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La luz y el gas ya cuestan lo mismo que antes de la crisis energética

El buen tono de los almacenamientos, las altas temperaturas y la destrucción de demanda lleva el índice gasista TTF a zona de mínimos desde 2021. El mercado eléctrico retrocede también a niveles de hace tres años

Tendidos eléctricos, en el norte de Madrid, en abril de 2022.
Tendidos eléctricos, en el norte de Madrid, en abril de 2022.Luis Sevillano
Ignacio Fariza

¿Crisis energética? ¿Qué crisis energética? Tras cuatro meses de fuertes caídas, tanto el precio del gas natural como el de la electricidad están ya en los niveles previos a la mayor sacudida energética de la historia del Viejo Continente. Un regreso al lugar de partida que marca el punto final del terremoto —iniciado en 2021 pero agravado, casi un año después, por la invasión rusa de Ucrania— y que promete un aterrizaje de la inflación más rápido de lo anticipado: buena noticia para los hogares y, también, para el Banco Central Europeo (BCE), que gana margen para bajar los tipos de interés. Un paso al que, por ahora, sigue resistiéndose.

El mercado holandés TTF, la referencia gasista en toda Europa, ronda hoy los 23 euros por megavatio hora (MWh). Es prácticamente lo mismo que en la primavera de 2021, antes de que este combustible iniciase su imparable recorrido alcista que lo llevó a superar los 300 euros en agosto de 2022, cuando los primeros cortes de gas ruso amenazaban con un crudo invierno en el Viejo Continente. Temores que, por fortuna, no se consumaron, pero que han tenido a los Veintisiete en un brete durante más de dos años.

“Pese a las leves disrupciones en el flujo de gas noruego por ducto, los fundamentales del mercado [del gas] siguen siendo bajistas”, esboza Lu Ming Pang, analista sénior de la consultora energética Rystad. “Las reservas siguen altas en comparación con años anteriores, gracias a las temperaturas relativamente cálidas en todo el continente”, añade.

Con la temporada de invierno tocando a su fin, los almacenamientos europeos de gas están hoy al 65% de su capacidad total, un punto más que hace justo un año —cuando el continente ya había activado el modo acopio— y más del doble que a estas alturas de 2022. Ni los ataques hutíes en el mar Rojo, que han obligado a desviar la ruta de decenas de barcos metaneros que cubren la ruta entre Qatar y Europa, sumando miles de kilómetros y más de dos semanas de travesía, ni la paulatina recuperación de la demanda china han cambiado la trayectoria de los precios.

Al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos —el mayor exportador de gas del planeta y el primer proveedor europeo—, el gas cotiza estos días en su nivel más bajo desde la pandemia. Está a un solo paso de su mínimo histórico.

Vasos comunicantes

Gas y luz son, en gran medida, vasos comunicantes: con el actual sistema marginalista, los ciclos combinados marcan precio en muchas franjas horarias y condicionan la remuneración del resto de fuentes de electricidad. Si el combustible que utilizan estas centrales sube —como ha quedado patente en los últimos tiempos—, el mercado mayorista de la luz se dispara; cuando baja, como ahora, el movimiento es el inverso. Unos picos y valles que también se ven espoleados por los derechos de emisión, otro elemento fundamental en la formación del precio de la electricidad y que, tras triplicar su precio entre principios de 2021 y principios de 2023, han caído a la mitad desde entonces.

En España, donde a la bajada del gas natural se suma también el empuje de las renovables —sobre todo, la solar fotovoltaica, de largo la tecnología más barata de generación hoy—, la electricidad promedia poco más de 50 euros por MWh en lo que va de febrero, menos que en enero de 2021 y solo un poco más que en febrero de aquel año, justo antes de que se destapase la caja de los truenos. Los más de ocho millones de hogares que están en el mercado regulado, también conocido con las siglas PVPC, llevan tiempo beneficiándose en su recibo. El resto, los que optan por el mercado libre, mayoritariamente con tarifas fijas, deberían empezar a hacerlo en los próximos meses.

Cerca de mínimos históricos en el PVPC

Lejos de apuntar a un cambio de tendencia, el mercado atisba una primavera de lo más tranquila (y barata): 35 euros en marzo y abril, y poco más de 40 en mayo. Niveles, en ambos casos, notablemente inferiores a los de 2019, el año anterior a la pandemia, y solo superiores a los del aciago 2020 de los confinamientos. De confirmarse ese horizonte de precios, la caída sería de tal magnitud —mayor de lo previsto por el Gobierno— que el IVA de la luz saltaría automáticamente del 10% al 21%, según se lee en el propio decreto.

“Si le hacemos caso a los mercados de futuros vamos a tener el periodo marzo-junio más barato de siempre en el PVPC, incluso si el IVA se va al 21%”, subraya Francisco Valverde, analista independiente.

Aunque la tendencia es común a prácticamente todos los mercados eléctricos europeos, con Alemania a la cabeza, donde los precios actuales están a punto de converger con la media de las dos últimas décadas, la directriz bajista es particularmente acelerada en la península Ibérica. En gran medida, por el avance de la potencia instalada de fotovoltaica, que en España se ha triplicado en el último lustro y que, desde los niveles actuales y de acuerdo con la nueva hoja de ruta del Gobierno, debería triplicarse de nuevo de aquí a 2030. Unos planes que, de cumplirse, hundirán literalmente el precio de la electricidad en las horas centrales del día.

“Se ha añadido, y se sigue añadiendo, mucha fotovoltaica. Y la eólica está yendo muy bien en lo que va de febrero: cerrará, muy probablemente, con un récord histórico de generación”, agrega Valverde. El debe, dice, sigue estando en la demanda, que no termina de despegar: “Hace falta aumentarla, pero mucho. Casi tanto como meter almacenamiento”. El coche eléctrico y la aerotermia son los llamados a rellenar ese hueco.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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