No matar a Kennedy
Estos días pudimos oír a Jordi Montull, socio de fechorías de Fèlix Millet en el Palau de la Música, declarar que él no había matado a Kennedy. Tan imprevisibles palabras tienen su origen en un pasado reciente. En el año 2007 la Agencia Tributaria había devuelto al dúo malversador 700.000 euros en concepto de deducciones de IVA. Ahora la fiscalía de Barcelona acusa a dicho dúo de cometer fraude fiscal en dichas improcedentes deducciones. Jordi Montull, uno de los saqueadores, alega que en ningún momento se cometió tal delito. Que fue la propia Agencia la que incurrió en un error de cálculo. A Montull le parece que la Justicia está demasiado encima de ellos. Que cada día los acusan más. Y que cuando parece que todo termina, llega otra acusación. "Tampoco maté a Kennedy", dijo textualmente el malversador. Decodificada la frase tiene sus moles. Independientemente de por qué menciona al extinto presidente norteamericano en lugar de citar, suponiendo que conociera sus existencias, a Julio Cesar o a Eduardo Dato, esas palabras tienen un calado no ético muy fácil de traducir. Qué más da que robe aquí, desfalque allí y defraude más allá, mientras no mate al primer presidente del mundo que se me pase por la cabeza. Esta operación de autojustificación insólita tiene en el fondo un alcance sociológico más inquietante de lo que pueda parecer a simple vista. Y nos obliga a hacernos algunas preguntas de muy difíciles respuestas.
Qué más da que robe aquí, desfalque allí y defraude más allá, mientras no mate al primer presidente del mundo
¿Y si Jordi Montull, con esa extravagante declaración, expresó lo que miles de personas pensaron para votar masivamente a un partido tan corrupto como el PP en la Comunidad Valenciana y Mallorca (sin contar las maniobras mafiosas en la Comunidad de Madrid)? El caso Gurtel es muy grave, y no creo que ningún land alemán, salpicado con una parecida trama, hubiera resistido un solo día sin caer. Sin embargo, en la Comunidad Valenciana las elecciones generales (y autonómicas y locales) arrojaron en las dos últimas citas electorales resultados apabullantes en favor del partido conservador. Puede que en esos territorios sus votantes (y los que se sumaron desde ese flanco voluble que arrastra el PSOE, más su decrépita estructura en dicha comunidad) hayan llegado a una equivalente absolución autoexculpatoria al mejor estilo Montull: "Bueno, tampoco mataron a Kennedy". Esta chusca meditación puede pasar por alto la rapiña de sus gobernantes y sus ayudantes de campo, pertenezcan estos al estamento político, financiero o empresarial. Cuando uno se da un paseo por las hemerotecas, es cuando comienza a hacerse preguntas. Por ejemplo, ¿por qué el electorado castiga más los casos de corrupción del PSOE abiertamente demostrados por la justicia que sus equivalentes del PP? Recordemos que en 1996, José María Aznar fue llevado en volandas hasta La Moncloa por las amplias resonancias mediáticas (capitaneado fundamentalmente por un diario y una radio en especial) que tuvieron los casos Gal y Roldán. La comisión de esos graves delitos, desde luego, no tenía que ser perdonada en las urnas, una vez que tampoco lo fueron ante los jueces. Pero si el PP, como es de dominio público, es uno de los que más ha especulado con el suelo en beneficio de la dramática burbuja inmobiliaria en la Comunidad Valenciana, como también ha demostrado un órgano competente europeo, ¿cómo es posible que sus ciudadanos lo hayan votado tan masivamente para reducir su galopante paro y sacarlos de la grave crisis de crecimiento que padecen? Creo que la misma pregunta nos la podríamos hacer para el resto de España.
Matar a Kennedy dio películas y un puñado de buenos títulos literarios, entre ellos una novela de Vázquez Montalbán en la que nace el entrañable Pepe Carvalho. Pero no matarlo parece que también da para mucho. Incluso para ganar elecciones. Ruego que cuando a nuestro presidente Artur Mas le interpele alguna comisión en el Parlament por sus recortes cada día más humanitarios, no se le ocurra contestar: "Tampoco maté a Kennedy".
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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