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Tribuna
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¿Un ‘New Deal’ para la deuda insostenible?

Nada es gratis en Europa y nunca lo ha sido, pero hay formas mucho mejores de abordar crisis como esta

RAFAEL RICOY

El reconocimiento por el Fondo Monetario Internacional de que la deuda de Grecia es insostenible podría resultar ser un punto de inflexión para el sistema financiero mundial. Es evidente que se deben tomar más en serio las políticas heterodoxas para abordar las grandes cargas de deuda existentes, incluso en algunos países avanzados.

Desde el comienzo de la crisis griega, ha habido básicamente tres escuelas de pensamiento. La primera es la concepción de la llamada troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI), según la cual la periferia de la zona del euro con problemas de deuda (Grecia, Irlanda, Portugal y España) requiere una fuerte disciplina normativa para prevenir que una crisis de liquidez a corto plazo se transforme en un problema de insolvencia a largo plazo.

La prescripción normativa ortodoxa era la de conceder préstamos puente tradicionales a esos países, con lo que dispondrían del tiempo para solucionar sus problemas presupuestarios y emprender reformas estructurales encaminadas a aumentar sus posibilidades de crecimiento a largo plazo. Ese planteamiento ha “funcionado” en España, Irlanda y Portugal, pero a costa de recesiones tremendas. Además, hay un gran riesgo de recaída en caso de que se produzca un importante bajón en la economía mundial. Sin embargo, la política de la troika no ha estabilizado –y menos aún reavivado– la economía de Grecia.

Una segunda escuela de pensamiento considera también la crisis un problema de liquidez exclusivamente, pero ve la insolvencia a largo plazo como un riesgo poco probable, en el peor de los casos. El problema no es el de que la deuda de los países de la periferia de la zona del euro sea demasiado grande, sino que no se le ha permitido aumentar lo suficiente.

Los que creen que la crisis europea se hubiera resuelto únicamente con eurobonos pecan de ingenuidad

Ese bando antiausteridad cree que, incluso cuando los mercados privados perdieron totalmente la confianza en la periferia de Europa, la Europa septentrional podría haber solucionado fácilmente el problema avalando la deuda de la periferia, tal vez al amparo de unos eurobonos respaldados en última instancia por todos los contribuyentes (y en particular los alemanes) de la zona del euro. Entonces se habría permitido a los países de la periferia no solo reestructurar su deuda, sino también aplicar una política fiscal decididamente contracíclica durante el tiempo que sus gobiernos nacionales hubieran considerado necesario.

Dicho de otro modo, para los “antiausteridad” la zona del euro padeció una crisis de competencia, no una crisis de confianza. No importa que la zona del euro no tenga una autoridad fiscal centralizada, sino solo una unión bancaria incompleta. Los problemas de riesgo moral o insolvencia no son relevantes; tampoco las reformas estructurales que puedan propiciar el crecimiento. Todos los deudores podrán pagar en el futuro, aun cuando no siempre hayan sido fiables en el pasado. En cualquier caso, un crecimiento más rápido del PIB permitirá pagarlo todo, gracias a unos elevados multiplicadores fiscales. En suma, Europa se perdió una gran oportunidad.

Se trata de un punto de vista totalmente coherente, pero ingenuo en su confianza incondicional (por ejemplo, en los polémicos textos del premio Nobel de economía Paul Krugman). A consecuencia de ello, la concepción antiausteridad oculta suposiciones muy poco fundamentadas y grandes riesgos. En realidad, acumular préstamos sobre cargas de deuda ya elevadas en la periferia de la zona del euro entrañaba un riesgo importante, en particular cuando estalló la crisis.

La corrupción política, ejemplificada por la connivencia entre el Gobierno y el sector financiero de España, era endémica. Unos mercados laborales duales y monopolios del mercado de productos siguen frenando el crecimiento y los oligarcas tienen un poder desproporcionado para proteger sus intereses. En realidad, Alemania no habría podido avalar toda la deuda de la periferia europea sin poner en riesgo su propia solvencia, en particular a falta de un sistema de controles y salvaguardias que funcione bien. Unas garantías más amplias y abiertas podrían haber dado resultado, pero, si no, la degradación económica de la periferia podría haberse extendido al centro.

Un tercer punto de vista es el de que, en vista de la gran magnitud de la crisis financiera, se debería haber diagnosticado como de insolvencia el problema de la deuda de Europa desde el principio y haberlo abordado con reestructuración y condonación de la deuda, ayudadas por una inflación moderadamente elevada y una reforma estructural. Ese ha sido mi punto de vista desde que comenzó la crisis.

Alemania no habría podido avalar toda la deuda de la periferia europea sin poner en riesgo su propia solvencia

En Irlanda y España, los tenedores de bonos privados, y no los contribuyentes irlandeses y españoles, son los que deberían haber sufrido las consecuencias de las quiebras bancarias. En Grecia, debería haber habido amortizaciones de préstamos fallidos más rápidas y mayores.

Naturalmente, los gobiernos nacionales habrían tenido que recurrir a fondos de los contribuyentes para recapitalizar los bancos europeos septentrionales que prestaron demasiado a la periferia –en particular los de Francia y Alemania– y habrían sido necesarias transferencias para recapitalizar los bancos de la periferia, pero al menos la opinión pública habría entendido entonces la realidad de la situación, mientras que los bancos reestructurados y recapitalizados habrían estado en condiciones de comenzar a prestar de nuevo.

Lamentablemente, demasiadas autoridades de economías avanzadas se dieron el lujo de creer que semejantes políticas heterodoxas son solo para los mercados emergentes, cuando en muchas ocasiones los países desarrollados han recurrido a políticas heterodoxas para reducir las deudas pendientes. La reestructuración de la deuda habría brindado a Europa la posibilidad de volver a empezar que necesitaba. Es cierto que suponía un riesgo, como ha señalado el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, pero habría valido la pena.

Entonces, ¿cuál es la vía para avanzar? Una integración europea más profunda, normas más estrictas en materia de capital primario necesario en el caso de los bancos y unas reformas estructurales más profundas, pero de cosecha propia, son elementos fundamentales, desde luego, para cualquier solución. Aún se necesita urgentemente una mayor ayuda a la periferia europea.

Pero, aparte de eso, la experiencia de Europa debería mover a un replanteamiento total del sistema mundial para administrar las quiebras soberanas, lo que podría significar una vuelta a propuestas más antiguas del FMI sobre un mecanismo para estos casos o la búsqueda de formas de institucionalizar la reciente posición del Fondo sobre la deuda griega. Nada es gratis en Europa y nunca lo ha sido, pero hay formas mucho mejores de abordar la deuda insostenible.

Kenneth Rogoff, execonomista jefe del FMI, es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.

Traducción de Carlos Manzano.

© Project Syndicate, 2015.

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