_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Huérfanos de futuro

Los factores económicos y sociales explican buena parte del crecimiento de los populismos de nuestro tiempo

Joaquín Estefanía
Maravillas Delgado

Un fantasma recorre las democracias, el de los populismos. Y el miedo a la pérdida del estatus material es el motor del gran resentimiento de una parte de la ciudadanía que los genera. El adjetivo populista se utiliza con profusión para cosas muy distintas. En su último libro, los profesores de Ciencia Política Fernando Vallespín y Máriam Martínez-Bascuñán recuerdan el síndrome de Cenicienta de Isaiah Berlin: existe un zapato —el concepto de “populismo”— para el que en algún lugar del mundo debe haber un pie. Hay todo tipos de pies que casi encajan, pero no nos debemos dejar encajar por esos pies semiajustables al molde. El príncipe está siempre deambulando con su zapato y tenemos la seguridad de que en algún lugar le espera un pie llamado populismo (Populismos, Alianza Editorial).

El mínimo de la ideología populista es la apelación al pueblo y la correspondiente denuncia de una élite, subrayándose el antagonismo entre uno y otra. El sociólogo francés Pierre Rosanvallon ha escrito que el populismo nace de una crisis derivada del punto de encuentro entre el desencanto político y la creciente conciencia de su impotencia por parte de la ciudadanía, la ausencia de alternativas y la opacidad del mundo resultante. Vallespín y Bascuñán recuerdan que no hay explicaciones unidireccionales o monocausales. Para entender el populismo de nuestro tiempo, y su crecimiento, hay que tener en cuenta, entre otros, los siguientes factores: los socioeconómicos, los culturales y psicosociales, los políticos, y las nuevas formas de comunicación (las redes sociales), producto de una profunda reestructuración del espacio público.

El analista José María Lasalle desarrolla en otro libro (Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo pomoderno, Debate), el papel de los factores económicos: la Gran Recesión ha hecho nacer una especie de proletariado emocional que se ha visto privado de la fe en el progreso. La conciencia de clase de ese proletariado emocional surge con la difusión de las imágenes de los empleados de Lehman Brothers abandonando con sus cajas las oficinas del templo de prosperidad neoliberal tras el seísmo que supuso su quiebra el 15 de septiembre de 2008. Sus componentes se saben parte de una clase despojada de su derecho a confiar en el futuro, a ser feliz y a disfrutar de mayor prosperidad. Una clase transversal airada que vive deseosa de que se haga justicia con ellos, al precio que sea, formada por ciudadanos acostumbrados a una estructura de sucesivas generaciones de derechos que se propagaban incesantemente gracias al desarrollo del Estado de Bienestar. La profundidad y extensión de la crisis los ha dejado instalados en un ánimo de pérdida de expectativas de progreso y prosperidad, que estimula los populismos.

Vallespín y Bascuñán profundizan en ello: la revitalización de los populismos por las formidables sacudidas de una globalización acompañada de la multiplicación de las nuevas tecnologías digitales; la economía internacional financiera, las interdependencias comerciales crecientes entre países, grandes empresas multinacionales operando como verdaderos señores feudales con capacidad para esquivar los controles fiscales soberanos de los Estados y con una efectiva capacidad de chantaje a los más débiles de entre ellos, la digitalización, la inteligencia artificial y la robotización con todas sus imprevisibles consecuencias sobre el empleo y el poder económico, el cambio climático y su potencial para agitar algunas economías nacionales, las migraciones en gran medida resultado de fallos y disrupciones económicas, militares, ecológicas, producidas en algunas regiones del mundo… todo ello genera perdedores de la globalización, que también podrían calificarse de perdedores de la modernización.

Otros profesores (Ángel Rivero, Javier Zarzalejos y Jorge de Palacio), algunos de ellos muy cercanos a la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) que preside José María Aznar, también estudian la Geografía del populismo (Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump, Tecnos) subrayando la relación entre la política y la economía en el mundo de los populismos contemporáneos. Como los anteriores textos, éste parte del hecho de que la crisis económica ha traído la resurrección de los populismos, de uno y otro signo: se ha levantado el espectro de un enemigo del pueblo: el neoliberalismo. Para unos, el enemigo del pueblo es el banquero codicioso, el capitalista sin escrúpulos, el que atendiendo a su particularismo insaciable condena al pueblo a la miseria; como sujetos de este tipo no han faltado en los últimos años, las acusaciones se han sustentado en pruebas y el populismo ha reafirmado la victoria de la economía (no democrática) sobre la política (democrática). Pero hay un populismo de signo inverso, el que entiende que la política ha matado a la eficacia de la economía, y que la intromisión de los políticos en el terreno económico es manifestación de ignorancia y arrogancia, de la pretensión de los políticos de desempeñar el papel de Dios en la creación, de modo que la única manera de tener una economía sana es justamente librándose de los políticos y la política.

Así, los factores socioeconómicos son identificados como responsables principales del desorden producido por una globalización que nadie gobierna, y que ha hecho de la gran crisis financiera el punto de referencia fundamental. La certeza de muchos ciudadanos de que se les ha dejado en la estacada ante las dificultades los ha hecho conscientes de formar parte de una clase huérfana de futuro y maltratada por la hegemonía de una minorías extractivas que se ha protegido de la crisis “mediante blindaje de casta y privilegios” (Lasalle).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_