¿Por qué importa América Latina?
Solo hace falta menos arrogancia, más conocimiento mutuo y negociar con realismo
Desde que un navegante genovés, provisto de cartografía portuguesa y experiencia en la navegación hacia África en barcos españoles, llegara en una expedición financiada por la monarquía española a lo que un alemán llamó América en homenaje a un cartógrafo florentino que escribía en latín, la cultura, la historia y los intereses de Europa y de América Latina han estado entremezclados. El comercio y la plata americana posibilitaron el nacimiento de la revolución burguesa europea, y las independencias crearon a la América Latina moderna, que, por valores, cultura, e intereses, sigue siendo la región emergente más compatible con Europa.
Esa compatibilidad no impide que las relaciones entre ambas regiones no solo estén por debajo de lo deseable, sino que periódicamente entren en prolongados letargos de los que solo salen cuando ocurren acontecimientos extraordinarios. Uno de esos episodios puede ser la celebración esta semana, bajo la presidencia española del Consejo, de la tercera reunión UE-CELAC, una cumbre que no se realizaba desde hace ocho años.
Que España destaque la importancia geopolítica y económica del encuentro no es una novedad. América Latina siempre ha figurado entre las prioridades de las sucesivas presidencias españolas para, una vez pasado el turno rotatorio, volver a caer en algo bastante parecido a lo que le ocurre a Diego Zama, el protagonista de la novela de Benedetto: entrar en una interminable espera de la firma de la enésima versión del Tratado de Mercosur o de algún otro acuerdo estratégico, fiscal o medioambiental.
Hay muchas razones que explican por qué ambas regiones se empeñan en no maximizar sus complementariedades e intereses compartidos. La más llamativa es el predomino de los relatos sobre los datos. Como describe el análisis realizado por el Real Instituto Elcano, los europeos tienden a creer que América Latina sigue siendo un “fracaso” económico y un “desastre” político, y que los socios europeos y norteamericanos han abandonado la región abriendo así la puerta a la hegemonía China.
Como todas las narrativas, la anterior tiene elementos de verdad y de fantasía. Medir el fracaso económico de América Latina usando la pérdida de peso de sus economías en el PIB mundial —del 12% en 1980 al 7,2% en 2023— no es una validación del declive latinoamericano —la UE duplica el fracaso de América Latina al perder 12 puntos y no 5—, sino la prueba del éxito de China. Mas tóxica aun es la persistencia de América Latina como región asediada por homéricas crisis que irradian al resto de la economía mundial. Los datos muestran que la región ha pasado de ser protagonista a actor de reparto en la generación y contagio de crisis. Mientras que entre 1970 y en el año 2000 tuvo una de cada tres crisis globales, en las primeras dos décadas del XXI ha tenido una de cada seis. Y no por buena suerte, sino porque su gestión macroeconómica —con las dos grandes excepciones de Argentina y Venezuela— es similar a la del resto de las economías. Esta mayor estabilidad ha permitido la creación de una amplia clase media, la reducción de la desigualdad y la erradicación de la pobreza extrema. Gracias a una nueva generación de políticas sociales, incluso sostener una mayor salud y educación en una región que hoy tiene el índice de desarrollo humano más alto de los países emergentes.
Los datos, cuando se les pone en contexto, matan los relatos. Un caso emblemático es la supuesta hegemonía China. No es el caso de México y Centroamérica, pero es que aunque en los países de Sudamérica el peso comercial de China sea importante —por las materias primas— en términos de inversión directa o de financiación, China tiene un peso muy por debajo de su presencia global. Y no, no es una cuestión de tiempo: en los últimos diez años, China ha acumulado —y solo en un puñado de países— un stock de alrededor de 120.000 millones de dólares en inversión directa y de menos de 100.000 millones de dólares, frente a los más de los 125 millones de dólares que, en promedio y cada año, la región recibe cada una de esas categorías de inversión. Y si hablamos de flujos migratorios, armas, intercambios de estudiantes o productos culturales, la hegemonía china no existe. America Latina es mucho más americana y europea de lo que pretende el relato aparentemente hegemónico. Si la UE y America Latina esta vez miran a los datos en lugar de al relato, quizás se puedan dar cuenta de la inmensa oportunidad que ambos tienen al alcance de su mano. Solo hace falta menos arrogancia, más conocimiento mutuo y negociar con realismo. Los intereses y valores compartidos están ahí esperando. Como Godot.
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