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TURISMO: LA OTRA CARA DEL MOTOR ECONÓMICO / 2

Barcelona, parque temático

La capital catalana lucha por reformular un modelo de éxito convertido hoy en turismo de masas corrosivo con el tejido social, comercial y medioambiental de muchos barrios

Un turista con flotador y toalla al hombro baja por las Ramblas.Vídeo: GIANLUCA BATTISTA / EL PAÍS VÍDEO
Daniel Verdú

A las seis de la tarde, ocho tipos subidos en cuatro ridículos cochecitos amarillos de cincuenta centímetros cúbicos atraviesan la Rambla del Raval. Llevan un casco tipo Hormiga Atómica y una audioguía a todo volumen que reseña los lugares por dónde transitan alocadamente. Cuando el escuadrón pasa por delante de una terraza, un chico se levanta de golpe y a grito pelado les lanza: “¡Tourist, go home! Aquí no os queremos”. Luego vuelve a sentarse.

 El grito forma parte de un hartazgo generalizado, especialmente de los vecinos del centro de la ciudad, respecto a un tipo de turismo que acude en masa a Barcelona. Subida de precios de la vivienda, privatización de espacios públicos como el Park Güell, destrucción del tejido social y comercial del centro, ruido nocturno… Todo eso y más se le achaca últimamente a un sector productivo que genera 20 millones de euros al día, el 12% del PIB de una ciudad (hasta el 20% si contamos impacto indirecto) con 90.000 personas dedicadas a ello, según datos de la Seguridad Social. Una ciudad que antes de los Juegos Olímpicos de 1992 tenía problemas para atraer visitantes, pero que desde comienzos de este siglo ha quedado desbordada. De hecho, la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, ganó las elecciones haciendo especial énfasis en este problema. Pero, ¿se puede realmente regular este sector sin destruirlo?

El Ayuntamiento ha puesto en marcha un plan estratégico para detectar los problemas y tratar de solucionarlos. Mientras, la concesión de licencias hoteleras ha quedado paralizada y los pisos turísticos se han convertido en poco menos que el demonio dentro de un imaginario colectivo que rechaza este fenómeno de masas que cada año atrae 30 millones de visitantes (15 duermen en Barcelona entre hoteles y alojamientos turísticos y otros 15 en los alrededores) a una ciudad más bien pequeña donde solo viven 1,6 millones de vecinos. El centro está lleno de pintadas mandando al garete a los turistas y cada vez más gente se cuestiona quién gana y si merece la pena fiar la economía de una ciudad a este tipo de industria.

Dos turistas en un coche con audioguía.
Dos turistas en un coche con audioguía.G. B.
En el barrio Gótico ya hay tantas camas para turistas como vecinos

El turismo es el cuarto problema más grave de la ciudad, por detrás del paro, la inseguridad y la limpieza, según la encuesta municipal de servicios. Por eso surgen asociaciones cada vez más numerosas como la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible. Barcelona no es Venecia, pero en algunos lugares esta empieza a tener los mismos problemas.

El barrio Gótico, dentro del distrito de Ciutat Vella, es el paradigma de este conflicto. Sucio, sin apenas comercio de proximidad y entregado al proceloso mundo del souvenir. Más de la mitad de los edificios (el 52%) albergan pisos turísticos y en las camas de apartamentos y hoteles casi alcanzan ya al número total de vecinos, según revela el estudio del investigador de la Universidad de Lisboa, Agustín Cócola. La proporción entre camas hoteleras y vecinos en Ciutat Vella es de una plaza por cada 4,9 vecinos, pero en el Gótico es incluso superior y casi se puede equiparar: una cama por cada 1,6 vecinos. Mientras crece el fenómeno, la población residente se marcha (un 17,6% en los últimos 10 años, según el padrón) y suben los precios residenciales (un 6% en solo un año) debido a dos factores: la compra de edificios y pisos por parte de inversores extranjeros y la constante disminución del parque de viviendas disponible.

Vista lateral del crucero Oasis of the seas.
Vista lateral del crucero Oasis of the seas.G. B.

Para Cócola el problema es una bola de nieve que se extiende al tejido social y comercial, siempre en los barrios que reciben mayor presión como Gótico, Barceloneta, Sant Pere, Santa Caterina y La Ribera o la Dreta del Eixample. "Comercio y vida cotidiana también están afectados. La gente se va porque no tienen los servicios que necesitan. Con el turismo masivo, la farmacia pasa a ser una heladería y la carnicería una tienda de souvenirs", señala.

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Reme Gómez, presidenta de la asociación de vecinos del barrio, pasea por unas Ramblas atestadas de turistas e invadidas por una feria de tapas en la que no hay ni un solo vecino del barrio. El lugar, histórica arteria de Barcelona, hoy es solo un gran bazar para turistas. Un espacio, como tantos otros, que ya no pisan los barceloneses. “Hemos perdido nuestra capacidad de tener una vida cotidiana de barrio. Han subido los precios en el comercio y en la vivienda. Allá donde se instala el turismo, desaparecen el resto de sectores”, critica.

Hemos perdido la capacidad de llevar una vida cotidiana”, denuncia una vecina

La manera con la que las ciudades pueden medir el impacto sobre el territorio de esta industria es la relación entre número de ciudadanos y pernoctaciones. La teoría dice que las ciudades grandes y pobladas soportan mejor este tipo de fenómenos y la media mundial se sitúa en 6 puntos. , grandes ciudades como Londres están en 3 y Amsterdam (una de las más afectadas) está en 12 (por encima del límite de sus posibilidades). Barcelona se encuentra actualmente en 9 pernoctaciones por cada ciudadano, tres puntos por encima de la media.

El Ayuntamiento, por primera vez en años, está alineado con las quejas vecinales. Agustí Colom, concejal de Turismo enumera esos problemas en una entrevista con este periódico: vivienda turística, gentrificación, desertización del espacio… y dejar de hacer promoción salvaje fuera. “Ahora toca gobernar el turismo, no atraer a más gente. Lo primero que estamos haciendo es luchar contra los pisos turísticos ilegales. Pero también hay un plan de usos para los comercios que limitará sus usos y fomentará el de proximidad”, señala.

Lo mismo sienten los vecinos de la Barceloneta, un antiguo barrio de pescadores con pisos de escasa calidad, que el turismo ha convertido en el más caro por metro cuadrado. El investigador Alan Quaglieri, experto en temas de turismo, conoce bien el problema. “Es un área emblemática de las contradicciones promovidas por el turismo en el apartado de vivienda. Es la competencia desleal entre la demanda turística de espacio y el acceso a un bien básico. Ha provocado que en áreas con un perfil de clases populares se enfrenten a una concentración de una demanda con alto poder adquisitivo. Y eso tiene un impacto brutal sobre los equilibrios socioculturales del barrio?”.

Las confluencias en este asunto crean extraños compañeros de cama como el de estos vecinos y el gremio de hoteleros. Su presidente, Jordi Clos, no cree que Barcelona tenga un problema con el turismo, sino un reto por delante para gestionar el éxito. Pero, en cualquier caso, señala hacia los pisos turísticos como foco principal. “Hay que diferenciar bien: hay una parte del turismo, la mitad, que son gente que vienen a ferias o a negocios y no genera ningún conflicto. Pero después está la parte turística que tiene dos parámetros importantes que han generado conflictividad. Los pisos turísticos ha hecho un crecimiento de la oferta brutal con unos precios asequibles. Viene un segmento de público que antes no venía y han doblado la oferta. La mitad no son legales y generan un conflicto de carácter social dentro de los espacios. Además tenemos el tema de los cruceros. Una parte son de mucho nivel, pero otros están tres horas y media y ocupan el espacio de la ciudad”, señala. En cualquier caso, nadie duda de que la solución tardará en llegar tantos años como los que esperaron a los turistas en esta ciudad.

Los cruceros: 30.000 personas en un solo día

En algunos apartados de este conflicto el desequilibrio aumenta, pero la actuación del Ayuntamiento es limitada. Ni el Consistorio tiene competencias y recursos para controlar el tema de los pisos, ni las tiene para regular otro de los grandes problemas de la ciudad como son los cruceros, para los que se llegó a construir un muelle con capacidad para siete grandes barcos que permite desembarcar a 30.000 personas en un solo día de agosto. Una invasión en toda regla que dura cuatro horas. Y un atentado medioambiental, según todos los estudios. “Las competencias no son nuestras, pero el problema es que el crucerista deja un rendimiento escaso comparado con el impacto que tienen sobre la ciudad. No son el perfil de turista deseado ni el sector a desarrollar. Preferiríamos que vinieran menos y se quedarán más tiempo”, insiste Agustí Colom, concejal de Turismo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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