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“Te exigen acelerar y lo paga tu cuerpo”: así es trabajar en un supermercado de una ciudad masificada en verano

Cajeras y reponedores de La Manga, Chiclana o Palma explican cómo empeora su jornada laboral en julio y agosto. “La faena se multiplica por cinco. Es una barbaridad”, dice una trabajadora

Supermercados
Eva Saorín, empleada en un supermercado de la localidad murciana de Molina de Segura, el 29 de julio.Alfonso Durán

Son las 12.00. Los turistas que se han levantado tarde acuden al supermercado a por bolsas de patatas y tintos de verano antes de un día de playa. O son las 17.00 y buscan crema solar porque se les agotó por la mañana. O las 20.30 y pasan para comprar algo de cena. “Da un poco igual la hora. En las ciudades de playa en estos meses tienes muchísimo trabajo siempre”, relata Eva Saorín, de 42 años. Ha trabajado en establecimientos de la zona playera de la Región de Murcia, en el entorno de La Manga o en Mazarrón. “Te diría que la faena se multiplica por cinco. Es una barbaridad”, añade esta empleada. Es una percepción parecida a la de Macarena Quintero (32 años), trabajadora de un supermercado en Tenerife: “Es cansadísimo, una locura”.

Este aumento del ritmo de trabajo se debe a la presión de los turistas, que en verano multiplican la población de las zonas en las que viven estas trabajadoras. Por ejemplo, Mazarrón añade unos 100.000 habitantes a los 36.000 que habitualmente viven en el municipio. “Lo notas vayas donde vayas, a un restaurante o al médico. Nosotros lo sufrimos especialmente porque un turista no deja de ir al supermercado”, dice un trabajador de uno de estos establecimientos en Costa Ballena (entre Rota y Chipiona, en Cádiz), que prefiere no revelar su nombre. Algunos de los profesionales que acusan la tensión añadida por los turistas obtienen una gratificación económica, como el aumento de las propinas para los camareros, pero esto no sucede en los supermercados. “Se te multiplica el trabajo y cobras lo mismo”, aclara Quintero.

La carga de trabajo no solo crece por la cantidad de compradores. “Además, en vez de compras grandes, los turistas hacen muchas pequeñas, de dos o tres euros. Siempre es más sencillo un comprador con muchos productos que muchos clientes con poco género”, comenta Saorín. Este comportamiento cada vez es más común por la espiral inflacionista, más allá de las zonas de playa: los clientes están aumentando la frecuencia con la que visitan las tiendas, pero con compras de menor importe, según la patronal del sector.

La trabajadora murciana relata otros cambios veraniegos que complican su jornada: “Los turistas, como es normal, no saben dónde están los productos. Nunca te preguntan tanto dónde están las cosas como en verano. Parece que no, pero en eso se te va mucho tiempo”. “Muchos no se molestan en darse una vuelta. Prácticamente haces la compra con ellos de la mano”, añade Quintero. Además, según las cajeras, los turistas suelen ser “menos educados” que los vecinos de la zona. “Algunos piensan que estamos a su absoluto servicio y que nos pueden hablar de cualquier manera”, dice una trabajadora de un supermercado de Chiclana (Cádiz).

El aumento del trabajo no solo se nota en las cajas. “Pasas de vender un cartón de huevos cada rato a ocho, así que siempre falta producto. No paras de reponer. Un supermercado normal puede abastecerse con un camión de género al día, pero en verano necesita tres. Hay que descargar todo eso y ponerlo en su sitio”, indica Saorín. En la cadena de supermercados en la que trabaja es habitual que se habilite un turno de noche que se dedica exclusivamente a preparar la tienda para el día siguiente. “Sin ese turno de noche que repone estantes, se nos haría muy difícil mantener la tienda en verano”, explica Marta Cortes (48 años), trabajadora en unos grandes almacenes de Palma (Baleares).

La presión sobre estos trabajadores acarrea un coste físico para muchos de ellos. “Te exigen acelerar para cumplir con todo el trabajo que hay y eso lo acaba pagando tu cuerpo”, añade el trabajador de Costa Ballena. “Además”, continúa, “esto genera tensiones en la plantilla: por ejemplo, si tienes cuatro máquinas eléctricas pero hay que mover 10 palés, hay seis compañeros que tienen que usar una máquina manual, que exige un esfuerzo mucho mayor. Esto genera conflictos, saltan chispas. El clima social empeora”. Este empleado asegura que su trabajo en verano es “un infierno”, tan agotador que “acabas necesitando ir al fisioterapeuta por los tirones de espalda”.

Macarena Quintero, trabajadora de un supernercado, este miércoles en Adeje (Tenerife).
Macarena Quintero, trabajadora de un supernercado, este miércoles en Adeje (Tenerife). Miguel Velasco Almendral

La mayoría de los trabajadores consultados aseguran que sus supermercados habilitan refuerzos para la época estival. “Pero nunca son suficientes, siempre se quedan muy cortos. Creo que acabamos perdiendo volumen de venta por la falta de plantilla. Vendes menos si hay estanterías que se quedan vacías porque no hay manos para reponerlas o si los clientes se te van porque no están dispuestos a esperar media hora en la pescadería”, indica el empleado de Costa Ballena. Quintero coincide: “Donde necesitas tres meten uno, y donde harían falta seis, son dos. Siempre se quedan cortos”.

Saorín señala que la ayuda que prestan estos refuerzos es limitada: “Entra mucha gente nueva que no está formada. No es que estorben, pero en medio de tanta tarea además tienes que formarles”. Entre los refuerzos también hay personal de tiendas de interior, a los que desplazan durante el verano. “Te pagan el kilometraje, pero no un plus por cambiarte de sitio”, indica. La trabajadora murciana también denuncia los problemas para aparcar en zonas turísticas cuando el supermercado no tiene estacionamiento: “Depende del turno que te toque, pero en La Manga necesitas una hora para aparcar”. Varios de estos empleados también se quejan de que en verano trabajan los domingos y festivos sin que ello repercuta en el sueldo.

“Me he comido broncas por la inflación”

Respecto a las condiciones laborales, las quejas dependen del supermercado en el que estén empleados. Entre los trabajadores consultados hay algunos de Mercadona y Lidl, que se manifiestan satisfechos con la remuneración que perciben. El salario más bajo en la cadena valenciana es de 1.425 euros brutos mensuales (unos 1.200 netos con las pagas prorrateadas), según indica la compañía. La empresa aplicó un incremento general del 6,5% a principios de año para compensar el impacto de la inflación. Es un panorama parecido al de la cadena alemana, que a principios de julio acordó con los sindicatos un incremento de sueldos del 7% y contempla una subida del 16,5% en los próximos cuatro años. El Corte Inglés también ha subido salarios en sus supermercados un 5,9% tras aplicar el nuevo convenio colectivo de la cadena Supercor.

Estos incrementos contrastan con el escenario del resto del sector. Los aumentos retributivos pactados en convenios colectivos siguieron en mayo una media del 2,4%, según el Ministerio de Trabajo, mientras que el IPC en julio alcanzó el 10,8%. “No nos suben el sueldo ni teniendo en cuenta que fuimos de los pocos sectores a los que les fue bien en la pandemia”, critica un trabajador de El Puerto de Santa María (Cádiz). “Llevo aquí 15 años y creo que cada vez voy a peor. Todo sube menos los salarios. Estoy en una empresa grande y eso te da una estabilidad, pero no me parece normal después de tanto tiempo cobrar 1.080 euros al mes”. Denuncia que con su sueldo apenas puede permitirse el alquiler en su ciudad, con los precios condicionados por el turismo. “Cobro 750 euros trabajando 30 horas. El salario no es bueno”, critica la trabajadora de Chiclana. Asedas, la patronal que agrupa el 75% del mercado en España (de la que forman parte Mercadona, Dia, Ahorramas o Lidl) detalla que sus asociados emplean a 282.600 personas.

Mientras la inflación contrae el poder adquisitivo de estos trabajadores, reciben quejas continuas de los clientes por la subida de precios. “Se desahogan muchísimo con nosotros, como si tuviésemos la culpa de que la bolsa de magdalenas que valía 1,20 euros ahora cueste 3. Van entendiendo que no es nuestra culpa, pero me he comido broncas como si fuera nuestra responsabilidad. Siempre les digo lo mismo: que yo también lo pago”, comenta la empleada de Chiclana. Quintero, desde Tenerife, insiste en la misma idea: “Al turista le da un poco igual la inflación. Compra cuatro cosas y si es extranjero ni se da cuenta de la subida porque en su país todo es más caro. Pero los vecinos sí se quejan, van al céntimo. Me dicen: ‘¿Cómo pones estos precios?’ Como si los eligiera yo”.

Este es el sexto capítulo de la serie ‘Verano precario’, que ofrece testimonios de trabajadores en los sectores tensionados o especialmente duros durante julio y agosto. Si quieres compartir tu testimonio puedes hacerlo en el correo esanchezh@grupoprisa.com.

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Emilio Sánchez Hidalgo
Redactor de Economía. Empezó su trayectoria en EL PAÍS en 2016 en Verne y se incorporó a Sociedad con el estallido del coronavirus, en 2020. Ha cubierto la erupción en La Palma y ha participado en la investigación de la pederastia en la Iglesia. Antes trabajó en la Cadena SER, en el diario AS y en medios locales de su ciudad, Alcalá de Henares.

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