Durante la batalla
Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda. Rendirse es parecido, nace y crece la ponzoña de la derrota durante un mal día, con la claridad de un mal día, forzado por la cosa más tonta, la misma que antes, en mejores condiciones, no nos hubiera hecho daño y que sin más consigue aniquilarnos si es que coincide por fin ese último golpe con el límite de nuestras fuerzas. De pronto, en lo que no habíamos ni reparado nos destruye, como las trampas de un cazador que nos supera en habilidad y a las que no prestábamos atención mientras nos distraíamos con el señuelo. A qué negar, en cambio, que mientras pudimos también cazamos así, utilizando trampas, señuelos y grotescos pero muy efectivos camuflajes.
"La guerra para los padres no es la de los hombres que pelean, es una guera distinta"
Si uno mira con cuidado el jardín de esta casa, sabrá enseguida que vivió tiempos mejores, que la alberca vacía no desentona con el zumbido de los aviones que cada noche castigan no ya esta propiedad, sino todas nuestras cosas. Cuando ella se acuesta intento tranquilizarla, pero lo cierto es que sé que algo se derrumba y que no seremos capaces de poner nada nuevo en su lugar. Cada bomba en esta guerra hace un agujero que no vamos a ser capaces de rellenar, lo sé yo y lo sabe ella, pero jugamos y hacemos el tonto a la hora de dormir, buscando una tranquilidad que ya no encontramos, un tiempo como el de antes. Algunas noches con tal de soñar mejor hasta recordamos.
Ayer llegó una carta de Víctor, nuestro hijo, nuestro soldado, que nos cuenta que hace un mes estaba aún vivo, pero que no confirma que hoy no esté muerto. La alegría que sentimos al leerla hace un poco más grande nuestro miedo. La guerra para los padres no es la guerra de los hombres que pelean, es una guerra distinta. Aguardar es nuestra única tarea. Mientras tanto el jardín se desespera y se va muriendo, agotado. Ella y yo, por otro lado, nos levantamos cada día bien dispuestos.
Nuestro amor, enfrentado a esta guerra, se va haciendo fuerte.
No es fácil de precisar ahora cuánto nos habíamos querido antes, claro está que en nuestra boda los besos fueron sinceros, pero era una sinceridad pegada al cuerpo de lo que éramos entonces, y es evidente que el tiempo nos ha convertido en otra cosa. Esta misma mañana he caminado por la propiedad para certificar una vez más que esta propiedad apenas se parece ya a nuestra casa.
La guerra no cambia nada por sí misma, sólo nos recuerda, con su ruido, que todo cambia.
Y a pesar de la guerra, o gracias a la guerra, seguimos adelante. Buenos días, buenas noches, una jornada tras otra, como si nada, un beso tras otro, contra lo sensato. El agua hierve, la tetera heredada con su funda de punto, las últimas bolsitas de té... lo poco que nos queda hierve y se protege y continúa. Algo se muere y vive entre nosotros, algo que no tiene nombre y que decidimos, con muy buen criterio, ignorar. La pasión ignora la mala suerte, o muere. Hemos tomado decisiones, no estar solos es una de ellas. Querer es renunciar a cualquier demonio que nos diga que no querer es posible.
Puedo hablar de sus manos porque las conozco, porque están cerca. De lo que se aleja demasiado ya no se puede decir nada.
Contra el demonio, afortunadamente, se multiplica lo cercano.
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