Luminoso paseo de amor y muerte
Tiene Madrid una especial vinculación afectiva con Pelléas et Mélisande. Con este título se despidió de la ópera Victoria de los Ángeles, "la mejor cantante francesa de todos los tiempos", como afirmaban críticos musicales del país vecino. Fue en el teatro de La Zarzuela en 1980. El recuerdo sigue vivo para los testigos de aquellas memorables representaciones. Eran tiempos en los que la referencia de la obra era la dirigida por Roger Desormière, con Jacques Jansen e Irene Joachim. Su grabación en vivo de 1941 es un tesoro: la ópera nacional francesa en su expresión más genuina. Ahora lo que prima es la integración de voces, orquesta y enfoque plástico y teatral. Los tiempos cambian, pero conviene no perder de vista los estados anteriores de una evolución.
PELLÉAS ET MÉLISANDE
Ópera de Claude Debussy con libreto de Maurice Maeterlinck. Con Yann Beuron, Camilla Tilling y Laurent Naouri. Director musical: Sylvain Cambreling. Director de escena: Robert Wilson. Sinfónica de Madrid, Teatro Real, 31 de octubre.
Las representaciones de estos días en el Real son, desde la perspectiva de obra de arte total, impecables. Sylvain Cambreling lleva esta ópera en la sangre y saca un sonido de la orquesta tan hipnótico como electrizante, tan evocador como sugerente. El reparto vocal es muy equilibrado. Robert Wilson se encuentra a sus anchas en esta estética del estatismo y la interiorización para desplegar su código geométrico, colorista, gestual, luminoso, minimalista y abstracto, que deja fluir la obra en un sentido poético para adentrarse en las profundidades de los personajes en este viaje por el amor y la muerte, con milagro final incluido, como en un particular homenaje a Dreyer y su Ordet.
Se presentó este espectáculo en el Festival de Salzburgo de 1997. Wilson ponía una nota diferencial a tres visiones antológicas anteriores de la obra, todas ellas de la década de los noventa del siglo pasado: la despojada de Peter Stein con espacio escénico de Karl-Ernst Herrmann, de Cardiff y París, con dirección de Boulez; la expresionista y hasta kafkiana de Herbert Wernicke para Bruselas, con Pappano dirigiendo y María Bayo en una de las creaciones más conseguidas de su carrera lírica; la hiperrealista y pegada al mundo de Maeterlinck, con algún guiño a Magritte, de Christoph Marthaler en Fráncfort, con Cambreling en el foso...
A la sombra de estos referentes, Wilson llevó al extremo su poesía de la luz, el gesto, la máscara y las evocaciones orientales para crear un universo mágico. Va mas allá, aunque en la misma línea, que en su diseño para El castillo de Barbazul, la ópera de Bela Bartók. Deja el protagonismo esencial a los personajes y seduce al espectador con una belleza plástica atemporal tan atractiva en su desnudez conceptual como adecuada para comprender o intuir la complejidad de lo que está pasando en escena. Decía Susan Sontag que Pelléas et Mélisande era una de las dos obras más tristes de la historia de la ópera (la otra sería Wozzeck). Wilson no renuncia al retrato de la tristeza, pero deja siempre una puerta abierta a la esperanza. Los cantantes se identifican con la mirada del director y así el espectáculo resulta musical e intelectualmente inquietante y plásticamente deslumbrante.
Babelia
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