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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Luces de la pobreza

No siempre ha sido la arquitectura la más avanzada entre las bellas artes. Ahora, sin embargo, viene a ser ella, con la escasez, la actividad estético-industrial que mejor crea. Cuenta a su favor con el impulso de hacer casas más baratas, pero también con el estímulo de emplear energías renovables y lograr entornos ser más simpáticos.

Precisamente la construcción, el sector donde más aberraciones se han cometido, es ahora, a modo de redención, dónde toman cuerpo los productos más apegados a la necesidad de ahorrar y a la ambición de mejorar la vida.

A su lado, las obras del artista Anish Kapoor (uno de los tres más cotizados del mundo) y sus rocambolescas "obras de arte", como la torre Orbit en Londres, suman a la obscenidad de su tremendo despilfarro un gusto tan estrambótico que recuerda el reciente pasado que ahora nos cae corrupto y a trozos sobre las cabezas.

La torre-escultura 'Orbit' de Kapoor en Londres suma despilfarro a un gusto estrambótico

La torre-escultura de Kapoor al noroeste de Londres y junto al nuevo estadio olímpico mide 115 metros de alto y por el encargo su autor ha recibido 27 millones de dólares. Puede ser que las autoridades acaben debiéndole algo -como le sucede a Calatrava, que es acreedor de instituciones oficiales por todas partes y en proporción a la vana desproporción de sus esqueletos de ballena-, pero no será sino el efecto financiero apropiado.

Pero... ¿y las otras artes? ¿Inventan algo nuevo? ¿Son criaturas de su tiempo o siguen discurriendo al margen de la hecatombe política, social y cultural que todo lo anega? El cine ha contado dos o tres historias sobre la corrupción financiera y hay series en marcha para denunciar la propagación de la estafa que mata o deja moribundos a millones de seres humanos en todo el mundo.

El sistema capitalista encuentra fáciles detractores y demagogos incluso por todas partes, pero el fracaso del sistema democrático padre de todos los paros, las primas de riesgo, las deudas soberanas y la crisis sin fin, continúa, apenas, sin más denunciantes que los "indignados".

Si la democracia parlamentaria es una completa farsa en los nuevos países que se han incorporado a ella recientemente, en los viejos Estados democráticos, berlusconianos todos, también lo es.

Más justamente, la prolongada vejez de su fachada representativa coincide con la descomposición del cadáver que lleva dentro. Un cadáver embalsamado con las invocaciones a la sanidad y a la educación que vienen a ser como los componentes de un bifármaco que (aparentemente) se inyecta para conjurar su absoluta descomposición.

Tiempo sería pues de que la educación, por ejemplo, evitara convertirse en un zombi futuro gracias a una metamorfosis que convirtiera la enseñanza de un saber para el currículo a un saber para habitar. Saber las asignaturas de ciencias y de letras que antes se llamaban "disciplinas", haciendo entender su inherente tortura, debían sumarse a un amplio curso con asignaturas referidas a la asunción de la prosperidad y de la adversidad, de la honradez y de la equidad, del amor y de la muerte.

Hasta ahora, fueron los años y sus inevitables accidentes quienes se encargaron de tratar estos asuntos pero, ¿quién duda de que cualquier experiencia es más provechosa si se llega a ella más o menos preparados?

Inventar en la escasez fue la obsesión de Ivan Illich en su brillante y paupérrimo centro (el CIDOC) de Cuernavaca por los años sesenta y se demostraba allí cómo se podía habitar, curarse e instruirse con los medios más escasos. El truco consistía, especialmente, en no segmentar nunca el conocimiento por "disciplinas", sino asumir que el ser humano es una compleja entidad y su cultura feliz debe ser, al menos, una ancha miscelánea.

La nueva cultura, no ya la que se refiere a los libros o la música, sino la misma cultura general incluiría también el arte de cualquier construcción y debería procurar economizar la materia como forma de acentuar los entresijos de la mente. Y hacer que de esas fisuras brotaran luces que esclarecieran en tiempos oscuros recursos sin fin que antes, sin atención, se echaban al vertedero.

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