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Columna
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El tiempo de la confusión democrática

El populismo moviliza las ideas de la democracia para socavar su naturaleza pluralista

Giovanni Sartori en una foto de archivo.
Giovanni Sartori en una foto de archivo.Raúl Cancio

En su Teoría de la democracia, Giovanni Sartori señalaba que entre las condiciones necesarias para un buen funcionamiento de la democracia, la que menos se tiene en cuenta es que las ideas erróneas sobre la democracia determinan que funcione mal. Sartori no solo fue uno de los padres de la ciencia política moderna, sino también un gran defensor de la democracia liberal frente a las distorsiones ideológicas de la Guerra fría. La consideraba uno de los frutos más preciados de la cultura occidental, por ello celebró el final de la URSS y la desaparición de la falsa alternativa entre democracia formal y real puesta en circulación por el comunismo.

Sin embargo, Sartori no dejó de invitar a la cautela a los más entusiastas defensores del fin de la Historia. Pensaba que nos adentrábamos en un mundo ignoto. En los mapas antiguos, nos decía, las tierras desconocidas y peligrosas eran indicadas con un Hic sunt leones: aquí están los leones. En el mundo de la posguerra era fácil saber dónde estaban los leones. ¿Pero dónde están hoy quienes amenazan la democracia? Sartori sostenía que tras la desaparición del enemigo externo de la democracia liberal sus adversarios aparecerían dentro. Vendrían de la mano de su victoria final. A saber, de la imposibilidad contemporánea de rechazar la democracia como principio de legitimación.

A Sartori la edad no le permitió realizar un análisis sistemático del populismo, pero sus intuiciones sirven para entender el peligro del fenómeno. Pues su éxito se debe, en buena medida, a su capacidad para instalarnos en un tiempo de absoluta confusión democrática. El populismo se caracteriza por desarrollar una crítica de la democracia en su propio nombre. Y lo hace porque, aunque parezca paradójico, el populismo es un elemento consustancial a la democracia. De aquí su habilidad para disfrazar una estrategia de ruptura institucional de proyecto de regeneración democrática. Su discurso moviliza el lenguaje, las ideas y los recursos que son propios de la democracia liberal, pero lo hace para socavar su naturaleza pluralista y representativa. Por eso nos encontramos desarmados y desconcertados frente al éxito de una retórica de exaltación de la democracia que, en el fondo, da cuerpo a un programa de exclusión que se arroga la voz del pueblo para señalar a sus enemigos.

En uno de sus últimos libros, ¿Qué es la democracia?, Sartori se preguntaba de manera lacónica: “¿Sabrá la democracia resistir a la democracia?”. Dependerá, siguiendo su magisterio, de si sabemos definir con propiedad qué es la democracia y qué podemos esperar razonablemente de ella. Solo así podremos evitar el riesgo de que cualquier malestar económico, político y social pueda ser reinterpretado como ausencia de democracia.

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