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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Brasil, en recesión

La salud de la economía brasileña es un centro de atención preferente para la economía española. No solo por la capacidad de absorción de exportaciones sino, quizás más importante, por la cuantía que representa el stock de inversión directa en el extranjero de empresas españolas. El caso es que hoy, la economía brasileña, la séptima mayor del mundo, se encuentra técnicamente en recesión. En el segundo trimestre del año la contracción fue del 0,6% y la cifra revisada del primero también negativa del 0,2%. Un cuadro que contrasta con la historia reciente. Salvo el último trimestre de 2008, el crecimiento de Brasil siempre fue positivo y superior al promedio mundial, del 4% anual entre 2003 y 2010. El dinamismo de las exportaciones, la fuerte penetración en el mercado chino, la reducción del desempleo, la expansión del crédito y la pujanza de la demanda interna han impulsado la fase de bonanza que ahora concluye. Y lo hacen con la resaca del campeonato mundial de fútbol que, tampoco en la actividad económica ha tenido los efectos esperados, a pesar del gasto que ha supuesto. Para agravar las cosas, el rating crediticio del país ha sido reducido por Moody's.

Esa desaceleración del crecimiento dificultará la continuidad de reformas, la convergencia en estándares de bienestar y reducción de la pobreza que había conseguido en los últimos años. La brasileña es una de las economías en las que la expansión previa al desencadenamiento de la crisis de 2008 fue capaz de extender las ventajas del crecimiento a amplias capas de la población; es decir, de alcanzar un crecimiento inclusivo. La reducción de la economía sumergida, la creación de empleo, la reducción de la pobreza y la de la amplia desigualdad en la distribución de la renta han sido consecuciones en gran medida asociadas al periodo de gobierno del presidente Lula da Silva.

Con todo, los niveles de pobreza siguen siendo muy importantes, haciendo de esa economía una en las que la desigualdad sigue siendo de las mayores del mundo. Y la situación económica tampoco garantiza una estabilidad política similar a la que presidió el periodo de expansión y convergencia real. Los resultados anticipados de las próximas elecciones generales no son hoy suficientemente claros como para garantizar la continuidad de las reformas, en particular en un sistema fiscal muy fragmentado, o la intensificación de la inversión en infraestructuras y educación y habilidades de los trabajadores, de todo punto necesarias para mejorar los pobres registros de productividad. Pero, además, será necesaria una gestión macroeconómica que aleje las amenazas inflacionistas. Ambos propósitos, reformas y lucha contra la inflación, no son precisamente muy compatibles en el corto plazo con el crecimiento económico y la extensión del bienestar entre la población más desfavorecida a las que ese país parecía acostumbrado.

Con el desenlace de las elecciones del próximo día 4, en primera convocatoria, se abre una fase nueva en la evolución de esa economía, de ajuste a una nueva realidad, cuya duración no es fácil de anticipar ahora. Los ritmos de crecimiento económico que se anticipan para 2015 no son compatibles con la progresión de la distribución hasta ahora conseguida. Y con ella, de la necesaria confianza de los agentes económicos nacionales y de aquellas empresas como las españolas con inversiones significativas en el país.

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