Emergentes sensibles
Las economías consideradas emergentes habían conseguido sortear el primer impacto de la crisis. A diferencia de otras ocasiones, en esta convulsión financiera el epicentro no estaba en la periferia, sino en el centro. Y los primeros brotes de contagio afectaron sobre todo a economías avanzadas, las de la eurozona de forma destacada. Las razones para esa capacidad de resistencia están en el escarmiento que dejó la anterior gran crisis financiera, la que surgió y se concretó en el sureste asiático. Cuando sobrevino la reciente crisis, la deuda exterior de las economías menos desarrolladas estaba en niveles mínimos y el resto de los equilibrios macroeconómicos era aceptable. Es más, en cierta medida se beneficiaron de la huida de los flujos financieros desde algunas economías de la periferia de la eurozona.
Fue durante la crisis cuando la tracción sobre el crecimiento de la economía mundial del grupo más activo de emergentes, los BRIC (Brasil, Rusia, India, China), superó al ejercido por las economías avanzadas. China, en concreto, pasó a ser la segunda economía mayor del mundo y el primer operador comercial global. Pero ahora, la economía china sufre de algunos de sus excesos en endeudamiento privado y actividad bancaria carente de supervisión. Y crece menos de lo que lo ha hecho en media durante más de una década. De las políticas monetarias laxas practicadas en EE UU, Japón y Europa provinieron en gran medida los efectos más significativos que estimularon el crecimiento de las emergentes. Ahora, cuando se anticipa que al menos en EE UU la política de estímulos va a terminar, el impacto también empieza a ser notable. La sensibilidad de algunas de ellas ya se ha puesto de manifiesto en la reversión de flujos de capital y en su impacto en los tipos de cambio.
Si la vuelta a la normalidad de las políticas monetarias obliga a una adaptación delicada en algunas economías emergentes, el retorno al crecimiento económico de las avanzadas, EE UU en particular, es una señal favorable; sobre todo, mejorará la expectativa exportadora. Así lo expresa el FMI en sus últimas previsiones económicas. Siempre y cuando las economías que lideran ese grupo, China, India y Brasil, fundamentalmente, no acentúen alguno de sus desequilibrios actuales, especialmente los vinculados a la financiación del sector privado.
La única región en la que el FMI sigue mostrando su escepticismo sobre la recuperación en ciernes es precisamente la eurozona. Los riesgos son superiores a los existentes en EE UU y Japón, especialmente en el sur del área monetaria. A las cautelas propias del endeudamiento privado y la ausencia de demanda se añade la inquietud lógica por la desinflación. Además, los riesgos de naturaleza geopolítica derivados de la crisis de Ucrania no favorecen la necesaria estabilidad en la región.
De todo lo anterior se deduce que el entorno en el que va a desenvolverse la actividad económica de las economías menos desarrolladas es más sensible, menos cómodo que el hasta ahora dominante. Pero a partir de ahora la evolución de los países emergentes influirá más en las economías avanzadas que antes de que emergiera esta crisis de los ricos. Haría bien el FMI en avanzar en sus reformas y darles la atención analítica que desde hace tiempo merecen.
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