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MANERAS DE VIVIR
Columna
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La corrupción que no cesa

Rosa Montero

El pasado viernes, 9 de diciembre, fue el Día Mundial contra la Corrupción. Siempre me he preguntado cómo llega uno a convertirse en un corrupto. Hablo de la corrupción de altura, de los grandes líos económicos. Teniendo en cuenta el miedo que nos da a todos Hacienda, no sé cómo hay gente que se atreve a inventarse empresas fantasmas, que falsifica facturas, que anda de acá para allá con maletines llenos de dinero. ¿Y no les dará vergüenza tener que llevar a cabo el trato en sí, esto es, la negociación de los sobornos? Que si aquí tienes una bolsa de basura llena de euros, que si yo quiero más, que si a cambio espero que autoricen lo mío en el Ayuntamiento... Qué bochorno, en fin. Parecen palabras difíciles de decir, y por eso creo que las envuelven en grandes declaraciones de afecto personal, como las increíbles conversaciones que le grabaron al Bigotes. Para disfrazar con la vitola de los buenos sentimientos, incluso ante uno mismo, lo que no es más que un desfachatado choriceo.

"La impunidad y la laxitud ética son el caldo de cultivo de esta cosecha de mangantes"

Y es que nadie se considera a sí mismo un sinvergüenza, nadie quiere verse como un malvado. Los individuos siempre buscan excusas, explicaciones, deudas morales que la sociedad les debe y que ellos se cobran de algún modo. Estoy segura, además, de que la gran corrupción empieza poco a poco, en dosis crecientes, en pequeños plazos de inmoralidad. O sea, no es que de la noche a la mañana vengan a intentar comprarte por un millón de euros; es que ya desde mucho antes has debido de ir haciendo tu pequeña carrera de delincuente. Por ejemplo, recibiendo regalos de empresa demasiado costosos, o favoreciendo en algún examen o concurso al hijo de un amigo.

Sí, desde luego, corromperse debe de ser la mar de fácil, porque los ladrones son multitud. Y, aun así, es que a veces me detengo a pensarlo y no lo entiendo. Por ejemplo: ¿qué mueve a los de Gürtel a vender su alma por un puñado de trajes horrorosos que sin duda podrían haberse comprado sin problemas? Por cierto que esto es algo que sucede también fuera de España. ¿Se acuerdan del escándalo de Murdoch, en Inglaterra? ¿Y de cómo el comisario jefe de Scotland Yard, sir Paul Stephenson, tuvo que dimitir el pasado mes de julio cuando se supo que un periodista le había pagado unas vacaciones en un balneario? Pero por todos los santos: era el comisario jefe de Scotland Yard, era todo un sir, ¡no me digan que no podía pagarse él mismo ese maldito hotel! ¿Cómo demonios puso en peligro toda su carrera y su buen nombre por algo semejante? Por no hablar de Urdangarín. Tan alto, tan guapo, tan deportista, tan real y tan yerno. Si se acaba probando que metió la mano, ¿no sería algo demencial? ¿Para qué arriesgarse, teniendo ya tanto? ¿Y cómo pudo pensar que saldría adelante? Cuesta comprenderlo.

La sensación de impunidad, el egocentrismo y la laxitud ética son el caldo de cultivo de esta inmensa cosecha de mangantes: "Todos lo hacen, no tiene importancia, me lo merezco, no me van a pillar". Habría que cambiar los usos morales colectivos, pero, en el entretanto, sería bueno dotar a la sociedad de herramientas eficaces para perseguir a los ladrones. Y precisamente tenemos un modelo a seguir en la potente Oficina Antifraude de Cataluña (dirigida por el prestigioso magistrado Daniel de Alfonso), que entró en funcionamiento en el año 2009 y que investiga y reprime los abusos cometidos con los fondos públicos. Es una oficina única en Europa, porque depende del Parlamento, mientras que la inmensa mayoría de las demás agencias antifraude dependen de los Gobiernos (¿y cómo perseguir a quienes son tus jefes?) o bien son sólo preventivas. Desde 2009 han investigado doscientas denuncias y de ellas han salido adelante cincuenta casos de corrupción. Es un trabajo complicado y difícil, realizado a menudo en el filo de la navaja: por ejemplo, el periodista Carlos Quílez, que es Director de Análisis de la Oficina, ha sufrido tres denuncias en este corto tiempo, cuando en los veinte años que fue responsable de investigación de la SER jamás tuvo un solo problema judicial. Pero es que los mafiosos se defienden. Pues bien, defendámonos también nosotros de ellos. ¿Para cuándo una oficina antifraude semejante a nivel nacional? Creo que ayudaría a recuperar la confianza en la política.

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