Esculturas que esconde la maleza
Cómo una obra de José Luis Sánchez ha acabado oculta tras una enredadera del Gregorio Marañón
La escultura pesa cientos de kilos pero es difícil de encontrar. Las enfermeras no la reconocen en la foto de arriba, tomada en 1987, cuando la colocaron en una ampliación del Hospital Gregorio Marañón del arquitecto Javier Carvajal. A un conductor de ambulancias le suena haberla visto y señala en la dirección correcta: "Consultas externas". Finalmente, escondida tras una enredadera, encarcelada entre dos vallas que no estaban allí originalmente, la obra asoma tras la maleza.
"La escultura se desdeña por esa cosa tan española, tan machadiana, de despreciar lo que se ignora", dice el autor José Luis Sánchez. "Las esculturas son un estorbo, la gente ni las ve, lo cual, por un lado es un reto, y por otro, una fuente de cabreo para el escultor". "Esto me parece un menosprecio", dice con la foto de abajo entre las manos. "Y según creo pusieron la enredadera porque la gente orinaba sobre la escultura", suspira. "La gente llega a odiar las esculturas, en las revoluciones es lo primero que derriba: la estatua del tirano".
El mismo año que Sánchez colocó su particular Homenaje al Dr. Marañón en el hospital, ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando con el discurso En defensa de la escultura: "En los museos suelen ocupar discretos y oscuros rincones, muchas veces sin títulos ni referencias y cuando están colocadas en lugares públicos sufren los desmanes del vandalismo, que suele mutilarlas".
Sánchez tiene esculturas tanto en museos y galerías (expone desde ayer en la Van Dyck de Gijón) como en parques y plazas. Pero gran parte de su obra se encuentra en un lugar intermedio, entre lo público y lo privado, el resguardo y la intemperie: esculturas integradas en edificios. Suyas son las puertas del Conde Duque y los murales de las fachadas de El Corte Inglés. "Hago esculturas con bisagras, esculturas que son revestimientos", explica Sánchez. Esculturas que son un poco arquitectura.
"Siempre fui un arquitecto frustrado, así que me entiendo bien con ellos. Nunca me limité a ponerles un monigote aquí o allá y siempre fui barato: en un edificio la escultura es parte del presupuesto y lo primero que cae si hay que ajustarlo", dice el escultor de 85 años que trabajó con Fisac, Feduchi, Lamela, Fernández del Amo, Molezún y toda la vanguardia de los cincuenta y sesenta.
Con Carvajal repitió varias veces. "Teníamos buena química, aunque era muy mandón", recuerda.
"Para un arquitecto, un escultor es un subalterno, como el fontanero, pero mucho menos importante", ríe. "Pero, ojo, también les gusta codearse con el artista, con la bohemia, porque un arquitecto siempre fue como más señor". Sin embargo, algo ha cambiado: "Arquitectos como Zaha Hadid, Norman Foster o Calatrava no hacen edificios, sino esculturas para vivir dentro".
Para crear, Sánchez emula el proceso de los arquitectos: dibuja y hace maquetas a escala. En el taller de su casa hay cientos de ellas. Tan perfectas que incluso reproducen las arquitecturas en las que se ubican para comprobar cómo quedan en contexto o cómo les da la luz.
Sánchez fue un niño de la guerra y no se hizo arquitecto porque había que opositar y era caro. Así que estudió Derecho y se colocó "como esclavo" en un banco.
En su tiempo libre quedaba a dibujar con sus amigos opositores a arquitectos, tanto, que se ganó una beca de artista y dejó el banco para viajar a Roma, París, Milán... "Fue como estudiar cinco carreras de Bellas Artes", dice el escultor que conoció a Gio Ponti y contactó con la Bauhaus, cuando "en España no existía la escultura... Solo existían los monumentos".
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