Sin samba, turismo ni carnaval: la pandemia ahoga a Río de Janeiro
La capital cultural de Brasil depende de la ayuda económica del Gobierno y las campañas de recaudación
La covid-19 ha golpeado con fuerza el corazón de Río de Janeiro. Las actividades creativas y el turismo de la ciudad, referente de la cultura nacional y principal destino turístico de Brasil, suponen una gran parte de su economía. Precisamente esos son dos de los sectores más afectados por la pandemia. Tras cinco décadas, en la playa de Copacabana no se verán los tradicionales fuegos artificiales de Nochevieja. Los carnavales tampoco se van a realizar por primera vez desde principios de siglo pasado. La fiesta llegó a ser pospuesta en 1912 debido al fallecimiento del Barón de Río Branco, patrono de la diplomacia brasileña. No obstante, la gente burló la prohibición y surgieron carnavales alternativos.
Junto con la vida de más de 16.000 personas, el virus se ha llevado la principal marca cultural de la ciudad: el encanto de sus calles. Los encuentros en las esquinas, los bares y las terrazas, casi siempre animados por la música en vivo, ya no son como antes. Las escuelas de samba, las rodas de samba (música en directo donde los músicos se sientan formando un círculo donde la gente baila) y los altavoces de las fiestas funk han enmudecido. No hay turistas extranjeros, los bares y restaurantes se debaten entre la supervivencia y el cierre, y la ocupación hotelera es baja.
El desempleo, que ya era alto antes de la pandemia ―un 13% el primer trimestre― ha estallado en estos sectores. Antes de que llegara la covid-19, 107.000 personas trabajaban en la cultura, 100.000 en el sector hotelero y 110.000 en bares y restaurantes, cerca del 10% del total del empleo del municipio. Solo un pequeño sector de la cultural no ha parado debido al fenómeno de los directos en internet, que no siempre son remunerados. Los hoteles ya han perdido 20.000 puestos de trabajos; y la gastronomía, cerca de 9.000.
“El impacto es catastrófico porque el retorno es complicado para los sectores y para los que dependen de ellos. El aeropuerto de Galeão solo tiene un vuelo internacional diario”, dice el economista Luiz Gustavo Barbosa, de la Fundación Getulio Vargas. En la cultura, el 90% de las actividades dependen de la presencia física y de las reuniones de personas, asegura. “Este sector se encuentra en respiración asistida”.
En las escuelas de samba, la alegría ha dado lugar al nerviosismo. Con los barracões (naves donde se construyen las carrozas y se confeccionan los disfraces y adornos) vacías y las pistas de ensayo cerradas, la supervivencia en los próximos meses es la principal preocupación. En este periodo del año, las pistas estarían eligiendo sus temas o promoviendo ensayos; y las naves, en el auge de la preparación para los desfiles.
La Liga Independiente de las Escuelas de Samba de Río de Janeiro (Liesa) dice que es imposible que las escuelas desfilen en febrero si no hay una vacuna contra la covid-19. “¿Quién va a sacarse una entrada para ver los desfiles en el Sambódromo sin vacuna?”, se pregunta el presidente de la escuela Portela, Luis Carlos Magalhães. Los dirigentes de las escuelas decidirán en septiembre si la fiesta se suspende o se aplaza para más adelante. “Existe la hipótesis de aplazarlo. Solo es viable hasta mayo. Después, sería el inicio de la preparación del carnaval de 2022”, dice Magalhães.
La Portela, por ejemplo, ha perdido el 20% de sus ingresos al no poder realizar eventos en las pistas, como las tradicionales feijoadas, reuniones festivas en torno a ese plato típico brasileño al son de la samba. La escuela se valió de los programas de reducción de jornada del Gobierno federal para mantener al personal administrativo y a los trabajadores fijos. “No tenemos ningún tipo de ingresos, solo los provenientes de los socios y aficionados, que también han disminuido”.
Los profesionales de las naves, como yeseros, montadores de estructuras de metal y quienes confeccionan objetos y adornos, no tienen perspectiva de futuro. “La situación está complicada, sobrevivo a base de encargos de pasteles, dulces y aperitivos y de la renta de emergencia del Gobierno”, cuenta Lilian Cristina de Jesus, que produce objetos y adornos para los desfiles de la escuela São Clemente desde hace 10 años. Lo que ganaba en la nave representaba para la artesana entre cinco y seis meses de su presupuesto anual desde 2003. “Estoy pagando cerca del 50% del alquiler; debo más de 2.000 reales (unos 377 dólares)”, relata.
Paulo Roberto Santos hace disfraces. La mitad de los ingresos anuales del artista plástico proviene de la fiesta. “No sé qué va a pasar de aquí en adelante, no sé qué hacer”, dice. Recientemente se puso en marcha una campaña para ayudar al millar de trabajadores de las naves. El promotor de la iniciativa, Wagner Gonçalves, dice que muchos no han conseguido cobrar las ayudas de emergencia que promulgó el Gobierno de Jair Bolsonaro.
El aplazamiento del carnaval aún está en el horizonte y depende de cómo evolucionen las pruebas de las vacunas. “Hay una presión del sector hotelero y de los patrocinadores para que se realice. No veo otra propuesta que no sea virtual, a lo mejor eventos grabados con un número reducido de participantes y sin público. Es más razonable”, afirma el cantante Pedro Luís, fundador de Monobloco, una banda que apoyó la reivindicación del carnaval callejero en Río de Janeiro desde inicios de 2000.
El Monobloco cuenta con una treintena de músicos profesionales que hacen entre 100 y 120 conciertos en el país y en el extranjero durante todo el año. Todo ha sido suspendido. Sin el desfile de carnaval, la banda se quedará sin el patrocinio habitual. Para sortear la crisis, los músicos se están reinventando. Dan talleres en línea a unos 350 alumnos y buena parte del grupo cobra la ayuda de emergencia.
El carnaval sacó a 10 millones de personas a las calles de Río de Janeiro el pasado febrero, un récord. De ese total, 2,1 millones eran turistas. La ciudad recaudó 4.000 millones de reales (unos 750 millones de dólares) y la actividad hotelera registró una ocupación del 93%. Apenas unos días después, llegó la pandemia y el turismo se sumió en un escenario “devastador”, según dijo el presidente de la Asociación Brasileña de la Industria de Hoteles de Río de Janeiro, Alfredo Lopes. Cerca de 90 hoteles suspendieron sus actividades en marzo, y la ocupación actual, de apenas el 28%, está compuesta por profesionales sanitarios o de plataformas petrolíferas. El empresario prevé que el sector tardará más de dos años en recuperar las pérdidas de la pandemia. “El año que viene va a ser de lenta recuperación. Nadie viaja con el dinero para comer”.
Un regreso lento
Algunos hoteles han vuelto a operar las últimas semanas. El lujoso Copacabana Palace reabrió el 20 de agosto tras cuatro meses cerrado. El mes pasado también reabrieron algunos puntos turísticos, como el Cristo Redentor, el Pan de Azúcar, la noria gigante de la zona portuaria y el AquaRio, con la adopción de medidas de prevención para la covid-19. Todos ellos enfocados a recibir, de momento, solo al turismo regional.
Los bares y restaurantes de la ciudad también intentan sobrevivir. Unos 3.000 establecimientos tuvieron que cerrar. De los 7.000 que aún resisten, el 80% se encontraba en números rojos a finales de julio, de acuerdo con la Asociación Brasileña de Bares y Restaurantes del Estado. Se prevé que el 30% baje la persiana este año por falta de crédito bancario.
El centenario Bar Luiz, patrimonio histórico de la ciudad, ha logrado mantener a sus 14 trabajadores gracias a una campaña de financiación en las redes. Casa Villarino, donde se conocieron el músico Tom Jobim y el poeta Vinicius de Moraes en 1950, intenta sobrevivir con mucha dificultad. El bar donde se escuchó por primera vez el término Bossa Nova tuvo un descenso del 90% de su facturación y empezó a ofrecer servicios de envío y recogida de comida.
Teatros, cines, salas de espectáculos y museos permanecen cerrados. Para el presidente de la Asociación de Productores de Teatro de la ciudad, Eduardo Barata, la situación es “calamitosa”. Poco antes de la cuarentena, iban a inaugurarse 100 obras teatrales. “La mayoría de los artistas vive de la taquilla y está contando con la ayuda de familiares y amigos”, cuenta. La mayoría de los 5.500 profesionales del sector percibe las ayudas de emergencia.
Los artistas esperan ahora que se destinen nuevos fondos a través de una ley de emergencia para el sector aprobada hace dos meses en el Congreso. Lo más importante de la legislación, según Barata, es la dotación de 104 millones de reales (19,6 millones de dólares) a las micro y pequeñas empresas culturales. Hasta la fecha, la única ayuda gubernamental concreta para la cultura ha sido la entrega de canastas básicas por parte del Gobierno estatal y el Ayuntamiento de la ciudad. “Hasta que llegue la vacuna, tendremos que reinventarnos, ya sea en internet o en espectáculos al aire libre con artistas”, afirma Barata.
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