que la historia será bien distinta: el gran número de migrantes centroamericanos, venezolanos y cubanos en tránsito, varados hoy en México y en Guatemala.

Este martes, segundo día del año, Ana Ramírez fue quien terminó llevándose dos premios en la noche del sorteo del locutorio de Pueblo Nuevo. Acto seguido, empezó a llenar de nuevo su carpeta con recibos de envíos. En 2023 fueron 108. Su esperanza, sin embargo, es que ese archivador adelgace en los próximos meses: eso significará que sus hijos han vuelto a su lado. Por ahora, añadirá 30 euros más al siguiente envío, “para que salgan a darse un paseo antes de que terminen las vacaciones de Navidad”.

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