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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los delirios estadounidenses en las antípodas

Sería una pena que Australia modificase algo que va bien por interpretar mal el sistema de EE UU

Joseph E. Stiglitz

Para bien o para mal, los debates de política económica en Estados Unidos, independientemente de su relevancia, a menudo, hacen eco en otros lugares. El recientemente electo Gobierno del primer ministro Tony Abbott en Australia ofrece un buen ejemplo de ello.

Al igual que en muchos otros países, los Gobiernos conservadores abogan por recortes en el gasto público, con el argumento de que los déficits fiscales ponen en peligro el futuro de dichos países. En el caso de Australia, sin embargo, tales afirmaciones suenan particularmente huecas —aunque eso no ha impedido que el Gobierno de Abbott las ponga en circulación.

Incluso si se acepta la aseveración de los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sobre que los niveles muy altos de deuda pública significan un menor crecimiento —un punto de vista que realmente nunca fue comprobado y que posteriormente ha sido desacreditado—, Australia está muy lejos de ese umbral. Su índice deuda/PIB es sólo una porción del índice de EE UU, y uno de los más bajos entre los países de la OCDE.

Lo que importa más para el crecimiento a largo plazo son las inversiones en el futuro —incluyendo inversiones públicas de crucial importancia en educación, tecnología e infraestructura—. Estas inversiones garantizan que todos los ciudadanos, sin importar cuán pobres sean sus padres, puedan desarrollar su potencial en plenitud.

Hay algo profundamente irónico acerca de la reverencia que tiene Abbott hacia el modelo de Estados Unidos cuando defiende muchas de las reformas propuestas por su Gobierno. Después de todo, el modelo económico de Estados Unidos no ha estado funcionando para la mayoría de los estadounidenses. El ingreso medio en EE UU es más bajo que el de hace un cuarto de siglo y esto no sobrevino por un estancamiento en la productividad, sino debido a un estancamiento de los salarios.

El modelo australiano se ha desempeñado muchísimo mejor. De hecho, Australia es una de las pocas economías basadas en materias primas que no ha sufrido la maldición de los recursos naturales. La prosperidad se ha compartido de una forma relativamente amplia. El ingreso medio de los hogares ha crecido a una tasa media anual superior al 3% en las últimas décadas —casi el doble de la media de la OCDE.

Sin duda, dada su abundancia de recursos naturales, Australia debería tener de lejos una mayor igualdad de la que tiene. Al fin y al cabo, los recursos naturales de un país deben pertenecer a todos sus habitantes, y las rentas que ellos generan deben proporcionar una fuente de ingresos que podría ser utilizada para reducir la desigualdad. Y la imposición de altas tasas de tributación a las rentas de los recursos naturales no causa las consecuencias negativas que se derivan de imponer tasas a los ahorros o al trabajo —las reservas de mineral de hierro y gas natural no se pueden trasladar a otro país para evitar pagar impuestos.

No obstante, el coeficiente Gini de Australia, una medida estándar de la desigualdad, es un tercio superior al de Noruega, un país rico en recursos naturales que ha hecho un trabajo particularmente bueno en cuanto a administrar su riqueza para el beneficio de todos los ciudadanos.

Uno se pregunta si Abbott y su Gobierno entienden realmente lo que ha sucedido en EE UU. ¿Se dan cuenta de que, desde que comenzó la era de la desregulación y la liberalización a finales de la década de 1970, el crecimiento del PIB se ha desacelerado marcadamente, y que el crecimiento que sí se produjo ha beneficiado principalmente a los de arriba? ¿Saben que antes de estas reformas, EE UU no había tenido ni una sola crisis financiera —fenómeno que en la actualidad ocurre de manera habitual en todo el mundo— durante un periodo de medio siglo de duración, y que la desregulación condujo a que se tenga un sector financiero inflado que atrajo a muchos jóvenes talentosos que de lo contrario podrían haber dedicado sus carreras a actividades más productivas? Las innovaciones financieras creadas por dichos jóvenes talentos hicieron que ellos llegaran a ser extremadamente ricos, pero también llevaron a EE UU y a la economía mundial al borde de la ruina.

Los servicios públicos de Australia causan envidia en todo el mundo. Su sistema de salud ofrece mejores resultados que el de EE UU, a una fracción del coste. Cuenta con un programa de préstamos educativos que dependen del ingreso. Dicho programa permite a los prestatarios alargar sus reembolsos a lo largo de muchos años si es necesario; y durante ese periodo, si sus ingresos llegasen a ser particularmente bajos (quizá debido a que eligieron puestos de trabajo de importancia, pero con remuneraciones bajas, por ejemplo en los ámbitos de la educación o la religión), el Gobierno les perdona parte de la deuda.

El contraste con la realidad estadounidense es sorprendente. En EE UU, la deuda estudiantil, que en la actualidad excede los 1,2 billones de dólares (más que toda la deuda de las tarjetas de crédito), se está convirtiendo en una carga para los graduados y para la economía. El fracasado modelo financiero de EE UU para la educación superior es una de las razones por las que, entre los países avanzados, la sociedad estadounidense tiene el menor índice en lo que respecta a igualdad de oportunidades, haciendo que las perspectivas de vida de un joven estadounidense dependan de los ingresos y de la educación de sus padres mucho más que en otros países desarrollados.

Las ideas sobre la educación superior de Abbott también sugieren que él claramente no entiende por qué las mejores universidades de EE UU tienen éxito. No es la competencia de precios o el afán de lucro lo que ha hecho que Harvard, Yale o Stanford sean excelentes. Ninguna de las mejores universidades de Estados Unidos son instituciones con fines de lucro. Todos ellas son instituciones sin fines de lucro, ya sean públicas o instituciones financiadas con el apoyo de grandes donaciones, que en gran medida son realizadas por los exalumnos y fundaciones.

Hay competencia, pero de un tipo diferente. Se esfuerzan por la inclusión y la diversidad. Compiten por becas de investigación del Gobierno. Las universidades estadounidenses escasamente reguladas y con fines de lucro sobresalen en dos dimensiones: su capacidad de aprovecharse de los jóvenes que provienen de familias de rentas medias y pobres, ya que les cobran matrículas altas sin brindarles nada de valor, y su capacidad de cabildear para obtener dinero del Gobierno que no esté regulado y continuar con sus prácticas de explotación.

Australia debe estar orgullosa de sus logros, el resto del mundo puede aprender mucho de los mismos. Sería bochornoso que una mala interpretación de lo que ha sucedido en EE UU, junto con una fuerte dosis de ideología, haga que sus líderes se empeñen en reparar algo que no está roto.

Joseph E. Stiglitz es premio Nobel de Economía y profesor universitario en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a learning society: A new approach to growth, development, and social progress.

Copyright: Project Syndicate, 2014.

www.project-syndicate.org

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