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Un hombre de la cultura, el periodismo y la política
Columna
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Editorialista de la Transición

Desde poco después de su aparición, en 1976, hasta poco antes del referéndum de la OTAN, en marzo de 1986, Javier Pradera fue editorialista de EL PAÍS. Lo fue, por tanto, durante casi todo el periodo de la Transición. Al análisis de ese periodo ha dedicado luego varias monografías, la más conocida de las cuales, La Transición en España, fue publicada en enero de 1989 por la revista UNO. En 1996 coordinó, junto a Santos Juliá y Joaquín Prieto, la serie Memoria de la Transición, publicada por capítulos en este periódico y más tarde como libro en Taurus. Pradera redactó varios capítulos de la serie: sobre la Reforma de Suárez, sobre las primeras manifestaciones de la corrupción, sobre la comparación entre las transiciones del Sur de Europa y las del Este de Europa tras la caída del Muro.

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El trabajo de escritor de editoriales se distingue de otras especialidades periodísticas en que es anónimo, no lleva firma, y en que lo que escribe debe reflejar, no lo que piensa su autor sino lo que piensa el medio, o sea su director, para el que trabaja. Los editoriales de Pradera tuvieron gran influencia en las vicisitudes de la Transición, pero, de acuerdo con un rasgo muy acusado de su carácter, casi siempre actuó más como número dos de alguien que como protagonista (como asesor del príncipe antes que como príncipe). Una actitud que le venía de los años de clandestinidad y que hizo exclamar a su número uno de entonces, Jorge Semprún, que lo fue entre 1955 y 1964: "Qué hubiéramos hecho, me pregunto, de no existir Javier Pradera", según recoge J. Luis Losa en Caza de rojos (Madrid, 2005).

Pocos meses después de dimitir como editorialista volvió a escribir en EL PAÍS, ahora como articulista, y desde 1993 como columnista fijo, y se integró al Consejo Editorial del periódico. En la reunión de ese órgano celebrada el 21 de octubre de 2008, Pradera tuvo una intervención inolvidable para los presentes, unas 20 personas. Eran los días en que, a raíz del auto del juez Garzón sobre el franquismo, y del recurso contra el mismo presentado por el fiscal, estalló una violenta polémica en la prensa española en la que se llegó a comparar la ley de amnistía de 1977 con la de Punto Final de Argentina y se dijo que había habido un pacto de silencio sobre el franquismo y que el sistema político español estaba lastrado por ello de un cierto déficit democrático.

Con tono unamuniano al principio y más calmado luego, Pradera tomó la palabra para decir que otras cosas serán discutibles, pero que la comparación de la ley de Amnistía con lo ocurrido en Argentina era un disparate jurídico e histórico y una ofensa para los antifranquistas que la consideraron en su día, octubre de 1977, un triunfo democrático y una medida necesaria para culminar la reconciliación entre los españoles. Recordó que su padre y su abuelo, carlistas, habían sido asesinados por los milicianos en San Sebastián al comienzo de la guerra, e invocó los discursos de Marcelino Camacho y Xabier Arzalluz en el Congreso al votar la ley (Arzalluz subrayó el sentido reconciliador de una norma votada tanto por personas con muchos años de cárcel y exilio como por otras que habían formado parte de gobiernos causantes de esa cárcel y ese exilio).

Amigo de Pradera desde fines de los setenta, he sido testigo de muchas situaciones que me han hecho sentir una gran admiración hacia él. Pero ninguna me ha producido una emoción tan grande como ese discurso de cinco minutos lleno de dignidad y también de bondad.

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