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López Obrador se abraza a la buena imagen del Ejército

El presidente apoya en los militares sus grandes proyectos y recibe a cambio funcionalidad, lealtad y poco ruido

Andrés Manuel López Obrador
El presidente, Andrés Manuel López Obrador; el secretario de Defensa, Luis Cresencio Sandoval, y el secretario de Marina, Rafael Ojeda, durante el desfile militar del Día de la Independencia en Ciudad de México.Daniel Cardenas (Getty Images)

El matrimonio entre el Ejército mexicano y el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, o su Cuarta Transformación, está consumado. A los numerosos encargos que el primero ha destinado a las Fuerzas Armadas, el jefe de los uniformados ha respondido con un sí quiero y convocado a todos al banquete. Luis Cresencio Sandoval, el secretario de Defensa, lanzó recientemente un mensaje de apoyo incondicional a la llamada Cuarta Transformación: “Como mexicanos es necesario estar unidos en el proyecto de nación que está en marcha. Lejos de las diferencias de pensamiento que pudieran existir nos une la historia”. No son pocos quienes han visto en esta arenga una peligrosa injerencia de lo militar en lo civil. Y otros muchos lamentan que sea el Ejército, o la Marina, quienes se encarguen de tareas como la construcción de un aeropuerto, del trayecto del Tren Maya, de la distribución de medicamentos o las obras de un banco público. Y aún más gente se pregunta por qué. Cuáles son las razones que animan al presidente a confiar a las Fuerzas Armadas tareas propias de la administración política. El mandatario no se ha explicado, apenas deja entrever que le guía la convicción en la honestidad de los militares. ¿Es razón suficiente? ¿Quiere eso decir que no confía en el resto de la población, empresarios, constructores, organismos públicos, funcionarios?

El Ejército goza de una consideración social muy alta en México. A pesar de sus desmanes cuando ha hecho uso de la fuerza socavando los derechos humanos, a la población le pesa más en su imaginario las ayudas que presta cuando la naturaleza se pone brava: huracanes, terremotos, inundaciones. “Esta reputación es una constante en los últimos 25 años. No solo son los primeros que llegan a las tareas de salvamento, hay misiones de carácter sanitario, incluso cortan el pelo a los lugareños en algunas zonas”, dice el responsable de la empresa de investigación y opinión Parametría, Francisco Abundis. Por tanto, el analista descarta que López Obrador trate de rescatar el buen nombre del Ejército, quizá desprestigiado por sus implicaciones con el narco y las matanzas asociadas a sus balas. No, más bien sería al contrario. Puede que el mandatario se arrime a ellos por el prestigio de la institución armada.

Como ocurre normalmente con el presidente hay que leer entre líneas y aventurar una interpretación. El pasado miércoles, en la fiesta de celebración de su tercer año de mandato, con el Zócalo abarrotado de seguidores, López Obrador asoció a los soldados con su palabra fetiche: el pueblo. “Ellos también son el pueblo”, dijo. Y es cierto que la composición demográfica de las tropas proviene de las clases humildes. Por tanto, alejadas de esas élites que el dirigente siempre pone en el lado de las críticas más amargas: los académicos, los corruptos de cuello blanco, las clases acomodadas. La ecuación está hecha: “Primero los pobres”.

En México hay 214.596 militares y sus desfiles son seguidos con devoción en las fiestas de guardar. Lejos de la historia de golpismo que lastra a la institución en Latinoamérica o España, por ejemplo, en el país norteamericano los tiempos contemporáneos situaron a los acuartelados al lado de las revoluciones contra los dictadores desde tiempos de Porfirio Díaz y la derrota del general Victoriano Huerta. Y muchos de los presidentes han ostentado el cargo de general, aunque no tuvieran una formación militar como tal, sino que hicieron su carrera en las tropas revolucionarias. Esto fue así hasta la llegada al poder de Miguel Alemán en 1946, el primer civil. La relación el Ejército con la política “siempre ha tenido en México reglas no escritas, por ejemplo que el titular de Defensa en el Gobierno siempre sea un general en activo, algo que contraviene incluso a la Constitución que obliga a dejar el puesto seis meses antes”, explica Alejandro Martínez Serrano, maestro en Administración Militar para la Seguridad y Defensa Nacionales.

“Creo que López Obrador, crítico con las Fuerzas Armadas cuando estaba en la oposición, lo que ve en ellas ahora es funcionalidad y lealtad”, es decir, el personal que le sacará adelante sus proyectos sin problemas añadidos. Con disciplina y en silencio. Es “una lealtad pagada”, porque ellos reciben beneficios, dice Martínez Serrano, que es profesor en la UNAM de Relaciones Internacionales y en la Universidad de Negocios ISEC. “La alta jerarquía recibe beneficios y la tropa no está mal pagada, alrededor de 12.000 pesos al mes. Así que, aunque es profesión de riesgo, también es una salida laboral y de su entorno social”, sigue Martínez.

El presidente, algunas veces predecible, se mantiene oscuro en esta relación con el Ejército después de que, en sus tiempos de líder opositor, prometió devolverlo a los cuarteles y que hoy levanta críticas entre la gente de izquierdas, es decir, sus propias huestes. “No podemos más que especular sobre qué le anima para confiar tantas funciones a los militares”, empieza Teresa Martínez Trujillo, investigadora de la Escuela de Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey. “Pero creo que está utilizando la misma lógica política de siempre: ellos son el pueblo uniformado por contraposición a las élites a las que ataca. De esta forma desvía la mirada hacia otras narrativas, porque no es verdad que el Ejército tenga una honestidad probada y también ha habido siempre élites militares”.

A juicio de esta profesora, también investigadora en México Evalúa, una explicación al uso de las fuerzas armadas en tantos proyectos civiles es que “al presidente le resultan eficientes. López Obrador ha desmantelado instituciones civiles que descansaban en expertos y eso ha causado estragos en ciertas burocracias, un hueco que ahora vendría a llenar el Ejército”. Pura logística, como la distribución de medicamentos, en manos de las farmacéuticas primero, que el presidente desbarató para entregar esta encomienda a una empresa pública. Pero los medicamentos no llegaban. Ahora serán los militares los encargados, como ya hacen con las vacunas contra la covid. “Se queda con quienes le son leales, lo que no quieren decir que sean muy eficientes”, añade Martínez Trujillo. “El Ejército puede no saber cómo hacer un aeropuerto, pero lo harán”.

El sexenio tiene varias obras públicas como símbolo y han de acabarse sin interferencias. Y sin ruido. “El Ejército es una corporación con intereses y lo que le había distinguido en el último período del México contemporáneo era precisamente la reducción de su espacio”, señala Humberto Beck, profesor del Colegio de México. Ahora el presidente “está intensificando el romance con las Fuerzas Armadas”. ¿Por qué lo hace? En su opinión, porque “encontró en el Ejército una herramienta perfecta que él puede utilizar para cualquier fin que se proponga, saltándose deliberaciones, discusiones” y trámites burocráticos. El decreto publicado hace dos semanas con el que el Gobierno blinda sus grandes proyectos de infraestructura como el Tren Maya o el aeropuerto internacional Felipe Ángeles declarándolos asunto de seguridad nacional e interés público responde abiertamente a ese interés, evitar obstáculos y trabas administrativas, reconoció el presidente durante una mañanera.

López Obrador parece dividir al Ejército en dos mitades, la luminosa y la oscura. “La palabra militarización sirve para definir a un Ejército que reprime a la población, pero cuando se trata de obras civiles no es militarización. Ese es el lado luminoso. Cada mandatario asume uno de esos lados. Este presidente se coloca del lado luminoso”, explica Martínez Trujillo. “Es una lógica por decreto: el Ejército ya no asesina, no viola, porque yo di la orden de que eso no ocurra, parece decir el presidente. Ya no hay balazos”.

Alejandro Hope, analista de seguridad, opina que el presidente “ve a las Fuerzas Armadas como un baluarte de su legado más allá de 2024″. Por esta razón, ha redoblado una apuesta por los uniformados, y “trata de justificarse ante una parte de su electorado que ve con recelo a los militares”, intentando echar por tierra esas barreras que los separan de la sociedad. “Él plantea un juego semántico. Es decir, defiende que esto no es militarización porque los militares son buenos, en cambio sí es militarización cuando los militares son malos. Nos dice que las fuerzas armadas son pueblo y aliadas de la transformación”, continúa este exfuncionario del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), organismo federal de inteligencia disuelto por el presidente hace tres años. De ahí que el mandatario vea necesario también modificar sus atribuciones, facultades como la gestión de obras estratégicas y “tramos completos de la administración pública”. Si el propósito inicial puede ser positivo porque inaugura funciones civiles no relacionadas con el uso de la fuerza, a posteriori tiene un efecto bumerán, ya que en la práctica supone una enorme cesión de poderes.

Los militares pueden asomar una cara u otra, según dónde les pongan, defiende el profesor Martínez Serrano. “Si los quieres impecables no se les puede meter en tareas de seguridad ni cuestiones que pueda ocasionar episodios de corrupción”, dice. En efecto, muchos militares en retiro se encargan de dirigir la policía en numerosas ciudades y la corrupción es rampante. Por otro lado, también les han salpicado, como a medio país, asuntos de corrupción en el propio seno de la institución. “El problema es que faltan controles civiles, el Ejército es como una caja negra de la que nadie sabe, sin visibilidad. Si apenas la hay en otros ámbitos, en lo militar, menos”, señala la investigadora Martínez Trujillo. Y el decreto gubernamental no viene más que a añadir oscuridad al desarrollo de las obras públicas. O, como dice Martínez Serrano, “si no hay supervisión, hasta el más justo peca”, añade Martínez Serrano.

México es “de los poquísimos países del mundo en el que las Fuerzas Armadas tienen dos carteras en el Gobierno, una para el Ejército de Tierra y otra para la Marina”, señala Martínez Serrano. Eso es algo que se decidió en 1939 “para no poner todos los huevos en la misma canasta”, prosigue. “No es novedoso el recurso al Ejército en esta Administración. Muchos otros presidentes antes los tuvieron en sus gabinetes. Porque tenerlos al lado es la forma de tenerlos de su lado”, dice. Y nunca se sabe con los militares. Ejemplos de su voracidad política y de poder hay por cientos en otros tantos países. “Fox incluso nombró como procurador general [fiscal] a Macedo de la Concha, un militar”. Así que, con motivos o sin ellos, la tradición continúa.

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