El tema candente del nuevo año
Francia y Alemania afrontan elecciones que marcarán la capacidad de freno al populismo
En estos días de comienzo de un nuevo año, de forma casi natural, se piensa en qué puede deparar el año que ahora estrenamos. Personajes, grandes eventos y un sinfín de clasificaciones llenan los informativos, huérfanos de coyuntura económica o política. Para la economía, 2017 aparece como un año de inflexiones y de materialización de riesgos. La política monetaria expansiva que nos ha acompañado en los últimos ocho años seguirá con nosotros mucho tiempo pero ha empezado a tocar a retreta y la inflación vuelve a empujar. El precio del petróleo ha repuntado en cierta medida. El equilibrio político internacional se abre a un nuevo orden.
El pasado ejercicio nos deja a Trump y al Brexit como grandes sorpresas globales que supuestamente debieron condicionar los mercados financieros pero no dejaban de ser hechos cuya realización final estaba aplazada. Ahora llega. Hemos debido asumir ya, en todo caso, que vivimos en una nueva era de lo impensable.
Lo que pueda deparar Reino Unido tras la activación de los mecanismos de salida o el nuevo presidente estadounidense tras su investidura dejaron ya de ser cuestiones impensables para convertirse en ineludibles. Donde ahora se colocan la mayor parte de los temores es el riesgo geopolítico.
El cambio en la estructura energética y la cuestionable capacidad del nuevo ejecutivo de Estados Unidos para mantener algunos equilibrios políticos globales pueden deparar conflictos que hoy nos parecen difícilmente realizables. Los mercados van a valorar, otra vez, los hechos más que los anuncios. El pasado año tuvieron un comportamiento bastante malo antes de que llegara el referéndum británico y Trump y no fueron peor después de esos hechos. Ambos eventos fueron anuncios que aún debían desplegarse.
Ahora es cuando se materializan los hechos. Los mercados financieros en los próximos meses serán sistemas a los que los virus que les afectarán dependiendo de su debilidad coyuntural. Y Europa no afronta esta situación en el mejor estado de forma.
Los países que deben sostener la fortaleza del euro —Francia y Alemania— afrontan procesos electorales que marcan la verdadera capacidad de contención del populismo en el continente. E Italia está inmersa en una crisis bancaria cuyas dimensiones empiezan a romper las costuras del estrecho abrigo con que se quiere cubrir, amenazando la estabilidad financiera más allá de las fronteras transalpinas.
En cuanto a nuestro país, me gustaría pensar —y hay razones para ello— que España crecerá, de nuevo, más de lo previsto. Los vientos de cola —principalmente del BCE— se van retirando… pero suavemente. El crudo encarecerá la factura energética pero no parece que lo vaya a subir mucho más allá de donde está ahora mismo, aunque la evolución del dólar también afectará. En todo caso, ni la OPEP —la organización de países productores de petróleo— es lo que era ni el modelo energético es ya el de la segunda mitad del siglo XX.
El Brexit también llegará pero su implementación será inevitablemente larga y tediosa. Curiosamente, será el primero de los últimos cuatro años sin elecciones en España, pero con una excepción que puede acabar siendo el tema del año en España: un referéndum (o su convocatoria, al menos) en Cataluña. Hay cuestiones que no parece que puedan aplazarse mucho tiempo y la tensión territorial (con indudable componente económico) lleva demasiado tiempo encerrada en un cajón.
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