Hace falta una visión esperanzadora
El ritmo actual de recorte del déficit es como creer en terapias de adelgazamiento a base de no comer nada
Ha sido una semana desesperanzadora, pero puede ser instructiva si fuerza a los Gobiernos de la zona euro a cambiar su equivocada política económica.
Desesperanzadora porque, lamentablemente, se confirmó lo que algunos economistas, entre los que me incluyo, venían anunciando desde finales del año pasado: que la austeridad indiscriminada, intensa y rápida, sin dejar ninguna ventana al crecimiento, era el atajo más corto para hacer que la economía de la zona de euro volviese a caer en una segunda recesión.
Instructiva porque puede forzar a los Gobiernos a dar un viraje a la política económica frente a la crisis. Hasta ahora estaba fundada en la idea de que, por si sola, la austeridad es expansiva. Es un cuento de hadas, sin fundamento en el análisis económico.
Ahora va surgiendo un consenso amplio sobre que es necesario combinar austeridad y crecimiento. Pero a la espera de que favorezca el viraje de políticas, todos los pronósticos coinciden en que hemos vuelto a la recesión.
El Fondo Monetario Internacional dio a conocer el martes sus perspectivas de invierno. Para nuestro país prevé un déficit del 6,8% del PIB en 2012 y del 6,3% en 2013. Con esos déficits, espera que la economía española caiga un 1,7 % del PIB este año y retroceda un 0,3 % en 2013.
El FMI prevé para España un déficit del 6,8% del PIB en 2012 y del 6,3% en 2013
De acuerdo con el llamado principio de Peter, el panorama es susceptible de empeorar. Y los Gobiernos parecen empeñados en conseguirlo. En nuestro caso, el presidente Rajoy ha reiterado que perseguirá con valentía, coraje y determinación (se podría añadir: ¡y con irresponsabilidad!) lograr el 4,4 % acordado con el tándem Merkozy.
Para lograrlo habría que meter un nuevo recorte del gasto de una cuantía de 2,4 puntos. Pero, en ese caso, la recesión probablemente se acercaría al 3 % del PIB, con un impacto considerable en el paro. A su vez, una recesión de esa naturaleza impediría lograr el objetivo del 4,4% de déficit. Una pescadilla que se muerde la cola.
Nos quedan por conocer los pronósticos de la Comisión Europea. En cualquier caso, el panorama, si no hay viraje de política económica, es deprimente. No solo en el plano de la economía y el empleo, sino también en el social y político.
Nuestros políticos y las élites económicas no son conscientes de que la austeridad sin crecimiento constituye un serio peligro para la estabilidad social y política europea. Este es uno de los aspectos para mí más descorazonadores de la actual situación.
¿Cuál es la causa de esta ceguera? Primero, una visión de la realidad distorsionada por una ideología excesivamente conservadora. Segundo, una cierta incapacidad para comprender que existen límites políticos a las decisiones económicas. Y, tercero, un escaso conocimiento de la historia.
El recuerdo de la Gran Depresión de los años treinta salvó a la economía mundial de caer en una situación similar en 2009. Ahora convendría recordar el llamado error Brüning.
Heinrich Brüning fue canciller de Alemania al principio de los años treinta, en plena recesión, al frente del Gobierno de centroderecha. Su política económica frente a la crisis se basó en la austeridad a machamartillo. El fracaso de esa política fue estrepitoso. Acabó con la República de Weimar y abrió el paso a la llegada de Adolf Hitler al poder. Exiliado a Estados Unidos, fue profesor en Harvard y escribió unas memorias donde reconocía el error de aquella política de austeridad. Lo ideal sería que nadie tuviese que escribir otras memorias donde, a posteriori, reconociese un nuevo error de ese tipo.
Quizá pueda parecer exagerado traer este recuerdo. Pero miren el crecimiento que está teniendo el partido de extrema derecha nacionalista de Marine Le Pen en Francia. O las señales inquietantes que vienen de otros países europeos.
Necesitamos con urgencia una visión de futuro que sea, a la vez, realista y esperanzadora.
Realista en el sentido de reconocer que los países sobreendeudados como España tienen que hacer un duro esfuerzo de desendeudamiento y saneamiento de sus presupuestos. Es cierto que ese sobreendeudamiento fue fundamentalmente provocado por el sector privado, especialmente la banca. Pero, como en un matrimonio de gananciales, los excesos de uno los acaban pagándolo todos. Es injusto, pero esa es la cruda realidad.
El problema está, sin embargo, en el ritmo de reducción del déficit. Hay que graduarlo, sin perjudicar la credibilidad del país. El ritmo actual es como creer en terapias de adelgazamiento repentino a base de no comer nada. Eso no funciona. Como la macroeconomía parece no ser suficiente para convencer, me acojo una vez más a la máxima de san Agustín, cuando en sus Confesiones pide: "Señor concédeme la castidad, pero no ahora mismo". Pues lo mismo, pero con la austeridad.
Pero además de realista, esa visión de futuro ha de contener elementos esperanzadores, que han de venir por el lado del crecimiento económico y del empleo.
Para eso necesitamos una nueva política económica que impulse el crecimiento. Por un lado, una política de recuperación europea impulsada desde las instituciones europeas y los países no endeudados. Por otro, una política económica española orientada prioritariamente a fortalecer la competitividad y la capacidad exportadora española de nuestras empresas.
Pero en este terreno, el Gobierno de Mariano Rajoy parece querer volver a las andadas. Fíjense en las declaraciones del ministro Arias Cañete de "reforma profunda" de la Ley de Costas. O la vuelta a la desgravación fiscal indiscriminada a la compra de vivienda nueva. Hay que evitar este nuevo ramalazo hacia la economía especulativa para concentrar los recursos y energías en la economía productiva. Podemos, porque la economía española es más competitiva de lo que parece. Pero de esto hablaremos otro día.
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