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Petrobras: la gallina de los huevos de oro de Brasil se hace mayor

La empresa petrolera cumple 70 años con la vista puesta en el mar ecuatorial de la Amazonia, asomándose a la transición energética y con el trauma de la corrupción

Petrobras Brazil
Refinería de Petrobras en Duque de Caxias (Brasil).Dado Galdieri (BLOOMBERG)
Naiara Galarraga Gortázar

La brasileña Jessica Vieira, 26 años y tres hijos, no tiene ni idea de a cuánto cotiza el barril de Brent, pero no necesita leer ningún informe de Bolsa para saber que a las petroleras les va fenomenal. Aprecia los enormes cambios que el oro negro traído en los últimos años a Maricá, una ciudad al norte de Río de Janeiro que se asoma al Atlántico. Además de los autobuses gratuitos, el impoluto paseo marítimo, la apertura de negocios, la llegada de nuevo vecinos y las oportunidades de empleo, Vieira recibe cada mes una especie de renta básica municipal como otros 42.500 vecinos pobres. A Maricá y a la señora Vieira les tocó la lotería cuando en 2007 Petrobras descubrió crudo justo enfrente de su trocito de costa a miles de metros de profundidad bajo una capa de sal.

El llamado presal es la gallina de los huevos de oro de Petrobras, que cumple 70 años el 3 de octubre. La petrolera, que hace una década era noticia planetaria al protagonizar uno de los mayores escándalos de corrupción del mundo, ha pasado esa página que la dejó traumatizada. Disfruta de los beneficios récord que la guerra de Ucrania ha traído a sus resultados, como a otras petroleras, mientras en el horizonte asoman desafíos de calado.

Entre otros motivos, porque la producción de ese crudo que ahora resulta tan lucrativo empezará a menguar hacia finales de esta década, según las estimaciones, y porque su apuesta por la transición ecológica es menos decidida que la de otros competidores. Hasta 2027 dedicará un 6% de sus inversiones a energías limpias, cuando la Agencia Internacional de la Energía recomienda un 15-20%.

El Estado brasileño, principal accionista de Petrobras, vive en la encrucijada que supone acoger en su territorio casi toda la Amazonia —ecosistema vital para frenar el calentamiento global— mientras un negocio tan contaminante como el crudo es uno de los motores de su economía. Como “muy desafiante”, describe el actual momento de la compañía João Victor Marques, investigador especializado en Energía de la Fundación Getulio Vargas. “Busca nuevas fronteras, está centrado en el presal y revitalizando pozos maduros. Ha reducido su participación en proyectos en el extranjero. Y está el desafío de hacer la transición de empresa petrolífera a empresa de energía, necesita diversificar el negocio”.

La compañía, una de las mayores de Brasil, perdió el monopolio del petróleo hace un cuarto de siglo. Alcanza las siete décadas con una producción diaria de 3,1 millones de barriles, un beneficio de 35.000 millones de dólares el año pasado (el mayor de su historia, casi el doble que en 2021), 56 plataformas, unas reservas de 10 billones de barriles y 45.000 empleados.

Los últimos 15 años han sido una verdadera montaña rusa. La euforia por el descubrimiento de enormes bolsas de petróleo 300 kilómetros mar adentro, a 10 kilómetros de profundidad bajo una capa de sal de dos kilómetros fue enorme. Caló la idea de que era la panacea. Aquel maná resolvería todos los problemas de los brasileños. El entonces (y ahora) presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, posó sonriente para la historia con la manos pringadas de crudo… Brasil estaba a punto de dar un gran salto adelante.

Pero no. La investigación Lava Jato descubrió una trama corrupta descomunal en la petrolera. Políticos y jefes de Petrobras recibían sobornos de empresas a cambio de adjudicar contratos inflados. Fue un golpe demoledor, entró en pérdidas, la deuda se disparó y llegaron los número rojos. Solo en 2018 regresó a la senda de los beneficios.

Durante el reciente mandato del ultraderechista Jair Bolsonaro, vendió refinerías y gasoductos para centrarse en la extracción y reducir la deuda. Y fiel a su carácter explosivo, el militar retirado echó a tres presidentes de Petrobras descontento con los precios del combustible. También con Lula es un asunto sensible. Quiere brasilizar los precios en la gasolinera para que dejen de estar sujetos a los vaivenes del mercado internacional.

Lula colocó al frente de Petrobras a Jean Paul Prates, de 55 años, un veterano del sector que fue senador del Partido de los Trabajadores. Es muy crítico con la venta de activos de los tiempos de Bolsonaro y ve a la compañía “como una tortuga asustada, con la cabeza y las patitas dentro del caparazón”, según dijo en una entrevista con el diario O Globo en mayo.

El pulso entre Petrobras y el Ministerio brasileño de Medio Ambiente en torno al futuro de las aguas frente a la desembocadura del río Amazonas ilustra el dilema de Brasil. La nueva tierra prometida de la petrolera se extiende sobre la línea del Ecuador, en el tramo más al norte de la costa brasileña. “La franja ecuatorial es la gran frontera exploratoria para garantizar el aumento de producción en las próximas décadas”, explica Marques, de la FGV.

La solicitud de la petrolera para explorar a 175 kilómetros de la costa de Amapá (Brasil) y ver si hay reservas tan lucrativas como las que ya explota la vecina Guyana fue rechazada por la agencia medioambiental en mayo pasado por falta de garantías ante posibles derrames. Las autoridades medioambientales pidieron estudios más detallados. La región albergaría un potencial de 14.000 millones de barriles.

Pero el presidente de la petrolera ya advertía en la citada entrevista: “Nadie va a dejar de explorar nuevas fronteras de un día para otro. Centrándolo todo en la transición energética. Es un doble desafío”. Sugería entonces repartir menos dividendos para sufragar la adaptación a los nuevos tiempos.

Pulso en el Amazonas

Para Petrobras el proyecto del delta del Amazonas es capital como demuestra que le dedique casi la mitad de los fondos destinados a la búsqueda de nuevos yacimientos, como detalla Marques. Este recalca que el petróleo de esa área “deja una huella de carbono muy por debajo de la media mundial” y que Petrobras ya extrae crudo en otras dos zonas terrestres de Amazonia.

Es, en cualquier caso, una dura batalla que se libra en el plano técnico y en el político. Genera fricciones dentro del Gabinete y nadie olvida en Brasil que la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, ya dimitió en su anterior mandato en protesta por la construcción de la hidroeléctrica de Belo Monte, también en Amazonia.

Lula se niega a renunciar al petróleo de la Amazonia, como le reclamó públicamente el presidente colombiano, Gustavo Petro, durante una cumbre medioambiental en Belén este agosto. La decisión de los ecuatorianos, aprobada en un reciente referéndum, de no tocar el crudo del parque natural Yasuní ha dado nuevos bríos a los ambientalistas brasileños.

Flávia Guedes, de la ONG Instituto Mapinguari, de Amapá, alerta de que los planes de Petrobras entrañaba notables riesgos para esa región, donde la actividad pesquera es vital y que además posee amplias zonas de manglares, un ecosistema en el que no existen experiencias de cómo limpiar un derrame, según explica. La batalla se centra ahora, dice por videoconferencia desde Macapá, en “informar a los pescadores, los más vulnerables a los argumentos de la empresa, sobre los riesgos y las potenciales ventajas” mientras estudian qué condiciones poner si finalmente hay luz verde para buscar petróleo.

Recuerda la activista que las promesas sobre los beneficios de otros proyectos nunca se materializaron. A los hechos se remite, el apagón de 2020 en Amapá: “Estuvimos 20 días sin luz ¡aunque tenemos cuatro hidroeléctricas en el Estado!”.

En cambio, a 3.700 kilómetros al sur, en Maricá, todo son elogios al petróleo. No sorprende porque es la ciudad que más royalties recibe por la extracción de crudo y gas en todo el país. El año pasado sumaron 3.500 millones de reales (660 millones de euros) para una población de unos 200.000 habitantes, buena parte de ellos atraídos por la fiebre del oro negro. Ese dineral se traduce en los 38 euros mensuales de renta básica, otra ayuda para trabajadores informales, autobuses y bicicletas gratis, becas universitarias para los más pobres y proyectos de investigación con la vista puesta en el futuro. Pretenden ser una Noruega a microescala. Aprovechar esta lotería para financiar políticas sociales a largo plazo.

El concejal de Desarrollo Económico, y Petróleo de Maricá, Igor Sardinha, explica en su despacho: “Tenemos que trabajar con la seguridad de que ese fin [del petróleo] va a llegar. Es un bien finito. O quizá sigue existiendo pero ya no será tan necesario ni valioso. Por eso trabajamos en varios frentes y hemos creado un fondo soberano”. Ahí depositan automáticamente entre el 10% y el 15% de los royalties. Conscientes de que la economía local está recalentada, sueñan con que la energía limpia genere empleos. Por eso han invertido en un proyecto de la Universidad Federal de Río de Janeiro sobre las posibilidades del hidrógeno con el deseo de que pueda abastecer los autobuses públicos, ser rentable y poder crear una planta de producción de vehículos ecológicos.

El concejal Sardinha es muy consciente de los altibajos del sector porque creció en Macaé, una ciudad cercana regada en los noventa con dinero petrolero que no supo exprimir aquella oportunidad y ahora languidece.

La señora Vieira, cuya prioridad es encontrar un empleo de ayudante de autopsias, disfruta de la bonanza sin pensar en el día después. Sabe bien lo dura que puede ser la vida. No tuvo infancia porque trabajó desde los 8 y a los 14 estaba casada.

El responsable municipal de desarrollo económico sí que vive pendiente de la cotización del Brent y de noticias internacionales como la guerra de Ucrania porque de eso depende el presupuesto.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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