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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gran remiendo a un fatal presupuesto

La Eurocámara aumenta el presupuesto 2014-2020 en 60.000 millones, pero por la puerta trasera

Xavier Vidal-Folch

La democracia sirve para algo. Y la democracia europea, también. Por ejemplo, para remendar un malísimo presupuesto (véase esta columna del 28-11-2012).

El Parlamento Europeo aprobó ayer y anteayer las perspectivas financieras plurianuales, o sea, el paquete presupuestario septenal (2014-2020), y su desglose, sobre la pauta del acuerdo con el Consejo (Gobiernos) del 27 de junio, que ahora se ratifica.

Ese acuerdo llegó tras sus amenazas de bloquearlo. El pulso anterior (fue el segundo) sirvió para forzar la entronización de los paquetes plurianuales. El primero fue el paquete Delors I (1988-1992). Desde que esos paquetes existen, el de 2014-2020 ha sido el primero en recibir un sonoro aviso de rechazo (lo permite el nuevo Tratado de Lisboa), que ya queda desvanecido. ¿Quién dice que el Parlamento es inane?

Sin que sirva de precedente, empecemos por lo estupendo: el remiendo. El Parlamento ha conseguido dotar de una gran flexibilidad a la gestión del presupuesto. No es asunto menor, se traduce en miles de millones de euros. Hasta ahora, cuando un crédito presupuestario no se utilizaba en su ejercicio correspondiente, el dinero se devolvía a los Estados miembros, según su cuota respectiva. Desde ahora, no habrá que devolverlo, el crédito podrá prorrogarse automáticamente. Es una manera de aumentar, aunque sea por la puerta trasera, la exigua cuantía global del presupuesto: la parte no usada del paquete 2007-2013 ascenderá a unos 60.000 millones de euros.

Asimismo, los compromisos podrán transferirse de un ejercicio a otro. Y podrá haber trasvases entre distintas líneas de gasto. De modo que si queda dinero sin emplear será porque la Comisión, que es quien ejecuta, no habrá sabido agotarlo.

El otro gran avance es que el paquete se revisará obligatoriamente en su tercer año, antes de finales de 2016: tanto para readecuar las partidas a las prioridades de entonces, cuanto para reformar la estructura del mismo. Es un salvamento boca a boca (pero hipotético y a futuro) a los keynesianos y otros partidarios de utilizar la política fiscal como instrumento anticíclico, que andaban desperados y en rebeldía. Como dijo Jean-Luc Dehaene (PPE), “en tiempos de austeridad nacional el presupuesto europeo debería ser más alto para compensar la caída de inversión en los Estados miembros”. Lo contrario de lo que lograron Angela Merkel (PPE) y cía., al rebajar el proyecto, más expansivo, de la Comisión: “ajustarse a los esfuerzos de consolidación” de los Estados, como formuló la frau. Doble ración de presupuestos restrictivos, doble taza de austeridad.

Pese a ello, en este paquete hay partidas portadoras de futuro. Así, el programa Erasmus, que aumenta su dotación un 58% hasta 4.920 millones en el septenio; también para España, un 4,3% más en su primer año. O las redes de transporte transeuropeas (29.300 millones) con el espaldarazo al “corredor mediterráneo”, derrotada ya la resistencia centralista, y al “atlántico”. O el programa de empleo juvenil, de 6.000 millones, ampliables.

El remiendo parlamentario y el refuerzo de esas partidas no enmascaran que se trata de un paquete presupuestario dramáticamente insuficiente y mal orientado.

Insuficiente, porque es inferior al anterior paquete, en 33.000 millones, una reducción del 3 y pico%. Porque por vez primera su cuantía porcentual baja del 1% del PIB comunitario, situándose en el 0,95% en créditos de pago. Porque sigue a años luz de los presupuestos de otras organizaciones federales (del 11% suizo al 25% norteamericano), aunque en este caso financie menos competencias. Y sobre todo porque con la que está cayendo, más se necesita el impulso de la política presupuestaria junto al de la monetaria. Claro que esta reducción se compensa de sobra... con los 60.000 millones arrancados de matute.

Y mal orientado porque aunque la Política Agrícola Común (PAC) ya no es tan deleznablemente proteccionista como en sus inicios en 1962, sigue siendo muy antirredistributiva, apoya a los más potentes. Mientras los créditos de compromiso (techos) para la cohesión territorial bajan a 325.149 millones, situándose en un 33% del total, la PAC lo hace a 373.179 millones, un 38% del paquete presupuestario. Aunque las distancias se reducen, todavía el trigo y el vacuno cotizan más —cinco puntos más— que los ciudadanos de las regiones menos prósperas. Esa vergüenza.

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