Viva el Ejército mexicano, SA
El Gobierno encomienda grandes tareas a los militares: de la construcción de una línea ferroviaria a un aeropuerto. Ahora se encargan de fabricar sus propios cascos
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, imparte todos los días una conferencia de prensa, la famosa Mañanera. Y algunas son divertidas. La de hace unos días ilustra a la perfección lo que aquí se viene a contar, cómo el Ejército mexicano se ha convertido en una gran empresa. Esto a la oposición no le hace ninguna gracia, la verdad, pero su escaso poder de voto no ha podido impedir que los militares hayan sido los protagonistas de este sexenio que toca a su fin. El presidente les ha encomendado las grandes tareas de su gobierno, por ejemplo la construcción del trazado del Tren Maya, que recorrerá el sureste del país por las tierras más hermosas y turísticas de la República. También se han encargado de levantar el segundo aeropuerto de la ciudad y de vigilar el primero, el de la Ciudad de México; han distribuido las vacunas de la covid y se han ocupado del control de puertos y aduanas, de montar decenas de sedes bancarias, los famosos bancos del bienestar, y de quién sabe cuántas cosas más que poco o nada tienen que ver con la defensa de la nación. De eso también se hacen cargo, como era de esperar.
Es tanto el presupuesto que manejan, que cualquier empresa moriría de envidia, pero lo más militar de todo es aquello que tiene que ver con los dineros y la transparencia. Opaco. Secreto. La oposición protesta. Preguntado por los periodistas recientemente, el presidente cedió el micrófono al responsable de la Secretaría de Defensa de su gabinete, el general Luis Cresencio Sandoval, del que se sabe poco, si acaso que se hacía bordar las iniciales en la ropa del hogar, como revelaron unos correos que destriparon los hackers de Guacamaya. Sandoval comentó que, en efecto, ahora el departamento de Vestuario y Equipo del Ejército también fabrica todos los cascos para los soldados, porque la empresa que los hacía no ofrecía los mejores resultados, dijo. “Ya no hay necesidad de hacer licitaciones”, anunció.
Y el hombre se enredó en una prolija explicación con diapositivas sobre la diferencia en dureza y seguridad de los cascos que fabrica el Ejército y los que vendía la empresa despedida. “Ya hicimos las pruebas balísticas. Todos los cascos tienen la función de proteger el cerebro cuando pega un impacto”, aseguró, y mostró el destrozo en el casco comercial y en el de fabricación militar después de aplicarles un tiro, como esos anuncios de crecepelo, que ponen el antes y el después de su uso. Y siguió: “La prueba se hace colocando el casco y que el proyectil pegue de manera perpendicular al casco”. “Podemos estar seguros de que nuestro personal tiene esa protección, por eso el casco es redondo, buscando que, si bien no puede detener el impacto de un proyectil, con la forma, dependiendo del ángulo, la dirección que lleva el disparo pueda ser desviado y que cause el menor daño”, seguía. En fin, que una empresa menos y un encargo más para el Ejército, la gran fábrica del país.
Las razones del presidente para depositar tanto poder en los uniformados se desconocen en sus detalles. Generalmente, les atribuye una honradez que no ha encontrado en las empresas, tradicionalmente conchabadas con el poder para exprimir al máximo las arcas públicas, explica a menudo. El amor por el Ejército no es solo cosa del presidente, la gente los recibe en las calles con admiración y orgullo en las fiestas patrias y López Obrador repite con grandilocuencia que ellos son “el pueblo uniformado”. Tampoco es mucha garantía, el pueblo, como las empresas, no está exento de corrupción. El Ejército, además, mata. Día con día, las noticias revelan algunas atrocidades contra los civiles que cometen los militares. También sufren, y mucho, pero ahora llevarán las cabezas mejor protegidas.
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