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OPINIÓN
Columna
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Los costes de la independencia

Los seres humanos necesitan entornos de certidumbre para tomar decisiones de inversión y creación de empleo y el intento de secesión generó todo lo contrario

José Carlos Díez
El presidente de Caixabank, Jordi Gual, y el de la Fundación Bancaria La Caixa, Isidre Fainé.
El presidente de Caixabank, Jordi Gual, y el de la Fundación Bancaria La Caixa, Isidre Fainé.Quique García (EFE)

En 2012 Artur Mas inició el proceso independentista en Cataluña. Hasta entonces la mayoría de economistas que apoyaban la independencia reconocían que esta tenía costes y que la primera generación de catalanes en una república viviría peor que sus padres.

En la era de Internet y las noticias falsas, la independencia necesitaba un relato ilusionante y épico. Y un grupo de economistas colaboraron activamente para garantizar a los catalanes que con la independencia vivirían mejor desde el primer día: pagarían menos impuestos, tendrían mejor sanidad, educación, viviendas, etcétera.

El problema de la macroeconomía es la dificultad de hacer experimentos para evaluar los efectos de una decisión. En la primera semana de octubre el proceso independentista se aceleró y empezó a ser creíble. Pero sucedió todo lo contrario de lo que los economistas independentistas habían anticipado.

Dijeron que las agencias les mejorarían el rating, y todos afirmaron que se lo bajarían. La Generalitat ya tenía calificación de bono basura, pero habrían empeorado su acceso a los mercados. Sin acceso a los mercados, la primera decisión que tendría que haber tomado un Gobierno independiente habría sido un fuerte recorte de las pensiones y del sueldo de los funcionarios al no poder financiar el déficit.

Dijeron que Cataluña sería un lugar más atractivo para invertir. Pero la realidad es que miles de empresas decidieron cambiar su sede de Cataluña a otra región de España. Lo que enseñan los manuales de economía es que la incertidumbre afecta negativamente a la inversión empresarial. Antes del otoño de 2017 el empleo en Barcelona crecía con la misma intensidad que en Madrid. En la actualidad el empleo en Barcelona crece un 40% menos.

Esta semana, en una comisión del Parlamento de Cataluña, dos bancos han reconocido que la causa de cambiar su sede fue la fuga de depósitos de 11.600 millones, el 5% del PIB catalán, en tan solo una semana. Para no perder el sentido de la magnitud, la fuga de depósitos en Grecia en 2015 fue del 15% de su PIB en casi un año. Se trata de dos bancos centenarios que han vivido la guerra civil, dos guerras mundiales, la quiebra de Lehman Brothers y varias crisis bancarias. Dos entidades gestionadas por catalanes que tuvieron que tomar una decisión muy difícil para proteger a sus depositantes: cambiar su sede fuera de Cataluña.

Una fuga de depósitos es un ataque de pánico colectivo, similar al actual del coronavirus. La decisión del cambio de sede y la garantía del seguro de depósitos español respaldado por el euro y el BCE bastaron para frenar en seco la fuga de depósitos.

Las ideas son libres pero los hechos son únicos. La economía de mercado es eficiente pero extremadamente frágil. Los seres humanos necesitan entornos de certidumbre para tomar decisiones de inversión y creación de empleo y el intento de independencia generó todo lo contrario. Como nos enseña Jared Diamond en su nuevo libro, no se puede resolver una crisis si las sociedades no reconocen que hay una crisis.

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