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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿En qué momento se jodió la Unión Europea?

Antón Costas

La situación que vive la Unión Europea me trae a la memoria la pregunta que al inicio de Conversación en La Catedral hace Santiago Zabala, Zabalita, el personaje de la novela de Mario Vargas Llosa, cuando se pregunta: “¿En qué momento se jodió el Perú?”.

Cuando vemos el enorme paro europeo (26,5 millones de personas en mayo de 2013), la falta de crecimiento, la ausencia de futuro para muchos jóvenes, la desigualdad que no cesa de crecer, la pobreza que asola a muchos hogares o la desnutrición de niños, la pregunta de Zabalita es pertinente para la UE.

La respuesta más obvia sería decir que fue a mediados de 2010. En esa fecha, la Comisión Europea decidió poner en marcha una política de austeridad inclemente que asesinó la incipiente recuperación que la economía europea comenzaba a manifestar en aquellos momentos. El resultado ha sido una crisis autoinflingida que dura ya tres años.

En realidad, las cosas comenzaron a torcerse antes. El euro nació con un pecado original. Sus creadores no le dotaron de los tres atributos necesarios para hacer de él una verdadera moneda única. Primero, un banco central como Dios manda, capaz de salir al rescate de la economía en situaciones de crisis. Segundo, una unión bancaria que impida que las quiebras bancarias contaminen a la deuda pública y hagan pagar a los ciudadanos los desvaríos y fechorías de algunos financieros. Tercero, un Gobierno federal de la UE.

El porqué personas que hay que suponer inteligentes no dotaron al euro de esos atributos es cuestión no resuelta. Mi opinión es que las élites que apoyaron el euro simplemente querían asegurar un mercado único por el que los capitales y los bienes pudiesen circular libremente. Esto requería dos condiciones. Primera, que nadie hiciese devaluaciones competitivas de sus monedas. Para ello, visto el fracaso del sistema monetario europeo (SME), lo mejor era suprimir las monedas nacionales y crear una moneda común. Segundo, que los países del euro controlasen la inflación; para ello necesitaban una institución común que hiciese esa función. Se le llamó Banco Central Europeo, pero en realidad no tenía las funciones propias de tal.

El riesgo es que en algún momento cambie la tolerancia social a la desigualdad, especialmente en los países más castigados por la crisis

El euro fue un proyecto de las élites financieras y empresariales europeas, especialmente de las alemanas y francesas, en el que algunas élites políticas vieron un atajo para la unión política. Pero, hay que reconocer que el atajo se ha convertido en un cul de sac.

Pero, a pesar de ese pecado original, el euro está aquí. Por lo tanto, ¿qué hacer? Estamos en una encrucijada con cuatro caminos.

Primer camino. Ir más rápido a la creación de la Unión Bancaria y permitir que el BCE pueda ser un banco central digno de tal nombre. Pero esto es ilusorio. Este camino será inevitablemente lento. Tanto por la propia dificultad en poner de acuerdo a 17 países en cómo repartir los costes y beneficios de la Unión Bancaria como por los prejuicios y visiones equivocadas acerca de cuál fue la causa de la crisis.

Segundo camino. Aceptar que el camino hacia una mayor integración europea es lento, armarse de paciencia y, mientras tanto, hacer lo estrictamente necesario para salvar al euro de algún accidente inesperado. Este es el camino más probable.

Las élites políticas de los países germánicos defienden esta estrategia. Pero salvar el euro no es sinónimo de salvar la economía europea. Por lo tanto, habrá que hacerse a la idea de un escenario de estancamiento o bajo crecimiento prolongado y de aumento de la desigualdad.

Tercer camino. El riesgo es que en algún momento cambie la tolerancia social a la desigualdad, especialmente en los países más castigados por la crisis. Estos cambios acostumbran a ser repentinos e inesperados. Sirva de ejemplo, lo que está ocurriendo en Brasil. Si ocurren, pueden hacer descarrilar al euro. Surgiría así una tercera salida, como un efecto no querido pero realizado.

Cuarto camino. Poner en marcha un New Deal europeo, capaz de reformular el proyecto europeo para el siglo XXI, en función de crecimiento, empleo, estabilidad macroeconómica, igualdad y democracia. Este es el único camino que puede garantizar la sostenibilidad del euro y del propio proyecto europeo.

Pero un New Deal de esas características necesita de un nuevo liderazgo cooperativo y democrático. Así como de nuevos actores sociales y políticos de ámbito europeo que lo apoyen. Alemania por sí sola no puede, ni posiblemente quiere, liderar esa senda. Y el eje germano francés tuvo sus mejores días.

La historia estadounidense es ilustrativa. Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro, logró comunitarizar las deudas de la Guerra Civil y crear una hacienda común. Pero lo logró solo al año siguiente del nombramiento de George Washington como primer presidente federal de Estados Unidos. Un New Deal europeo necesita de una presidencia federal elegida libremente por los europeos, y dotada de recursos adecuados. Mientras no exista, es difícil que de la simple suma de intereses nacionales pueda surgir un interés general europeo que dé nuevo impulso a Europa.

No será fácil. Las próximas elecciones europeas podrían ser un primer paso. Nos jugamos tanto, que necesariamente tenemos que ser optimistas. Aunque solo sea porque, como dice Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía, los optimistas se equivocan más, pero les va mucho mejor en la vida.

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