Errores que llevan al sufrimiento
El FMI acaba de hacer una crítica demoledora de sus recetas de austeridad
La historia del Fondo Monetario Internacional (FMI) es, en buena parte, la historia del sufrimiento generado por sus recetas de rigor mortis, aplicadas en cualquier circunstancia a los ciudadanos de numerosos países. La diferencia respecto al pasado (cuando esas recomendaciones se ejercían, sobre todo, sobre América Latina, Asia o África) es que ahora (cuando sus destinatarios son los países europeos y, en algún caso, EE UU), si el FMI se equivoca hace autocrítica y en el pasado no la practicó nunca.
Es lo que acaba de suceder cuando dos de sus economistas más importantes, Olivier Blanchard (economista jefe de la institución) y Daniel Leigh, han presentado el informe titulado Errores en las previsiones de crecimiento y multiplicadores fiscales. En él se estudia el impacto que tiene el gasto de los Gobiernos o el incremento de los impuestos en los resultados económicos de un país, y llega a la conclusión de que las políticas de austeridad recomendadas por el FMI (y otras instituciones, como la Comisión Europea) a países como España, Portugal, Grecia,… subestimaron su impacto en el nivel de paro y en el consumo privado y la inversión. Por tanto, generaron un mayor grado de padecimientos a las poblaciones. Los pronósticos de los expertos del FMI se equivocaron al aplicar un multiplicador fiscal erróneo: creían que por cada euro público gastado de menos o gravado de más se destruían 0,5 euros de actividad, cuando la realidad ha sido que por cada euro retirado se han destruido 1,5 euros. El multiplicador fiscal era mayor de 1.
Este informe de Blanchard y Leigh cierra el círculo de sus aproximaciones en octubre de 2012. Entonces, el FMI presentó sus Perspectivas de la economía mundial, dentro de las cuales había un recuadro que se titulaba ¿Estamos subestimando los multiplicadores fiscales a corto plazo?, en el que se recordaba que cuanto menores sean los multiplicadores, menos costoso será el ajuste, y se concluía, con base en datos de 28 países, que los multiplicadores empleados “sistemáticamente han sido demasiado bajos desde el principio de la Gran Recesión” y los multiplicadores reales “pueden ser más altos, en el orden de 0,9 a 1,7”. ¿Quién se hace responsable de este error que ha conducido a la doble recesión europea, con los resultados conocidos en materia de desempleo, empobrecimiento masivo y mortandad de centenares de miles de empresas?
En Europa, por cada euro no gastado se han destruido 1,5 euros de actividad
El concepto de multiplicador es típicamente keynesiano. Lo desarrolló el colaborador de Keynes, Richard Kahn, albacea testamentario del primero y que durante los años treinta fue uno de los pocos economistas que formaron parte del Circus de Cambridge, junto a Piero Sraffa, Joan Robinson, Austin Robinson, James Meade y el propio Keynes. Kahn trabajó en el multiplicador del empleo y la inversión (que Keynes incorporó a su teoría general), un coeficiente que vinculaba el incremento en la inversión pública con el aumento de los puestos de trabajo que se creaban.
El actual documento de Blanchard y Leigh tiene un precedente en el Fondo: en febrero de 2011 se hizo público un informe titulado Actuación del FMI en la fase previa de la crisis económica financiera, en que se denunciaba el enterramiento de las voces críticas que había en el organismo multilateral, y una “lectura complaciente” de los problemas económicos que desembocaron en la mayor crisis económica de las últimas ocho décadas. Considerado una especie de auditoría interna, el informe de 54 folios demoledores y que se basaba en las consultas a muchos funcionarios, decía cosas tales como que “los incentivos están orientados a generar consenso con las opiniones predominantes”, “expresar fuertes puntos de vista en contra podría arruinarme la carrera”, “había desincentivos para decir la verdad a los poderosos, especialmente de otros países”… Los consultados mencionaron que “les preocupaban las consecuencias de expresar posiciones contrarias a las de los supervisores, la gerencia y las autoridades de los países” y que había “un elevado grado de pensamiento de grupo, una captura intelectual y un pensamiento generalizado de que una gran crisis financiera en las economías avanzadas era imposible”.
Las opiniones de Blanchard y Leigh deberían entrar en el centro del debate sobre el “austericidio” europeo y sus diferencias con la política económica que aplica en EE UU el presidente Obama. Una desavenencia muy notable de enfoques y resultados.
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