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Columna
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‘Innomatización’: innovar ante la oportunidad de automatizar

Hay que combinar la adopción de tecnologías inteligentes con la recualificación continua del capital humano

Tomás Ondarra

Las máquinas forman parte de nuestras vidas desde hace mucho tiempo. Inicialmente se crearon para ayudarnos en el trabajo físico y en el cálculo aritmético básico, pero hoy sus posibilidades parecen no tener límites, en particular en la automatización del trabajo. Al principio realizaban sobre todo tareas manuales, sistemáticas y repetitivas, siendo el paradigma los robots industriales que comenzaron a poblar las fábricas desde el siglo pasado. En las últimas décadas los chips y el software han ido progresivamente dotando de inteligencia a las máquinas, de modo que éstas han ganado en autonomía de movimientos y en capacidad de decisión. Así, la automatización ya no sólo alcanza a las tareas más rutinarias y manuales, sino que se automatizan tareas menos pautadas y que requieren capacidades y habilidades cognitivas cada vez mayores. Por ejemplo, se automatiza la gestión de pedidos y facturas, la redacción de noticias, la conducción o la atención al cliente mediante un chatbot. Hasta ahora, estas tareas estaban reservadas a las personas, y es ahí donde la irrupción de la máquina inteligente nos enfrenta a nuevas oportunidades, pero también a nuevos retos.

Las máquinas consiguen su inteligencia sintética a partir de las tecnologías de la inteligencia artificial (IA): el aprendizaje automático, la percepción artificial, la representación del conocimiento y los mecanismos para aplicarlo en la resolución de problemas, las tecnologías del lenguaje y un largo etcétera. Estas tecnologías inteligentes avanzan a partir del desarrollo de nuevos y mejores algoritmos, del constante crecimiento en la potencia de cálculo, de almacenamiento y de velocidad de transmisión de datos, además de su creciente disponibilidad. Su penetración e impacto económico es ya sustancial, pero será mucho mayor en el futuro inmediato. Un estudio de la consultora McKinsey estima que la IA podría incrementar en un 16% la actividad económica de la economía mundial en la próxima década. Tanto como la suma de lo que han aportado las tecnologías de la información en lo que va de siglo, la robotización, sobre todo la industrial, en la última década del siglo pasado y las máquinas de vapor durante el siglo XIX.

No todo son claros en el horizonte, sin embargo. La automatización del trabajo pone en riesgo el empleo de muchas personas. El Foro Económico Mundial recoge en su Informe sobre el futuro del empleo en 2018 que en 2022 el porcentaje de horas de trabajo realizado por máquinas en empresas grandes de las economías más avanzadas podría alcanzar el 42% del total, con un trasvase de hasta 75 millones de puestos de trabajo de las personas a las máquinas. El propio informe y muchos otros enfatizan, sin embargo, que el número de nuevos empleos creados puede ser aún mayor. Sin embargo, todos coinciden en una cosa, y es que los puestos de trabajo eliminados y los creados se asociarán a perfiles de trabajadores muy diferentes. Gran parte del nuevo empleo estará ligado directa o indirectamente a la economía digital, y una parte significativa, a seguir aumentando las posibilidades de la automatización inteligente (es el caso de los especialistas en IA y aprendizaje automático, expertos en automatización de procesos, en interacción persona-máquina o en robótica).

Esta revolución inteligente exige cambios sustanciales en las organizaciones, pero también en la agenda de los Gobiernos, que deberían anticipar las medidas que permitan paliar los efectos no deseados de la automatización. El reto es complejo y no existen atajos. Destacamos los tres pilares principales sobre los que asentar las medidas a tomar. El primero es la educación: se necesita un cambio de modelo que permita, en primer lugar, y en etapas tempranas, desarrollar la inteligencia emocional, el pensamiento crítico o la creatividad, pero también comprender y saber usar las tecnologías. En segundo lugar, ya en el ámbito profesional, debemos asumir la formación a lo largo de la vida como algo consustancial en nuestras sociedades, aceptando no solo que debemos formarnos permanentemente, sino que además acometeremos cambios significativos en las tareas e incluso en nuestros empleos. Debemos interiorizar que la formación permanente será nuestro mejor aval para la empleabilidad a lo largo de la vida.

El segundo pilar, y que da título a este artículo, es la innovación ante la automatización, a lo que los autores denominamos innomatización. Ante esta revolución, la mera incorporación de tecnologías inteligentes por parte de las empresas no será suficiente si se busca sobresalir y no solo sobrevivir. Una visión cortoplacista de las empresas, de hecho, puede pasar por incorporar estas tecnologías sin formar e integrar adecuadamente a sus trabajadores, prescindiendo sin más de aquellas personas que aparentemente carecen de las competencias digitales necesarias para responder ante los cambios. Llevar a las empresas al punto virtuoso de la innomatización requiere un nuevo tipo de liderazgo empresarial que tiene en cuenta la importancia de la innovación permanente en torno a las tecnologías inteligentes y que invierte en la cualificación y recualificación de los trabajadores. La formación de los directivos, el correcto dimensionamiento y planificación de los primeros pasos y proyectos de automatización inteligente, la apuesta por la innovación y el no darse por satisfechos ante una experiencia exitosa ni rendirse ante un fracaso son consejos quizás de sentido común, pero cuya aplicación, por desgracia, no está suficientemente interiorizada en las organizaciones.

El tercer pilar, las políticas públicas, han de acompañar estos procesos de cambio, facilitando la adopción de tecnologías inteligentes especialmente a las pequeñas y medianas empresas, pero también aportando el necesario amparo socioeconómico a quienes inevitablemente se vean excluidos del imparable avance de la automatización.

Las tecnologías son sin duda catalizadoras de la innovación, pero por muchas tareas que las máquinas puedan realizar, la verdadera innovación la lideran las personas. El acceso a las tecnologías se está universalizando (por su disponibilidad, coste y facilidad de replicación), por lo que automatizar sin más no supondrá en general una ventaja competitiva de largo recorrido. La verdadera ventaja competitiva que puede sostenerse a largo plazo, pues multiplicará su productividad, está reservada para aquellas empresas que innoven en sus procesos de implantación de las tecnologías inteligentes. Para ello es imprescindible combinar adecuadamente la adopción de estas tecnologías con la recualificación continua del capital humano que tienen en sus empresas, sabiendo gestionar los cambios de las tareas a realizar en función de sus competencias.

Sara de la Rica es directora de la Fundación ISEAK y Senén Barro es director del Centro de Investigación en Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago (CiTIUS).

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