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El miedo a un accidente fatal en la obra: “Hay días que temo no volver a casa”

Varios empleados de la construcción describen la peligrosidad de su oficio y los siniestros que han vivido o presenciado. El sector emplea al 7% del mercado laboral, pero acumula el 14% de las infracciones captadas por Inspección

Juan Moya se dedica a la conservación de carreteras, una de las áreas más peligrosas del sector de la construcción. “Cuando me levanto respiro y doy las gracias porque hay días que temo no volver a casa. He visto tantas muertes que hasta me he acostumbrado”, explica este albaceteño de 53 años. Uno de esos últimos fallecimientos sucedió el 20 de agosto. Uno de sus compañeros estaba trabajando a unos 20 metros de altura. “Estaba en la carretera de Ayna, regulando el tráfico. Cayó de un muro y falleció”, explica Moya. Es un deceso aún sin reflejo estadístico, ya que el registro de muertes en jornada del Ministerio de Trabajo llega hasta julio, así que tampoco incluye las cuatro muertes por el derrumbe de un edificio este martes en el centro de Madrid. La siniestralidad laboral siempre ha contaminado la construcción, pero este año las alarmas suenan con más decibelios: en los siete primeros meses de 2025 han muerto 103 personas, 21 más que un año antes, un repunte del 26%. En ninguna otra actividad murieron tantas personas.

Cualquier empleado del gremio conoce casos de fallecimientos o al menos de accidentes graves. Moya, por ejemplo, sufrió el impacto de plásticos de un coche que salieron despedidos por un accidente. “Me pegó en el muslo y fue como la cornada de un toro”. Wilson Laura cayó de cuatro metros de altura al ceder un tejado de uralita. “Gracias a dios caí en una especie de colchón. Solo me hice una luxación, tuve mucha suerte”, cuenta este trabajador boliviano de 59 años. Entonces se encontraba en situación irregular, como muchos otros extranjeros dedicados a la construcción.

“Los que venimos sin papeles tenemos que aguantar muchas cosas y no podemos denunciar al empresario porque perdemos lo único que tenemos”, cuenta este residente valenciano. Trabajó 15 años como albañil, diez de ellos sin papeles, para un empresario que apenas le proporcionaba material de seguridad. “Ni guantes te daba”. Explica que ha perdido audición por los muchos años que operó con maquinaria muy ruidosa sin protección.

Aún está en situación irregular Gabriel, paraguayo de 22 años. “Todo el tiempo tengo sensación de peligro. Si no me ponen ni unas gafas para protegerme cuando corto un hierro, con el miedo a que se rompa el disco de la radial y vuele hacia ti. Somos de carne y hueso, eso te destroza”, dice, tras rememorar una ocasión en la que casi se electrocuta en el tajo. “Me siento mal, muy triste por estar en estas condiciones de trabajo tan malas, tan cansadas”. Gana 70 euros al día.

Hombres y muchos migrantes

Todos estos testimonios son de hombres, la mayoría en la construcción y también en el resto de sectores de mayor siniestralidad, como el transporte, el campo o la industria manufacturera. De las 351 muertes laborales hasta julio, 333 son de varones.

Los hombres son el 88% de los afiliados a la Seguridad Social de la construcción, una desproporción que se agudiza en los oficios más expuestos al riesgo. Entre los albañiles las mujeres representan solo el 2% de los contratados y entre los peones de obra, un 15%. Sí hay más mujeres en las profesiones con más formación académica. Entre los ingenieros siguen siendo minoría pero son una de cada cuatro, y entre los arquitectos hay casi paridad de género (51%).

Otra particularidad de la construcción es que emplea a muchos más extranjeros que el promedio de la economía. Es el segundo sector con más afiliados no españoles: son el 20%, solo por detrás de la hostelería (28%).

La diferencia en el origen de los empleados también se aprecia en la mayor concentración de mano de obra extranjera en los empleos menos cualificados, mientras que las ocupaciones técnicas o de mayor responsabilidad están dominadas por trabajadores españoles.

Como se ve en el siguiente gráfico, los peones son el grupo con mayor presencia de trabajadores extranjeros, con un 39%, seguidos de los albañiles, con un 34%. En cambio, las profesiones que requieren una formación más especializada, como arquitectos e ingenieros, presentan porcentajes significativamente menores, del 13% y 15%, respectivamente.

¿Por qué repunta la siniestralidad?

El aumento de las muertes en la construcción parece contracíclico. La teoría dice que la seguridad y la prevención mejoran con el paso del tiempo gracias a los avances tecnológicos y a una creciente concienciación en materia de riesgos laborales, lo que debería rebajar el impacto de la siniestralidad. Los últimos datos enmiendan esa relación. En opinión del secretario general de UGT FICA (la rama de la industria, la construcción y el campo del sindicato), Mariano Hoya, esta paradoja se explica por que las empresas han relajado la prevención al calor de la crisis de acceso a la vivienda. “Empieza a haber negocio y cuando hay actividad las empresas van a por él. Controlan menos los riesgos para ir más rápido”. Juan Carlos Soriano, secretario general de CC OO del Hábitat en Madrid, donde se produjo el siniestro del martes, subraya que falta “mucha cultura preventiva”.

La principal patronal del sector, la Confederación Nacional de la Construcción, indica en un texto remitido a este periódico que “la mejora de la seguridad y la salud en el trabajo constituye uno de los principales objetivos estratégicos del sector” y defienden “la necesidad de un estricto cumplimiento de la legislación en materia de prevención de riesgos laborales y seguridad y salud en obras”, a la vez que se comprometen con una “política de tolerancia cero ante cualquier incumplimiento”.

Esos incumplimientos, según se deriva de los últimos datos de Inspección de Trabajo, son reseñables. A lo largo de 2024 el organismo inspector realizó 267.000 actuaciones en el sector de la construcción, que condujeron a 76.500 requerimientos. Es decir, Inspección advirtió de algún problema a corregir en el 29% de sus intervenciones en el sector. Es una proporción mucho mayor que en el resto de la economía, de un 20%.

Cuando esos requerimientos no son enmendados se convierten en infracciones, que en la construcción constituyeron 17.700 a lo largo del año pasado. Son el 14% del total de las infracciones que impuso Inspección, cuando este sector emplea al 7% de la fuerza laboral española. Esas infracciones se tradujeron en 85,4 millones de euros en sanciones por incumplimientos referentes a 51.000 trabajadores. Cabe destacar que es un sector más vigilado que el resto, ya que Inspección realizó el 23% de sus actuaciones en esta actividad.

“A toda pastilla”

Eladio Atienzar, albañil de Albacete de 53 años, coincide con sus representantes sindicales. Cree que las empresas están elevando el ritmo de trabajo que imponen a los empleados. “Vamos a toda pastilla. Yo tengo una gran sensación de riesgo, cada vez más. Ves que la gente ni se pone el arnés para ir más rápido”, explica este trabajador, que a la vez hace autocrítica: “Tú eres el primero que te pones en riesgo, pero lo asumes porque tienes miedo a las consecuencias, a que si te quejas haya un despido”. En uno de sus últimos empleos se cayó y se hizo un esguince de rodilla, lo que derivó en una baja de tres meses. “Me echaron. Me dijeron que no podían tener a un tío de baja”. Rodolfo, colombiano de 32 años, recuerda a un jefe que incluso le hizo llorar: “Era muy humillante, me metía mucha caña. Yo me aguantaba porque tenía a mi familia en Colombia y necesitaban dinero”.

Esa mayor presión a los empleados se eleva a la enésima potencia a destajo. Esto es cuando se paga una tarifa fija por una tarea concreta, sin tomar en cuenta el tiempo que se tarda en realizarla. “Cuando la gente cobra por los metros que hace eso implica que todo vaya más deprisa y se descuida la seguridad. Para mí ese es el cáncer de la construcción”, comenta Juan Carlos Criado, gruista de 60 años de Madrid.

El aumento del ritmo de trabajo se puede trasladar incluso a los desplazamientos, como subraya Vicente Moreno, empleado de una cantera de 58 años. “Las empresas intentan por todos los medios no pagar los desplazamientos. A veces son muy largos, con el cansancio que implican y el aumento del riesgo de accidente durante la jornada. Eso multiplica el riesgo de los accidentes in itinere”. Estos son los siniestros de camino al trabajo, que de enero a julio en la construcción fueron nueve, uno menos que el año pasado.

Moreno cree que las empresas más expuestas a accidentes son las pequeñas, en las que, a menudo, no aprecia ni representación sindical ni vigilancia de la prevención. “Hay mucho pirateo”. Pero, como empleado en una gran empresa, advierte que en esas compañías también hay problemas estructurales: “Creo que las grandes se toman la seguridad muy en serio, pero luego tienen algunos cargos intermedios que meten prisa igualmente”. Hoya, el jefe de UGT, coincide y agrega otro matiz: “Las grandes no construyen, lo subcontratan todo, y son esas pequeñas las que concentran el problema. En el Bernabéu la adjudicataria era FCC, pero en realidad la obra la hicieron cerca de mil subcontratas. Ahí no llegamos ni los sindicatos ni las medidas de protección”.

Escasez de mano de obra

Pedro, empleado de la construcción de 46 años, cree que la inseguridad se acentúa por otro motivo: la escasez de mano de obra. “Como no encuentran a nadie que quiera trabajar, porque se cobra lo mismo en un supermercado con mucho menos riesgo [en torno a 2.320 euros brutos de media al mes, 100 euros menos que la media] entra cualquiera y le ponen a hacer trabajos que exigen mucho conocimiento”. Esto, denuncia Pedro, está elevando la edad media de los trabajadores. Según un estudio reciente de BBVA, el 55% de los trabajadores del sector tiene más de 45 años, cinco puntos más que el promedio. “Una persona de 60 años no debería estar en un andamio, pero como no hay relevo y no hay personas capacitadas lo siguen haciendo, con el riesgo que supone”. Para corregir esa situación, los sindicatos han pedido (sin respaldo patronal) adelantar la jubilación en las profesiones más penosas.

La reflexión de Pedro es consistente con los datos de la Seguridad Social. Los albañiles destacan por tener una mayor proporción de trabajadores mayores de 44 años (52%), lo que indica una población laboral más envejecida. Las profesiones técnicas, como arquitectos e ingenieros, muestran una distribución más concentrada en edades intermedias, especialmente entre 25 y 39 años, donde se sitúan los porcentajes más altos (28 % y 36 % respectivamente).

Un entorno peligroso

Más allá de las prisas de los empresarios y la consecuente falta de prevención o de los errores humanos de los trabajadores, la construcción es arriesgada por naturaleza. “La obra en sí es peligrosa. Hay riesgos constantes, hagas lo que hagas”, agrega Criado, el gruista de 60 años. Es decir, si todo se hace bien hay muchos menos accidentes, pero el riesgo cero es una utopía.

Lorenzo, empleado en conservación de carreteras de 42 años, describe un accidente en esas circunstancias: “Viví un accidente mortal hace tiempo. Estábamos cinco personas en la carretera haciendo un corte móvil. Estábamos sellando [reparación de grietas] y con todas las medidas preventivas bien puestas, con todo bien señalizado. Un camión, en una recta con buena visibilidad, embistió a una furgoneta y esta atropelló a un compañero”.

A la pérdida irreparable, en ocasiones se suma la resistencia de las empresas a compensar a los familiares. Silvia Vázquez, abogada laboralista del Colectivo Ronda, que ha tratado este tipo de casos, indica que es habitual que las compañías hagan lo posible por esquivar sus responsabilidades. Incluso cuando ha habido negligencias empresariales manifiestas. “La empresa siempre intenta negar la mayor. No hay dinero que repare ese daño. O se llega a un acuerdo antes o hay juicio. Es un momento muy duro para las familias”.

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