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ESCALERA INTERIOR
Columna
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Una tradición heroica

Almudena Grandes

El camarero colgó el teléfono con una sonrisa.

-Han llamado los del premio -informó a sus compañeros-. Quieren una mesa para doce.

-¿En serio?

Ya lo habían hablado entre ellos, y si un premio literario hubiera servido para una porra, la mayoría habría apostado a que en 2012 se suspendería la convocatoria. Sin embargo, la noticia puso de buen humor hasta a los que habrían perdido.

Como todos, este restaurante tiene clientes muy raros, personas hurañas o extravagantes, parejas inverosímiles, nuevos pobres y ricos antiguos, pero ninguna cita anual tan singular como el fallo de un premio de relatos creado por y para los trabajadores de la construcción. Eso, y el amor por la literatura, es el vínculo que comparte esta docena de hombres y mujeres de mediana edad, ingenio vivo y lengua afilada, que se reúnen una vez al año alrededor de una pila de cuentos que circulan de mano en mano al mismo ritmo que las botellas de vino.

"Con esta nueva convocatoria, la literatura ha recobrado su antiguo carácter curativo"

Los camareros al principio no entendían nada. Pero, vamos a ver, ¿éste es de la construcción, o no? Que sí, que es un representante de mortero que vive en Zaragoza, que yo le conozco. ¡Ah! Pues escribe muy bien, el tío... ¿Y el número 22? ¿El cuento o el autor? El autor. Ése te digo yo quién es, sí, hombre, Fernandito, que estaba en Asland y se hizo promotor... ¡Claro! El de los chalés de Arroyomolinos... Él mismo. Ya, pero está peor escrito. Sí, pero tiene mucha gracia, no me digas, cuando entra el tío con la recortada en la sucursal del banco donde no le quieren dar el crédito... Sí, eso me ha gustado mucho, para qué te voy a decir otra cosa...

Pero ¿de qué hablan?, se preguntaban al principio los camareros entre sí, sin reconocer que el ámbito laboral de aquel jurado constituía el principal obstáculo para su comprensión. Si hubieran sido juristas, médicos, arquitectos, no les hubiera extrañado tanto. Pero aquel premio se había creado para los trabajadores del sector más desprestigiado de la sociedad española, sólo por detrás de la política profesional, y en un momento, además, en el que la crisis de la burbuja inmobiliaria se perfilaba en el horizonte con tanta nitidez como las inmóviles siluetas de las grúas de Seseña. Nadie habría dado un céntimo por su continuidad, y sin embargo, desde entonces, aquel extraño grupo de personas normales, ese señor tan guapo, tan alto, ese otro moreno y con barba, el que solía hacer de secretario, ingenioso y zumbón, el encargado de los originales, delgado, moreno y ligeramente impuntual, el inmenso diseñador que salía a fumar cada dos por tres, y las mujeres, tan implicadas y vehementes como ellos, se citaba en el mismo reservado año tras año. Pues os voy a decir una cosa, solía empezar diciendo la presidenta del jurado, a mí, los de la construcción me parecen mejores que los de la categoría libre, ya podéis estar contentos...

Este año también han venido. Mientras ayuntamientos, diputaciones y gobiernos autónomos suprimen de un plumazo concursos literarios con décadas de antigüedad, este jurado cristalino, transparente de puro honesto, se ha vuelto a reunir para otorgar premios de diversa dotación económica a relatos que, con independencia de la profesión de sus autores, han vuelto a tratar del tema de la construcción, a estas alturas, más la crisis que otra cosa. Con un año más a cuestas, pero siempre animosos, joviales, sus miembros han vuelto a hablar, a bromear, a celebrar que en cada nueva convocatoria compitan más relatos que en la anterior. Así, la literatura ha recobrado aquí, un año más, su antiguo carácter curativo, y las palabras se han convertido en vehículos de la inquietud, de la preocupación y hasta de los angustiosos dramas que atormentan los días y las noches de unas cuantas personas corrientes, que se han sentado a escribir un relato para contar lo que les está pasando, para que los adjetivos y los verbos, los adverbios y los sustantivos, limpien y sanen, al menos simbólicamente, sus heridas. En un par de meses, un libro recogerá los trabajos ganadores y los finalistas, para que cualquier lector pueda comprobar que esta pintoresca aventura ha sucedido efectivamente en una realidad a la que no parece pertenecer.

Ése debe ser el sentido de este premio, piensan los camareros mientras reparten los abrigos y despiden a los miembros del jurado hasta el año que viene, no tanto ofrecer a sus colegas la ocasión de desahogarse como esbozar una caricia, cálida y cómplice, sobre la piel de una comunidad inocente, castigada por las culpas de quienes nunca van a pagar los platos rotos. Y mientras les ven salir, comprenden que hay algo heroico, el síntoma de una resistencia tenaz, la determinación a seguir viviendo con alegría, en las sonrisas con las que prometen volver en 2013.

(Este artículo es para mi hermano Manuel y para José Ramón Domínguez, y a la memoria de Patricia Sánchez Cuevas, a la que recordamos todos los días quienes la quisimos, y una vez al año, la convocatoria de un premio literario).

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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