La broma
Copio mi título de hoy del de una novela de Milan Kundera donde se cuenta la historia de un profesor universitario que, en la Checoslovaquia comunista de la posguerra, arruina su vida por hacer una broma. A las mentes totalitarias no les gustan las bromas. Y es natural. Toda broma auténtica presupone ironía, y toda ironía presupone que una cosa puede ser varias cosas a la vez. Cervantes, que inventó la ironía o al menos la convirtió en un ingrediente obligatorio de la novela, mostró que Sancho Panza es un tonto, pero también un sabio, y que don Quijote es ridículo, pero también heroico. Eso es la ironía: la revelación deslumbrante de que la realidad no es unívoca, de que una cosa puede ser una cosa y su opuesto, de que existen las verdades contradictorias, por usar la fórmula de Isaiah Berlin. Y eso es lo que no puede admitir el fanático: para él, las cosas sólo son lo que son y nada más; es decir: son sólo lo que él dice que son. De ahí que odie la ironía, el humor, las bromas (y, por cierto, las novelas, que proponen una visión ambigua, irónica y poliédrica de lo real). Y de ahí que la ironía y el humor suelan ser no sólo un síntoma de decencia individual sino también de salud colectiva. Sin ironía no hay tolerancia. Y sin tolerancia no hay civilización. Ni acaso humanidad: los seres humanos bromean; los animales no.
En una democracia nadie suele salir malparado, a menos que se bromee con islamistas y mafiosos"
Por supuesto, los fanáticos no viven sólo en sociedades totalitarias; el totalitarismo es la institucionalización política del fanatismo, pero no tiene su exclusiva. De hecho, las sociedades democráticas están permanentemente asediadas por bárbaros totalitarios, igual que las personas civilizadas están permanentemente asediadas por intolerantes, o igual que dentro de toda persona civilizada vive siempre un intolerante tratando de tomar el poder. Por eso es normal ponerse un poco nervioso en esos momentos en que, incluso en esta Europa tan democrática y civilizada, los bromistas parecen vivir amenazados. Últimamente, sin ir más lejos. El 3 de noviembre supimos que un cóctel mólotov destruyó la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, que en su último número había osado ironizar sobre el islamismo. Una semana antes -y más cerca- Gregorio Peces-Barba desató un gran escándalo al declarar: "Yo siempre digo en broma qué hubiera pasado si (en el siglo XVII, los españoles) nos quedamos con los portugueses y dejamos a los catalanes. Quizá nos hubiera ido mejor"; la gracia, para qué engañarnos, es bastante desgraciada, pero no sé si justifica el linchamiento del anciano político, y menos por parte de los independentistas catalanes, a quienes (sabiéndolo o sin saberlo Peces-Barba: me temo que sin saberlo) la broma da la razón. Tampoco parece que Pablo Motos tuviera su mejor noche cuando organizó, aquella misma semana, en El hormiguero, la decapitación ficticia del cantante Dani Martín, aunque provoque una razonable estupefacción que un programa televisivo dedicado al humor tenga que pedir disculpas por una humorada. Una razonable estupefacción o una razonable tristeza. Que por lo demás tenemos bien merecida, sobre todo si quienes más obligados estamos a oponernos al triunfo de los eternos ofendidos -los hipersensibles adversarios del humor y la ironía- cedemos cada vez con mayor facilidad a sus enfados. Hace un tiempo la Defensora del Lector de este periódico, comentando el alboroto causado por una broma del cineasta Nacho Vigalondo a costa de los que niegan el Holocausto, fabricó el siguiente titular: "Ninguna broma sobre el Holocausto". ¿Ninguna broma sobre el Holocausto? Pues yo las he leído en novelas de Saul Bellow y Philip Roth, en películas de Woody Allen, incluso en una de Roberto Begnini que es toda ella una broma sobre el Holocausto, y que incluso ganó un Oscar. Es verdad que la película de Begnini no es gran cosa, pero también es verdad que algunos creadores fundamentales de nuestro tiempo han sabido bromear sombríamente sobre aquel horror incalculable sin por ello quitarle un ápice de su horror, más bien añadiéndoselo... En fin: mala señal, ese titular.
Hay otras. Que yo sepa, Charlie Hebdo no ha pedido perdón por su broma; El hormiguero, ya lo he dicho, sí lo hizo, y Peces-Barba y Vigalondo también. No entiendo por qué. No han hecho nada malo, no han hecho daño a nadie, los eternos ofendidos siempre encontrarán motivos para la ofensa y los intolerantes para seguir a lo suyo, que consiste, como dijo Salman Rushdie -a quien la gran broma de Los versos satánicos no le salió precisamente gratis-, en impedir a toda costa la felicidad de los demás. Nadie está obligado a ser el Capitán Trueno, pero quizá no estaría mal no arrugarse a la primera; dudo que haga falta ser un héroe: al fin y al cabo vivimos en una democracia y, a menos que se bromee con islamistas o mafiosos, aquí nadie suele salir muy malparado de estos lances. Como mucho pueden costar una bonita cicatriz de guerra en la cara, pero poco más. Es el precio de la libertad, y es mejor pagarlo, aunque a veces escueza. Así por lo menos uno se queda tranquilo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.