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Ciencia y filosofía debaten en la universidad Complutense

La institución madrileña crea un novedoso máster multidisciplinar que fomenta la conversación sobre distintas disciplinas científicas y las implicaciones éticas y filosóficas de sus descubrimientos

Nacho Meneses
Las posibilidades que abre la biotecnología son tan numerosas como sus implicaciones filosóficas.
Las posibilidades que abre la biotecnología son tan numerosas como sus implicaciones filosóficas.Bill Oxford

De la física y la biología a las tecnologías digitales, la nanotecnología, la biotecnología y la inteligencia artificial, pero estableciendo un diálogo y un debate multidisciplinar entre las diferentes disciplinas que contemple también sus implicaciones filosóficas, éticas, jurídicas, económicas, sociológicas e incluso políticas. Así es el novedoso máster en Ciencia y Filosofía que ultima la Universidad Complutense de Madrid de cara al curso 2020-2021, dirigido a graduados de cualquier área y especialidad, un coste de 4.500 euros y con cinco becas al 40 %. Para conocer más detalles acerca de su contenido hablamos con María Julia Téllez, física y directora de esta formación, y Ana Rioja, filósofa y codirectora.

Pregunta. ¿Por qué es necesario un máster de Ciencia y Filosofía?

Respuesta. Las enseñanzas universitarias actuales, debido al nivel de especialización exigido, no pueden ofrecer una visión del estado global de la ciencia y de la tecnología, así como sus implicaciones filosóficas, éticas, jurídicas, políticas, económicas y sociales. Resulta imprescindible facilitar el diálogo entre disciplinas, analizando el estado de la cuestión en materias estratégicas de carácter tecnocientífico, así como sus muy variadas consecuencias para los individuos y la sociedad.

Se trata de contribuir a que los beneficios asociados a los conocimientos puedan distribuirse y disfrutarse de la manera más amplia y satisfactoria posible, minimizando los peligros que puedan comportar desde el punto de vista ético, no solo para el desarrollo y salvaguarda del bienestar social y los derechos humanos, sino también del conjunto de la naturaleza.

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P. ¿Existen (o deberían existir) límites éticos al desarrollo científico y tecnológico? ¿Cómo establecerlos?

R. De entrada, habría que decir que toda actividad humana, en la medida en que tenga una repercusión colectiva o social, ha de tener una dimensión ética, y en concreto la actividad científica y tecnológica, con una proyección social tan importante, en modo alguno puede ser la excepción. Ahora bien, una cosa es esa dimensión ética incuestionable, en nuestra opinión, y otra cosa son los límites a los que alude la pregunta, lo cual sugiere una frontera más allá de la cual no se puede o no se debe avanzar. Si se impone la ética como cuestión de límites ¿quiere decirse que lo ético solo jugaría un papel en ese límite y no en toda la actividad previa que ha conducido hasta ese punto? ¿Acaso no es preciso que el conjunto de la actividad científica esté regido por criterios éticos en beneficio de la ciudadanía?

P. ¿Qué desafíos plantea el progreso vinculado a la manipulación de la vida?

R. La biotecnología tiene como objetivo la modificación de organismos vivos con la finalidad de introducir mejoras en los mismos. Desde el neolítico hasta nuestros días, los seres humanos han tratado de intervenir sobre los seres vivos en áreas como la agricultura o la ganadería. Sin embargo, las recientes tecnologías basadas en la manipulación directa del ADN y las nuevas tecnologías de edición génica abren perspectivas no solo en estos campos tradicionales, sino en otros como el sanitario (con nuevos antibióticos o vacunas, por ejemplo), en la industria alimentaria (mejora de la calidad de las materias primas de origen vegetal o animal, procesado y conservación de los alimentos, control de la seguridad alimentaria, etcétera), en cuestiones relacionadas con el medio ambiente o los biocombustibles.

Indudablemente, toda manipulación de la vida suscita de inmediato el debate sobre la pertinencia de tales procesos de modificación y alteración de las condiciones en las que los organismos vivos se han constituido a lo largo de siglos de evolución (pongamos, a modo de ejemplo, el debate sobre los alimentos transgénicos). Pero quizá una de las aplicaciones más controvertidas es la que se refiere a la posible actuación sobre los propios seres humanos, derivada de las técnicas de biomejoramiento, no solo con finalidad terapéutica sino con el objetivo de mejorar sus capacidades físicas y mentales.

P. ¿De qué manera el desarrollo de las tecnologías digitales plantea conflictos éticos?

R. Los problemas que plantean las tecnologías digitales (de carácter no solo ético, sino también social, económico y político) son muchos y muy variados, tales como el derecho a la privacidad de los datos y el control y gestión de los mismos; la necesidad de implementar valores en las máquinas que respeten la dignidad, derechos y libertades de los seres humanos; la responsabilidad que se deriva de la programación de algoritmos de los que dependen cuestiones no menores tales como la admisión en una aseguradora médica, la contratación laboral o la concesión de un crédito bancario; las profundas desigualdades sociales a las que pueden dar lugar esas tecnologías digitales si no van acompañadas de principios básicos de justicia, equidad y solidaridad; la relación entre la automatización, la innovación y el empleo y la brecha digital entre personas de un mismo país y entre países, entre muchas otras. En conjunto, se impone la necesidad de una reflexión y un debate público sobre el futuro al que aspiramos como individuos y como sociedad, reflexión y debate al que este máster pretende contribuir.

P. ¿Qué papel deben tener lo público y lo privado en el desarrollo de la ciencia?

R. Dando por supuesto que lo público se refiere a lo político o estatal y que lo privado tiene que ver con lo empresarial, con el capital industrial o financiero, en términos generales podría afirmarse que el sofisticado y costoso desarrollo científico actual exige del concurso de ambos factores. Ahora bien, el problema radica en cómo garantizar una proporción fecunda entre ambos.

¿Existen actividades científicas que tendrían que estar moduladas por el sector público, regulando las consecuencias que se deriven de determinadas tecnologías, especialmente las que tienen carácter estratégico? ¿Cuál debería ser el grado de intervención de los poderes públicos (y no solo del ejecutivo, sino también del legislativo) en la dinámica del desarrollo de la ciencia? ¿Hay líneas de investigación científica cuyo desarrollo convendría que fuera responsabilidad exclusiva del Estado? ¿Cuál sería la regulación necesaria de la iniciativa privada?

Lo cierto es que una sociedad tan compleja como la nuestra, con una cada vez más presente tecnología disruptiva, no parece que pueda soportar un liberalismo extremo con consecuencias sociales difíciles de predecir.

P. ¿Cómo se puede y/o se debe legislar?

R. Se puede y se debe legislar, dadas las importantes consecuencias éticas, políticas y económicas del desarrollo científico y tecnológico. El ordenamiento jurídico debe regular aspectos como los referidos a las nuevas realidades laborales derivadas de los procesos de automatización y robotización de las empresas; los problemas derivados de la necesidad de garantizar la privacidad de los datos personales y cuestiones de seguridad ligadas a la tecnología de la información, entre muchas más.

P. ¿Deben jugar algún papel las convicciones o sensibilidades morales y religiosas en el desarrollo científico?

R. Las convicciones morales y religiosas de hecho impregnan el conjunto de las actividades sociales que llevan a cabo los seres humanos. Ahora bien, puesto que la pregunta es si deben jugar algún papel, la respuesta sería que en el ámbito de lo público, y no sólo en el específico del quehacer científico, lo deseable sería que las creencias personales o aquellos valores que resultaran de la pura predilección personal, no susceptible de debate, deliberación o análisis intersubjetivo, jugaran el menor papel posible.

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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