Los banqueros centrales se conjuran para atajar la inflación subiendo tipos
El Fórum del BCE en Sintra alerta sobre precios de la vivienda y las cadenas de suministros
La inflación se desboca, cada día más aceleradamente y cada vez más en todas partes. Hay pocos instrumentos para atajarla. Entre ellos, el aumento de los tipos de interés, pero es de manejo peligroso. Porque un dinero más caro puede acabar castigando la inversión, el crecimiento y el empleo, y precipitar una recesión... ¡en tiempos de recuperación!
La firmeza en la disposición a incrementarlos fue este miércoles el hilo conductor de los banqueros centrales que debatieron, en el Fórum anual del BCE, que se celebra en Sintra, junto a Lisboa. Pero el debate fue de guante blanco. No solo porque los señores del dinero suelen desplegar cortesía. Ni porque lo tengan ensayado. Sucede que hay sintonía, casi una conjura, en la orientación de encarecer el precio del dinero. Solo que a diferentes ritmos y con distintas prevenciones sobre sus efectos potencialmente negativos.
Así que la europea Christine Lagarde, el norteamericano Jerome Powell, el británico Andrew Bailey y el presidente del Banco Internacional de Pagos, el mexicano Agustín Carstens, apenas tuvieron que explicar su estrategia. Les bastó con enfatizar sus razones y esperanzas.
Y también con razonar sobre lo que algunos, en general conversos de última hora al endurecimiento monetario, critican ahora con acidez después de haber aplaudido las bondades del dinero barato: la presunta tardanza de los bancos centrales en reaccionar y convertir el pico horizontal propio de las palomas con el curvo y retorcido de los halcones. Sucede que cuando la vacunación empezaba a provocar el rebote de la economía, los problemas de su rapidez se agravaron por la crisis rusa. “Y la política monetaria no puede responder con esa velocidad”, arguyó Carstens.
Donde el proceso es más pronunciado es en Europa, por su “alta dependencia energética”, y unas “expectativas [populares y de los mercados, sobre la futura inflación] más altas que nunca”, recordó Lagarde. Que pugnó este miércoles por dar más relevancia a los mejores aspectos de la situación: recuperación salarial inicial, “paro muy bajo, aumento de la inversión, ahorros en disposición de ser reinvertidos...”.
Y también por subrayar que el endurecimiento no era indefectiblemente brutal, sino en principio en secuencia “gradual”, paso a paso, subida a subida. Y recurriendo, si conviene, a la “opcionalidad”, o sea, a alzas drásticas si los agentes del mercado conspiran para elevar precios artificialmente: “Los mercados saben perfectamente dónde estamos y qué queremos”. Aviso a navegantes de que se pueden pillar los dedos.
También los demás, incluso los más aguerridos como Powell, mostraron su mejilla más amable. “Para mí, lo más positivo es que los bancos centrales hacen su trabajo sin crear distorsiones en el mercado”, celebró el presidente de la Reserva Federal, autoelogiándose de paso porque sus subidas, de dimensión histórica, no hayan provocado —al menos todavía— una recesión.
“Lo más importante de este momento es que la transición [de bajos tipos a altos] sea suave”, coincidió el titular del Banco Internacional de Pagos.
Pero cada uno a su ritmo. Así que el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, pidió respeto y que no le marquen el calendario. Insistió en que “está preparado para actuar con fuerza, si se necesita” para contrarrestar una inflación que se estima sobrepasará el 11%. “Deberemos hacer más en ese caso”, pero un alza adicional del tipo de la libra para agosto aún no está agendada. Depende de los datos, esa frase a la gallega que se ha convertido en imperativo categórico de la política monetaria.
Muy sugestiva ha sido en este cónclave, aunque sea menos noticia de las duras, la alerta lanzada por el BCE —a través de expertos interpuestos— sobre tres componentes de esa inflación: el precio de la vivienda, los cuellos de botella en los suministros, y las expectativas de la sociedad sobre el alza de precios.
En un panel moderado por su vicepresidente Luis de Guindos, el profesor John Muellbauer (de Oxford) apuntó con datos a que el mercado inmobiliario “no estaría lejos de la tormenta perfecta”, por los años de creditos fáciles, que se siguen de alzas de tipos y suelen desembocar en bruscas caídas de precios. La han evitado las medidas de llamada a la prudencia de los supervisores a bancos y otros acreedores.
Y en cuanto a las rupturas de cadenas de suministros extranjeros, datos para pensar: suponen dos tercios de la inflación de la eurozona (por solo la mitad de la estadounidense), según la profesora Sebnem Kalemli-Özcan (de Maryland); y la mitad, o el 30%-40%, respectivamente, calcula el catedrático austriaco Gabriel Felbermayr. De modo que Europa va más castigada porque es una economía más abierta (algo positivo) y más dependiente (negativo).
Las expectativas de la sociedad, riesgo de manada
Las expectativas sociales (hogares, mercados, profesionales) sobre el futuro inmediato y a largo plazo de los precios pueden convertirse en un riesgo. “Cuando se desanclan [mucho más allá del 2% del objetivo oficial] es muy difícil desanclarlas”, sentenció la consejera ejecutiva del BCE Isabel Schnabel.
Y hay otro peligro más inmediato: que se desanclen a alta velocidad, al ritmo de una manada salvaje tras una señal de estampida.
Algo de eso ha empezado a suceder en la última fase pospandémica, la de la guerra. Si sucede esa sobrerreacción en forma de intensa espiral de precios, “entonces los bancos centrales deberán sobrerreaccionar más en su política”, advirtió Ricardo Reis, profesor de la London School.
Su colega Ulrike Malmendier (Berkeley) ensayó las explicaciones conductuales/psicológicas. Para ella, la frecuencia de las alzas de precios en energía y alimentos arraiga las respuestas hacia la inflación subyacente. La larga duración acrece la inquietud. Y el pánico de otras veces enquista recelos.
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