Breve respiro para Grecia
Grecia ha reaparecido en los mercados, previa autorización de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), con un éxito sorprendente. Ha conseguido colocar 3.000 millones de euros en bonos a cinco años con un coste inferior al 5%. Este y otros recientes acontecimientos vividos en los mercados favorecen la idea de que o los mensajes políticos no han sido acertados, o la percepción de los agentes financieros ha variado de forma significativa. Un país como Grecia, con un volumen de deuda superior al 150% del PIB, sujeto a un plan de rescate estricto y doloroso causante de daños sociales y motines ciudadanos, recibe la aquiescencia de los inversores con costes relativamente reducidos. Podría aducirse también el caso de España (en mucha mejor situación financiera pública, por supuesto), que incumple sistemáticamente el déficit y acumula deuda a velocidad de vértigo (ya está en el 96% del PIB), a pesar de lo cual coloca sin problemas sus emisiones, con demandas altas, y ve cómo desciende la prima de riesgo. La situación actual, al menos por el momento, desmiente la tesis de que los mercados castigan el endeudamiento y el déficit de forma inmisericorde; al menos siempre y en todas las circunstancias.
En una primera aproximación sería cierto que los centros de decisión sobre el riesgo calculan ahora más pensando en la rentabilidad a corto y las expectativas de crecimiento que en la capacidad atribuida para devolver la deuda. No obstante, conviene recordar que la solidez de las economías mundiales ha cambiado drásticamente. La recesión ha trasladado ingentes cantidades de renta desde los ciudadanos hasta la banca y desde la periferia (España, Grecia, Irlanda, Portugal...) hacia los países centrales (como Alemania y afines). Eso quiere decir que aumenta la vulnerabilidad de muchas economías; una nueva recesión tendría consecuencias catastróficas para los países periféricos. El equilibrio es inestable y no parece que vaya a mejorar en algún tiempo.
A pesar de la reacción favorable de los inversores, los parámetros fundamentales de Grecia no han variado: no hay crecimiento, el paro es excesivo, apenas hay otros factores de actividad que el turismo y la deuda es demasiado elevada para la capacidad potencial de generar ahorro en el futuro. El diagnóstico hoy es que tarde o temprano será necesaria una reestructuración de la deuda, y es muy similar al que condujo al rescate. Lo cual indica que en el caso de la economía griega ha fracasado el modelo de rescate patrocinado por la troika basado en ajustes presupuestarios e inyecciones de dinero a coste demasiado alto para las posibilidades del país. Es cierto que la economía griega necesitaba una racionalización drástica; pero cuando se impone una intervención económica desde fuera de un país, la austeridad suele ser indiscriminada, no se calculan los efectos de cada recorte sobre el crecimiento y se atiende solo a si el resultado final coincide con el objetivo de déficit. Que, por cierto, tampoco suele conseguirse. Los efectos secundarios suelen ser devastadores: las oportunidades de crecimiento a medio plazo quedan arruinadas y desaparece la estructura mínima de bienestar social. Por desgracia, la primavera griega en los mercados será probablemente una estación corta.
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