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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hagamos tratos

Obama debe decidir hasta dónde quiere llegar para complacer a los republicanos

Paul Krugman
La economía centró el primer discurso de Obama tras las elecciones
La economía centró el primer discurso de Obama tras las eleccionesNicholas Kamm (Afp)

Sobra decir que los demócratas se han anotado una victoria increíble. No solo conservan la Casa Blanca a pesar de los problemas que sigue teniendo la economía, en un año en el que su mayoría en el Senado estaba supuestamente sentenciada, sino que de hecho añadieron escaños.

Pero eso no fue todo: se apuntaron triunfos importantes en los Estados. En particular, California —que desde hace tiempo es el ejemplo más patético de la disfunción política que se produce cuando es imposible hacer algo sin una súper mayoría legislativa— no solo votó a favor de unas subidas de impuestos muy necesarias, sino que además eligió —sí, lo han adivinado— una súper mayoría demócrata.

Pero a los vencedores se les escapó un objetivo. Aunque los cálculos preliminares dan a entender que los demócratas recibieron algunos votos más que los republicanos en las elecciones al Congreso, el partido republicano conserva un control férreo en la Cámara de Representantes gracias a los intensos tejemanejes de los tribunales y de los Gobiernos estatales controlados por los republicanos. Y John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, se apresuró a declarar que su partido sigue siendo tan intransigente como siempre y se opone radicalmente a cualquier aumento de la tasa impositiva a pesar de sus quejas sobre el tamaño del déficit.

Por eso el presidente Obama tiene que tomar una decisión, casi en el acto, respecto a la manera de enfrentarse a la constante obstrucción republicana. ¿Hasta dónde debe llegar para complacer las exigencias del partido republicano?

Manténgase en sus trece, señor presidente. Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo

Mi respuesta es que no muy lejos. Obama tiene que mostrarse firme y, si fuera necesario, declararse dispuesto a salirse con la suya aun a costa de permitir que sus adversarios inflijan daño a una economía todavía débil. Y desde luego este no es el momento para negociar un “gran acuerdo” sobre el presupuesto que arrebate la derrota de las fauces de la victoria.

Cuando digo esto, no me refiero a que haya que restar importancia a los peligros económicos muy reales que plantea el denominado abismo fiscal que amenaza con producirse a finales de este año si los dos partidos no consiguen llegar a un acuerdo. Tanto las rebajas fiscales de la era de Bush como el impuesto sobre la nómina de la Administración de Obama están a punto de expirar, a pesar de que los recortes automáticos del gasto en defensa y en otras partidas entrarán en vigor gracias al acuerdo alcanzado después del enfrentamiento en 2011 por el límite de la deuda. Y la amenazante combinación de subidas de impuestos y recortes del gasto parece lo suficientemente atroz como para hacer que Estados Unidos caiga de nuevo en la recesión.

Nadie quiere que pase eso. Pero puede que pase de todas formas, y Obama tiene que estar dispuesto a permitir que pase si fuera necesario.

¿Por qué? Porque los republicanos están intentando, por tercera vez desde que llegó a la presidencia, usar el chantaje económico para conseguir el objetivo que no pueden conseguir a través de los cauces legislativos normales por falta de votos. En concreto, quieren extender las bajadas de impuestos para los ricos, a pesar de que el país no puede permitirse que esas rebajas de impuestos sean permanentes y la opinión pública cree que los impuestos de los ricos deberían subir, y amenazan con bloquear cualquier acuerdo respecto a todo lo demás a menos que se salgan con la suya. De modo que, a efectos prácticos, están amenazando con hundir la economía a menos que se cumplan sus exigencias.

A la economía no le pasará nada demasiado malo si no hay acuerdo fiscal hasta dentro de unos meses 

Obama básicamente capituló cuando se enfrentó a tácticas similares a finales de 2010, y prolongó los impuestos bajos para los ricos durante dos años más. Volvió a hacer concesiones importantes en 2011, cuando los republicanos amenazaron con provocar el caos financiero al negarse a elevar el límite de la deuda. Y la actual crisis en potencia es el legado de esas concesiones pasadas.

Pues bien, esto tiene que parar, a menos que queramos que la toma de rehenes, la amenaza de hacer que la nación sea ingobernable, se convierta en una parte habitual de nuestro proceso político. Entonces, ¿qué debemos hacer? Sencillamente decir que no, y saltar al abismo si fuera necesario. Vale la pena señalar que el abismo fiscal no es realmente un abismo. No es como el enfrentamiento por el límite de la deuda, en el que muy posiblemente habrían sucedido cosas terribles ya mismo si no se hubiera cumplido el plazo. Esta vez, a la economía no le pasará nada demasiado malo si no se llega a un acuerdo hasta que hayan transcurrido unas semanas o incluso algunos meses de 2013. Así que hay tiempo para negociar.

Sin embargo, es más importante el argumento de que un punto muerto perjudicaría a los mecenas de los republicanos, y en particular a los donantes empresariales, tanto como perjudicaría al resto del país. A medida que aumentara el riesgo de un grave perjuicio económico, los republicanos se enfrentarían a una presión intensa para alcanzar finalmente un acuerdo.

Por otro lado, el presidente está en una posición mucho más fuerte que la que tenía en enfrentamientos previos. No doy demasiada importancia a palabras como “mandatos”, pero Obama ha ganado la reelección con una campaña populista, de modo que puede afirmar convincentemente que los republicanos están desafiando la voluntad de los ciudadanos estadounidenses. Y acaba de ganar las elecciones a lo grande y, por consiguiente, su situación es mucho mejor que antes para capear cualquier revés político derivado de los problemas económicos, especialmente porque sería muy evidente que esos problemas los está causando el partido republicano en una última intentona de defender los privilegios del 1%.

Por encima de todo, oponerse a la toma de rehenes es lo que hay que hacer por el bien de la salud del sistema político estadounidense. Así que, manténgase en sus trece, señor presidente, y no ceda ante las amenazas. Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008

© New York Times Service 2012

Traducción de News Clips

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