Lo que no nos queda
Estábamos comiendo ayer Jean-Claude Carrière, Javier Espada, del centro Buñuel de Calanda, y otras gentes buenas en un restaurante, que es donde muchas veces en la vida ocurren las cosas mejores. Esta vez no iba a ser así. Hablábamos de Zaragoza, de la Virgen del Pilar y de pronto, inesperadamente, como ronda siempre la muerte, una amiga me avisó: ha muerto Félix Romeo. Félix era de mi generación, y en cada generación tiene que haber una persona que tienda el puente con las generaciones anteriores. Félix era esa persona. No es fácil ser un puente. Un puente tiene que saber de muchas cosas. De las que importan en una orilla y de las que importan en la otra.
Por ejemplo, cuando le conocí en los ochenta en Zaragoza en la presentación de una novela de José María Conget, se empeñó en llevarnos de paseo a conocer la primera escalera mecánica que se instaló en Zaragoza, por supuesto en tiempos remotos, mucho antes de que él y yo o nuestros padres hubiéramos nacido.
Cada generación tiene que tener quien sirva de puente con las anteriores. Félix era esa persona
Pero cuando uno es verdaderamente moderno también debe de tener un interés igual por las otras modernidades que le precedieron. Entre las muchas cosas que sepultó el franquismo en las fosas de las cunetas están la cultura y la ciencia. Bien consciente de ello, enlazar a los pequeños modernos de su generación con los desconocidos aunque gigantescos modernos de los años veinte y treinta era muy necesario para Félix, que conocía tan bien la Residencia de Estudiantes. Por eso y por tantas charlas en restaurantes variopintos de Zaragoza, Málaga, Tudela, Pozoblanco y Madrid le estoy agradecida, como ministra y como simple artesana de las palabras. Cuando hacía una película me importaba mucho que la viera, cuando escribía una novela corría a enviársela, cuando entré en la Academia de Cine le propuse colaborar, cuando fui nombrada ministra una de las primeras felicitaciones fue la suya. Siempre amable, siempre brillante, siempre curioso, siempre original, siempre dulce, siempre usando ese humor aragonés que tanto nos gusta a los que nos gusta, la opinión de Félix sobre las cosas era importante, como era importante su mirada que todo lo abarcaba, su entusiasmo, su disfrute de la cultura y el amor por ella que derramaba y contagiaba. Félix queda, aunque no del modo que quienes lo admirábamos hubiésemos preferido. Queda porque, como recuerda Carrière que le gustaba decir a José Bergamín citando a Calderón de la Barca, lo que nos queda es lo que no nos queda.
Ángeles González-Sinde es ministra de Cultura.
Babelia
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