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INCENDIOS FORESTALES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cielos naranjas, alertas rojas y futuro

Dentro de poco sufriremos catástrofes climáticas aún mayores. Ese escenario ya está aquí; basta con mirar arriba

Una mujer con mascarilla fotografía el cielo de Nueva York el 7 de junio.
Una mujer con mascarilla fotografía el cielo de Nueva York el 7 de junio.ANGELA WEISS (AFP)
Paul Krugman

Así es como termina el mundo. No con un estallido —es decir, con una catástrofe universal repentina—, sino con una serie de catástrofes locales más pequeñas que van aumentando de tamaño y extendiéndose. He visto un sorprendente número de quejas sobre el espacio dedicado en los medios a los cielos naranjas y las alertas rojas de Nueva York. James Fallows, exdirector de The Atlantic, escribe: “Cualquiera que haya vivido en una gran ciudad china o india en las dos últimas décadas, o en el noroeste del Pacífico, la zona de la bahía de San Francisco o el sur de California durante los incendios de Estados Unidos y Canadá está pensando: ‘Sí, nos dan pena todos los que están en Nueva York, asfixiada por el humo. Y no podemos no darnos cuenta de la diferencia de atención prestada por la prensa”. Es verdad, pero la polución del aire en las ciudades asiáticas es producto de las condiciones locales. El reciente agravamiento del problema de la contaminación debida a los incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, en cambio, ha sido un presagio del desastre climático que se avecina, y debería haberse considerado como tal. Sin embargo, la cuestión no es que el desastre de la calidad del aire de Nueva York esté recibiendo demasiada atención, sino que sus predecesores no recibieron la suficiente.

Sí, es injusto que los cielos llenos de humo de Nueva York, que sigue siendo el centro del universo mediático, reciban una atención que no reciben crisis comparables en otros lugares. Pero eso es un asunto secundario si lo comparamos con la importancia de aprender de estas crisis ahora que suficientes personas influyentes han visto con sus propios ojos lo que está ocurriendo. Así que permítanme hacer algunas observaciones acerca de esta catástrofe que ha alterado la vida de decenas de millones de personas y que se cobrará un alto precio en materia de salud, incluido un buen número de muertes prematuras. La mayoría de estas observaciones son casi vergonzosamente obvias, pero las políticas relacionadas con el cambio climático han estado condicionadas en gran medida por la negación de lo obvio por parte de algunos hasta que llega el desastre, y a veces incluso después.

Los climatólogos llevan décadas diciendo que el calentamiento global tendría como consecuencia la proliferación de los incendios forestales. El año pasado un informe de Naciones Unidas advirtió de una “crisis mundial de incendios” a medida que muchas zonas de bosque se calientan y resecan. En efecto, los cielos cubiertos de humo al otro lado de mi ventana constituyen una confirmación de lo que sostiene la mayoría de la climatología: los expertos no predijeron este desastre en concreto justo para esta semana, pero es exactamente la clase de fenómeno que llevan tiempo avisándonos de que ocurriría. Aun así, no esperen que los negacionistas del cambio climático, que a estas alturas controlan a todos los efectos el Partido Republicano, se dejen convencer. El miércoles, Rudy Giuliani preguntaba sobre la neblina naranja de Nueva York: “¿Se debe a los incendios, al cambio climático, o a algo más siniestro?”.

De hecho, las teorías de la conspiración sobre esta catástrofe se han propagado, pues sí, como el fuego. Los incendios de Canadá han sido provocados por armas de energía dirigidas (la versión actualizada de los láseres espaciales judíos); no, los han originado los drones del gobierno o los activistas antifa, o en cualquier caso, forman parte de un complot para obligar a la gente a llevar otra vez mascarillas (cosa que debería hacer) y volver al confinamiento.

Dada la reciente historia política, sería muy mala idea dar por sentado que esas teorías de la conspiración no van a ganar terreno. Pero volvamos a la cordura. Creo que es justo decir que incluso las personas que aceptan la realidad climática suelen suponer que aún faltan años para que se produzcan las consecuencias graves. Yo mismo me sorprendo a veces pensando así, aunque racionalmente sé que no. Sin embargo, hace tiempo que está claro que los daños consecuencia de los cambios en el clima irán aumentando poco a poco, a medida que lo que antes eran catástrofes impredecibles se vuelvan más grandes y más frecuentes, y que las inundaciones, los incendios y las sequías que antes ocurrían una vez cada siglo empiecen a producirse cada pocos años, afectando a más y más gente. La crisis climática se volverá mucho peor, pero el hecho es que ya está muy avanzada.

Y no hay ningún lugar seguro. Algunas personas tendían a dar por hecho que el calentamiento del planeta solo es malo para lugares lejanos en los que ya hace calor, como la India y Oriente Próximo, y que incluso podría ser bueno para quienes viven en climas más fríos. Pero ahora Canadá está en llamas, y el centro del Estado de Nueva York —hasta ahora famoso por sus fríos inviernos y sus nevadas por efecto lacustre— se ha visto tan afectado o más que su capital. Las cosas podrían ser peores. De hecho, seguro que serán peores: ni siquiera una acción climática eficaz será suficiente para evitar que las catástrofes sean cada vez mayores y más frecuentes durante muchos más años.

La buena noticia, si es que se le puede llamar así, es que por fin estamos empezando a ver medidas reales frente al cambio climático. Todo indica que las recientes iniciativas estadounidenses para fomentar la transición energética están funcionando mejor y más deprisa de lo que preveían incluso sus defensores, y que el sector privado se está apresurando a invertir en energías limpias. Además, hay motivos para esperar que otros países sigan caminos similares. Así que al menos queda alguna esperanza de que aún podemos evitar una catástrofe total. Pero, en el mejor de los casos, nuestra reacción tardía al calentamiento ralentizará la acumulación de gases de efecto invernadero, pero no la revertirá, de manera que el clima no va a mejorar. Si acaso, empeorará más lentamente. En consecuencia, en el futuro cercano nos enfrentaremos a catástrofes climáticas aún mayores. Y ese futuro ya ha empezado. Basta con mirar hacia arriba.

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