Reconstrucción creativa
Protección y reasignación son las dos misiones fundamentales tras la pandemia
A medida que se afianza la recuperación de las economías, también lo hacen las expectativas que asocian la fase abierta tras la superación de la pandemia con algo más que la mera restauración del crecimiento perdido. Las esperanzas transformadoras derivan, por un lado, de la aceleración tecnológica, básicamente digital y farmacéutica, y de las mejoras organizativas en las empresas experimentadas durante el confinamiento. Por otro, quizás más determinante, de las intenciones de las políticas económicas adoptadas, más allá del mero estímulo de la demanda agregada, especialmente en la UE y EE UU.
Propiciar la transformación de las economías era el propósito que hace un año definió la Comisión Europea en su plan de recuperación y en las condiciones del fondo Next Generation EU. Las inversiones de ese fondo quedan vinculadas a destinos intensivos en tecnología, como la descarbonización y digitalización de las economías, pero también a posibles efectos multiplicadores como reformas de alcance y a la participación de la inversión privada. Con esas decisiones también se ha fortalecido la propia dinámica de integración regional, fundamentando posibles avances en la necesaria unión fiscal.
La política económica del nuevo presidente de EE UU, por su parte, además de restaurar el culturalismo dañado por el anterior, tampoco se está limitando a conseguir la mera recuperación del crecimiento económico perdido, sino a ensanchar el crecimiento potencial de esa economía e incluso a influir directamente en los patrones de distribución de la renta y de la riqueza hasta ahora vigentes. Esperanzador es también el ascenso de la inversión empresarial observado en los últimos meses, especialmente en los sectores más intensivos en conocimiento, en contraste con las masivas asignaciones de liquidez a recomprar acciones propias o a generosas políticas de dividendos.
Esas pretensiones por ampliar el crecimiento potencial y hacerlo más inclusivo tratan de hacer de la necesidad virtud, dando respuestas políticas a dos conjuntos de evidencias previas a la emergencia de la pandemia: la colección de excesos que el sistema económico ha puesto de manifiesto en las dos últimas décadas, por un lado, y la necesidad de mejorar los fundamentos del crecimiento económico y su sostenibilidad en el tiempo, por otro. Exponentes del primer conjunto los encontramos en la creciente desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza, la excesiva concentración de poder de mercado en algunos sectores, el cambio climático o la elusión de las obligaciones fiscales por algunas grandes multinacionales. En los pobres registros de la productividad se basan esas otras pretensiones por asentar el crecimiento futuro en una mayor intensidad inversora y en innovación, favorecedoras de una mayor productividad. Más concretamente de ese componente, no por residual en sus estimaciones menos central en la determinación de la prosperidad, que es la productividad total de los factores, un cajón de sastre donde se recogen aspectos que disponen cada día de mayor capacidad explicativa sobre el crecimiento potencial de las economías. Elementos diversos, como la adecuación de las instituciones, contribuirían a mejorar la calidad de los procesos de transformación de la dotación de factores en producción final.
Eficiencia e inclusión forman parte de los propósitos de las nuevas aproximaciones analíticas al crecimiento económico y a la regeneración del sistema económico, de la que da cuenta la concentración en estas semanas de numerosos libros. Uno de los más completos es el de Philippe Aghion, Céline Antonin y Simon Bunel, The Power of Creative Destruction, síntesis de un ambicioso programa de investigación cuyo propósito fundamental es analizar “cómo la trasformación del capitalismo puede dirigir ese poder asociado al paradigma schumpeteriano hacia la consecución de una prosperidad inclusiva y sostenible”. No es un propósito original, pero los autores procuran formalizar la compatibilidad con esa tensión innovadora asociada a la dinámica de destrucción creativa enunciada por el economista austriaco en su libro Capitalismo socialismo y democracia, en 1942.
Ese trabajo puede ser un apoyo ciertamente útil en la tensión abierta en nuestro país por potenciar las palancas transformadoras, no tanto de modelos productivos como de la forma de hacer las cosas, de lo que en última instancia determina los avances en la productividad, y por ende en la ampliación del crecimiento potencial. Del pobre comportamiento de la productividad de nuestra economía y del ensanchamiento de la desigualdad hay evidencia larga. El IVIE viene documentándola extensamente desde hace tiempo y los profesores Andrés y Domenech la ilustraron muy bien en su último libro. Dos ámbitos muy importantes en la evolución de la productividad total de los factores son los abordados en los últimos números de la revista Papeles de Economía Española, editada por Funcas. La cabecera del coordinado por el profesor Emilio Huerta, La empresa española entre la eficiencia y la desigualdad: organización, estrategias y mercados, habla por sí sola de las intenciones de los análisis. El más reciente ha sido dirigido por el profesor Xosé Carlos Arias, La calidad de las instituciones y la economía española, y revela la necesidad de reforzar la infraestructura institucional. Ambas son piezas que, además de revelar la disposición de capacidad analítica e investigadora en nuestro país, aportan una gran utilidad para la disposición de ese diagnóstico necesario para la adopción de decisiones concretas.
No hay razón alguna para concluir que la economía española no dispone de las mismas posibilidades para llevar a cabo esa trasformación creativa que puede definir una nueva etapa. Si las dotaciones de capital (físico, tecnológico y humano) pueden, en líneas generales, homologarse con las existentes en las economías más avanzadas, aquel residuo de Solow, la productividad total de los factores no está tan cercana. Ahí es donde tienen cabida el fortalecimiento de intangibles como la calidad de la función empresarial o el capital organizacional, analizados desde hace tiempo por los profesores Salas, Huerta y Myro. Pero también la de las instituciones públicas, la diversificación de la oferta del sistema financiero y, en definitiva, la confianza y el juego limpio.
Schumpeter no era precisamente optimista acerca del futuro del capitalismo, nos recuerdan Aghion, Antonin y Bunel. Anticipaba que algunos de los excesos, como la concentración y el poder de mercado de los grandes conglomerados, dejarían fuera de juego a las pequeñas y medianas empresas, amenazando seriamente la capacidad para emprender e innovar, favoreciendo el triunfo de la burocracia y de los intereses creados. La correcta regulación y el adecuado funcionamiento de las instituciones pueden evitarlo.
La contribución que ha hecho la pandemia ha sido intensificar las alarmas que habían sonado hace tiempo. Y concretar nuevas actitudes e incluso decisiones, como las recientes del G-7, que no procuran otra cosa que fortalecer algunos de los más erosionados cimientos del propio capitalismo y hacerlo más inclusivo. EE UU y Europa parece que han asumido de forma consecuente esa dirección. A España tampoco le faltan guías para transitar por ese itinerario imprescindible, para ampliar los multiplicadores de los fondos europeos y con ello modernizar la economía y reducir algunas de las vulnerabilidades que la pandemia puso al descubierto. Protección y reasignación, esas son las dos misiones fundamentales, de todo punto compatibles con el proceso de reconstrucción creativa, que la necesidad de superar la pandemia puede convertir en virtud.
Emilio Ontiveros (@ontiverosemilio) es autor del libro ‘Excesos. Amenazas a la prosperidad global’, editado por Planeta.
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