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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mariano, no seas partidista

Xavier Vidal-Folch

¿Retrasa Rajoy la solicitud a Europa del segundo rescate, por motivos partidistas? ¿Para no presentarse a las elecciones gallegas y vascas como un Gobierno humillado y derrotado, indigno de reválida —aunque indirecta y parcial—, en las urnas autonómicas?

Razones para este tipo de sospecha las brindó en dos anteriores decisiones económicas clave: el retraso en la presentación del presupuesto 2012, hasta después de las elecciones andaluzas del 25 de marzo, que de nada le sirvió, pero hizo perder un tiempo precioso a España para el ajuste de sus cuentas públicas. Y el remoloneo antes de presentar la petición de rescate bancario, el 9 de junio, combinado con su original presentación como si se tratase más de una oportunidad brindada por España a la UE para su autoayuda que un salvamento de ésta a la banca española, lo que tanto irritó a sus socios.

Bruselas, por boca del comisario Joaquín Almunia; la banca internacional, por la de su gerente Charles Dallara; otros protagonistas como Francia; y cenáculos cercanos al BCE aprietan a España para que dé el paso ya. Con buenas razones: por evitar la incertidumbre, desde la convicción de que este segundo rescate será inevitable para domeñar sin duda alguna el alza de los tipos de la deuda. O por genuino interés propio: evitar el contagio propio (París) o la sensación de ridículo/despecho por haber brindado (el BCE), tras largas penalidades internas, su apoyo al Sur en forma de la compra de bonos que éste pedía, y cuando ya la formula, se le ignora.

El retraso en el rescate se justificará sólo si el BCE está presto a aceptar las mejoras del Gobierno

De modo que el Gobierno sólo acreditará responsabilidad, y no frivolidad partidista, si cumple al menos tres condiciones. Una, si actúa a la velocidad de la luz en el instante en que la prima de riesgo amenace con dispararse sustancialmente. Dos, si utiliza efectivamente el breve plazo del que aún dispone para contribuir a configurar un rescate que suponga el menor estigma posible para la economía española: en términos prácticos, la menor contracción posible a su acceso a los mercados financieros internacionales. Y sólo con la “condicionalidad” indispensable que evite hacer de cobaya (como sucedió con el primer rescate griego), porque aunque ésta sea de chicle, el deudor (España) sólo puede influir algo en las características de la ayuda hasta que ésta se solemniza; después es el acreedor (la eurozona y sus “hombres de negro”) quien tiene la vara alta casi en solitario.

Y tres, si le consta fehacientemente que alberga probabilidades reales, no meras quimeras, de fraguar un acuerdo —sobre todo con el BCE— para lograr todo lo anterior mediante un plan encajable en los manuales de los rescates europeos, pero ligeramente más favorable que las fórmulas canónicas.

Ese sería el caso del uso del remanente que no gaste la banca del total de 100.000 millones ya concedidos en el rescate de julio. A la espera del dictamen final de las consultoras sobre los agujeros bancarios —otro motivo para el compás de espera—, quizá bordee los 50.000 millones: la mitad del máximo que puede conceder el Fondo de rescate de la UE en un salvamento preventivo (un 10% del PIB del país rescatado; en el caso de España, también unos 100.000 millones).

La ventaja radica en que, aunque el uso del sobrante también requiere solicitud, quizá al BCE le baste, para reiniciar su programa de compra masiva de deuda, con que aquélla se formalice mediante novación o addenda al Memorándum por el que se otorgó la ayuda a la banca.

La inveterada capacidad propagandística del Gobierno podría así aspirar a vender el segundo rescate como un mero retoque del primero. Y si la cantidad resultase corta, siempre podría apostar a emisiones de bonos minoristas: los criticados por “patrióticos” cuando los emitían las autonomías. Pero para eso hay que tener mucha convicción y arrestos.

Todo eso es plausible. Pero en el camino de las esperas, zigzagueos, ambigüedades, silencios opacos y distancias siderales, Rajoy y su gente han cometido un error garrafal: desinvitar a la oposición. España exhibía un activo insólito en otras crisis/rescates: la benevolencia de la minoría, el sentido de Estado del PSOE. Alfredo Pérez Rubalcaba endosó las reformas financieras, quiso estar con la Ley de Estabilidad, asumió el rescate bancario. Un lujo, no para el Gobierno, para el país. A fuerza de ignorarlo, sin embargo, inicia ahora un gambito preocupante. Airea que se opone al rescate global, como sinónimo de inquina a los recortes sociales. ¿Pero no había proclamado el PSOE su alineamiento con una política de finanzas públicas saneadas, siempre que los ajustes/recortes/sacrificios se repartiesen con equidad, y se acompañasen de políticas de crecimiento? ¿Podría oponerse el socialismo-alternativa de Gobierno a un rescate que estuviese bien diseñado y con la factura de su financiación bien repartida?

Tampoco incentivan la política de consenso las instituciones comunitarias. La Comisión y el BCE se hartaron de exigir el apoyo de la oposición al Gobierno en Grecia y en Portugal... cuando la oposición era la derecha, regalándole la primogenitura del veto. Es cierto que el partido del Gobierno, Papandreu o Sócrates, carecía de mayoría y convenía que los acuerdos fueran sostenibles incluso tras la alternancia. Pero también lo exigía porque el consenso dotaba de más empaque a las decisiones difíciles. Y serán necesarias, aquí. Con los datos de hoy es aventurado asegurar que se cumplirá el objetivo de déficit, y que las medidas de rigor basten. Quizá en diciembre Rajoy necesite a un Rubalcaba a quien ha arrojado a la esquina del cuadrilátero. Quizá sea tarde.

De toda esta historieta con rancio sabor castizo, sin embargo, sobresale una realidad mayúscula. Ya todas las discusiones sobre el BCE revelan que entre éste y el Fondo de Rescate configuran un “compact” que se acerca muchísimo al prestamista de última instancia del que carecía la Unión Europea. Ahora sólo faltará el Tesoro único y el Presupuesto suficiente para constituir el mismo triángulo mágico que sirvió a los EEUU para superar la debacle. Con soltura.

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