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ApS: alumnos comprometidos y listos para cambiar el mundo

La metodología del aprendizaje-servicio combina la adquisición de competencias curriculares con una intervención social para mejorar el entorno más cercano de los estudiantes

Los alumnos de 2º de la ESO del colegio Sagrado Corazón, en Pamplona, participan en el diseño y plantación de unos jardines.
Los alumnos de 2º de la ESO del colegio Sagrado Corazón, en Pamplona, participan en el diseño y plantación de unos jardines.FESOFIABARAT
Nacho Meneses

Formar a ciudadanos con una visión social y solidaria, capaces de transformar el mundo y que no estén solamente preocupados por su propio beneficio personal. Esa es la máxima que sostiene el aprendizaje-servicio (ApS), una metodología basada en proyectos en los que confluyen la adquisición de conocimientos con una aplicación práctica en forma de servicio a la comunidad. Acompañamiento a mayores, recuperación de entornos forestales, sensibilización social y medioambiental, fomento de la ciencia, accesibilidad de entornos urbanos, cuenta cuentos, apoyo a la diversidad... Iniciativas de toda índole que implican a niños, niñas y jóvenes de cualquier edad, porque si hay algo que tienen en común todas ellas es que esta filosofía puede aplicarse a cualquier etapa educativa, desde infantil a la universidad.

Porque se trata, en definitiva, de aprender haciendo un servicio a la comunidad. Un afán en el que los niños pasan de ser “los ciudadanos del mañana” a convertirse, ya hoy, en ciudadanos activos y comprometidos para conseguir una sociedad mejor. “Y lo hacen dentro del currículo de una asignatura que está impartiendo un determinado profesor. Más que una metodología, es toda una herramienta de transformación social que representa una manera de entender una educación comprometida basada en la realidad”, sostiene Javier Torregrosa, presidente de la Red Española de Aprendizaje-Servicio. De ahí, apunta, el compromiso de muchos ayuntamientos, entidades sociales y centros educativos, ya que se trata de “uno de los métodos de aprendizaje más eficaces, porque los chicos y chicas encuentran sentido a lo que estudian cuando aplican esos conocimientos y habilidades en una práctica solidaria”, afirma en su web Roser Batlle, pedagoga y especialista en aprendizaje-servicio. Algo que tienen claro en el CEIP Malala, en Mairena del Aljarafe (Sevilla).

En la localidad madrileña de Coslada se desarrolla, por ejemplo, un proyecto de ApS enfocado en la donación de sangre que ha conseguido aumentar de forma significativa el número de nuevos donantes en la Comunidad de Madrid. Partiendo de la asignatura de Biología como referencia básica curricular, los estudiantes de 3º de la ESO de varios institutos se enfrentan cada año al reto de organizar un maratón de donación de sangre, para el que previamente llevan a cabo otras acciones en asignaturas como Matemáticas (donde la estadística permite realizar un estudio del perfil tipo de donante en la localidad), Lengua (para aprender a crear un eslogan), TIC (para el diseño de los carteles) e incluso Educación Física (para preparar la coreografía de un flashmob a la puerta del hospital con el que llamar la atención de la gente).

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Es importante destacar que el aprendizaje-servicio es mucho más que un voluntariado, porque a la acción social le añade el desarrollo de unas competencias que abarcan tanto conocimientos formales como un conjunto de habilidades blandas (trabajo en equipo, resolución de conflictos, pensamiento crítico, empatía...) que les serán esenciales a lo largo de la vida. Entre otros beneficios, Torregrosa señala que el ApS “mejora los resultados escolares y facilita el éxito del alumnado, fundamentalmente porque plantea cuestiones reales conectadas con lo que les enseñan en la escuela. Pero, además, porque cuando el alumno descubre que lo que está aprendiendo puede ser de utilidad para otros, y que él es el protagonista, su motivación aumenta”. Y añade: “El que ellos se sientan ciudadanos comprometidos con su entorno es un gran valor”.

Llevado a un nivel universitario, el aprendizaje-servicio representa el reto de aplicar lo aprendido a problemas reales más complejos, “lo que les permite adquirir su competencias y conocimientos con actores y entornos más cercanos a la realidad de la profesión para la que se preparan, incentivando además su compromiso con la sociedad”, señala el politólogo Manuel Rodríguez. Junto con Almudena Cano, doctora en Arquitectura, se esfuerzan por facilitar a los estudiantes universitarios la oportunidad de trabajar con los agentes sociales para conseguir una regeneración social, cultural y ecológica: “Es necesario enfocar la educación hacia proyectos de mejora del territorio... Hoy tenemos la oportunidad de extraer experiencias de todo el mundo, aplicarlas y adaptarlas a nuestro entorno más cercano”, así como de generar experiencias que sirvan de inspiración en otros lugares. “El viejo mantra de “piensa globalmente, actúa localmente” es hoy más real que nunca”.

“El siglo XXI está trayendo retos cada vez más complejos para los que no existe una única solución: el cambio climático, la despoblación, la brecha generacional, la digitalización, el aumento del discurso del odio en redes sociales… Con los proyectos de aprendizaje servicio, los alumnos pueden profundizar en su práctica profesional abordando problemáticas como la diversidad, la inclusión, el género, la redistribución de poder económico y político o los movimientos migratorios”, señala por su parte Cano. “Todo ello les obliga a repensar su rol como profesionales y como ciudadanos para con la sociedad, y a cambio, los colectivos que participan en los proyectos recibirán propuestas y estudios para que inicien procesos de transformación social y urbana, mitiguen sus efectos negativos o tejan redes que les permitan mejorar sus oportunidades”.

Proyectos para cualquier edad

En el aprendizaje-servicio, todos pueden convertirse en agentes activos que contribuyan a mejorar su entorno más cercano (el barrio, el pueblo...). La edad no es un factor determinante, como demuestran los alumnos de Educación Infantil de un colegio de Paterna (Valencia), ubicado junto a un centro de día de personas mayores. Cada jueves por la mañana, varios niños de tres, cuatro y cinco años acuden allí a realizar con ellos las actividades contempladas en su programación educativa: si hoy toca el otoño y analizar las hojas, pues lo hacen con las personas mayores. “Y eso cambia la dinámica del centro, porque se sienten acompañados por esos niños. El personal del centro no tardó en darse cuenta: todos los días falta gente, excepto el jueves, porque nadie quiere perderse a los pequeños”, opina Torregrosa.

En Marchena (Sevilla), y para luchar contra la contaminación del río, los estudiantes de un centro de Primaria hacen cada curso campañas para concienciar a la población y recoger aceite usado, evitando su vertido al río. Y luego, en enero, aprenden cómo utilizarlo para fabricar jabón de forma tradicional, que luego reparten por entidades sociales e incluso donan a países en vías de desarrollo: “Estos chicos están haciendo ya un proyecto extraordinario. No el día de mañana, sino aquí y ahora”, reivindica Torregrosa. “Al descubrir esa realidad, al salir a la calle con una mirada que pueda descubrir las necesidades de su entorno, y que busque la forma de ayudar desde el centro escolar... Solo eso ya es muy educativo”.

Los alumnos de 6º de Primaria del CEIP Casalarreina, en La Rioja, crearon un comic digital para ayudar a niños hospitalizados.
Los alumnos de 6º de Primaria del CEIP Casalarreina, en La Rioja, crearon un comic digital para ayudar a niños hospitalizados.CEIP Casalarreina

Los ejemplos son muchos, y las buenas prácticas se reparten por todas las comunidades autónomas. Hasta tal punto que la Red Española de Aprendizaje-Servicio ha editado un documento con 100 buenas prácticas divididas por edades entre las que se pueden encontrar, por ejemplo, proyectos para alumnos de Secundaria como el de un instituto de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), realizando labores de guía y acompañamiento para la juventud recién llegada a su barrio, lo que les aporta conocimientos sobre la migración y la diversidad cultural; el de un centro del País Vasco en el que promueven la sensibilización medioambiental, la reducción de residuos y el reciclaje; o contribuir a cambiar los hábitos de consumo de alimentos por otros que sean ética y medioambientalmente sostenibles, a cargo de estudiantes de 1º de Bachillerato en Navarra. Cada proyecto presentado con una síntesis que incluye la necesidad social a la que responde, el servicio comunitario que realiza, el aprendizaje que conlleva y el trabajo en red que implica, además de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que contribuyen a implementar.

¿Qué se necesita?

“Lo fundamental es que haya un educador o educadora con ilusión, que descubra que otra manera de enseñar es posible. Y la seguridad de que, si introduce en su materia un proyecto de ApS, los alumnos van a responder”, explica Torregrosa. No hace falta, puntualiza, convertirse en un experto en aprendizaje-servicio antes de embarcarse en un proyecto: basta con formarse en los aspectos fundamentales del ApS y lanzarse a proponerlo, aunque los docentes que quieran siempre pueden consultar alguna de las guías disponibles en Internet, como la Guía Práctica de ApS elaborada por Roser Batlle.

Para Torregrosa, en los centros recae la responsabilidad de facilitar las condiciones necesarias para que los docentes puedan llevar estas iniciativas a la práctica. Y, cuando ya están funcionando, ocuparse de institucionalizarlas, “para que no queden pendientes del profesor de turno, que a lo mejor el curso que viene da otra asignatura. Si la evaluación de la iniciativa es positiva, hay que introducirlo en el proyecto curricular del centro”, esgrime. Y añade: “Cuando se trata de un proyecto potente, que implica una dedicación por parte del alumno, esta le ayuda a madurar de una forma extraordinaria, porque le hace estar pendiente de los demás. Al descubrir que ellos son también capaces de dar, de hacer algo por los demás, su autoestima y madurez aumentan considerablemente. Por eso, intentamos siempre que las familias conozcan los proyectos de ApS, y que, según sea el proyecto, también puedan implicarse”.

Proyectos universitarios de ApS

La educación superior promueve también proyectos de ApS con los que desarrollar sus habilidades y competencias profesionales a la vez que se potencia el sentimiento de compromiso social. Es el caso de, por ejemplo, los alumnos de 3º del grado en Artes Digitales de la Universidad Camilo José Cela, en Madrid, que han participado en el desarrollo de una app de realidad aumentada (EntamAR) para ayudar en el acompañamiento que hacen los voluntarios de Cruz Roja a niños en largos periodos de hospitalización. “Tras una lluvia de ideas y otra junto a los responsables del proyecto, elaboramos un cuestionario para los niños hospitalizados. Y de ahí surgió la idea de crear animales de compañía, porque esa era precisamente una de sus mayores necesidades”, comenta Rafael Conde, director del grado.

Las mascotas (con licencia Creative Commons) ya han sido entregadas a la Fundación Tecsos y Cruz Roja, y están siendo integradas en la app. “Lo más positivo es que conseguimos despertar el interés por el compromiso social en un grado como el nuestro, que está volcado en el ocio (animación, videojuegos, efectos especiales...). Y, por otro lado, tener como objetivo el ayudar a los niños hospitalizados hizo que la motivación y la exigencia de los alumnos creciera”, añade Conde.

Cano y Morillo han llevado a cabo diversos proyectos de ApS con enfoque internacional, como el desarrollado gracias a la colaboración entre las escuelas de arquitectura de Kingston University London (Reino Unido) y L’Ecole d’Architecture Casablanca (Marruecos) en la comunidad local de Cosumar. Allí mapearon el barrio y sus escenarios cotidianos; hablaron con sus vecinos y exploraron cómo las luchas sociales, económicas y políticas de la comunidad se traducen en el espacio en el que viven.

Por otra parte, los alumnos de arquitectura y diseño de Ravensbourne University, en Londres, visitaron el madrileño barrio de Fuencarral y pudieron estudiar los numerosos vacíos urbanos y vertederos ilegales que dificultan la vida de los vecinos. “El proyecto estaba muy centrado en el concepto playful city, una ciudad donde los niños y niñas pudieran vivir y jugar de manera segura y feliz. Por eso, organizamos talleres entre los estudiantes universitarios y alumnos de un colegio de Fuencarral, provenientes de entornos de exclusión social e infravivienda, por lo que los problemas urbanos afectan muy negativamente a su desarrollo”, cuenta Morillo. “Las impresiones recogidas de los estudiantes fueron lo más sorprendente: algunos niños aseguraron que nunca se habían parado a pensar en lo que ocurría en su barrio, en gran parte porque nunca nadie se lo había preguntado”.

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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