Fin a 624 años de toros
José Tomás cierra hoy la plaza donde protagonizó sus faenas más artísticas
Hace año y medio Abel recibió un paquete de Correos. Había llegado hasta Olot, en el corazón de Cataluña. En su interior, un capote. El chaval, de vocación tardía, empezó a lancear en la intimidad de su dormitorio. Hace una semana salió a hombros de la Monumental en una novillada de jóvenes promesas. "Cuando Abel torea", explica su apoderado con apellidos catalanes que llegan a Wilfredo el Pilós, "la gente se calla; como con José Tomás. Tiene algo distinto".
Abel Robles, ahora con 21 años de edad, viaja de Francia a Jaén en busca de oportunidades, que va aprovechando. Es la gran esperanza catalana después de Serafín Marín, el último torero catalán de renombre. La culpa de la pasión que corroe a Robles, natural de un pueblo sin festejos taurinos, la tiene el abuelo; no hay mejor inoculador.
La cabeza del último astado, disecada, será para Serafín Marín
Tenía 6 añicos cuando Jordi acudió por primera vez a la Monumental, por supuesto, de la mano de su abuelo. El barcelonés Jordi Soler frisa los 60 y hoy acudirá por última vez al desolladero de la plaza. Su profesión es la taxidermia, su especialización la tauromaquia. Viéndolas venir, hace unos años trasladó el taller a Générac, al sur de Francia. Hoy va a tener mucho trabajo, la última cabeza del toro que se lidiará ya está encargada. No irá al basurero. Soler la disecará para Serafín Marín en un trabajo con esmero que dura casi un año y, como él dice, le dará al toro una segunda vida, recordando ese instante único de la historia. Más que por la pérdida de negocio, que sigue a buen ritmo en otras plazas, Soler lamenta perder su memoria histórica, algo que le transmitió su abuelo y que él no podrá pasar el testigo aquí.
También de muy lejos, desde Banyoles, primero en autobús hasta Girona, luego en tren hasta Barcelona, el abuelo Miguel arrastraba a su nieto Salvador Boix, a la Monumental. Cincuenta años después, por esos destinos de la historia, el músico Boix va a estar en el mismo albero, podrá acoger un puñado de arena y llevársela a la tumba del abuelo. Desde su reaparición en 2007, Boix apodera a José Tomás, y desde entonces este torero ceniciento se ilumina en Barcelona como en ninguna otra plaza. Si a Curro Romero había que verle en Sevilla, a Diego Puerta en Pamplona, y para Madrid, Antoñete, no hay lugar como Barcelona para sufrir, disfrutar, llorar con José Tomás.
Aquí reapareció, aquí fue la faena del indulto a Idílico en 2008, aquí se encerró con seis toros, donando su caché a favor de a la asociación, y aquí llega hoy, motivo más que suficiente para pagar miles de euros por un momento histórico único. Llega acompañado de Juan Mora, que también da sus alegrías, y de Serafín Marín, el último de una treintena de matadores catalanes, y al que precisamente le tocará cerrar la Monumental. Fin a ocho siglos de corridas en la ciudad.
El Archivo General de la Corona de Aragón señala 1387, bajo el reinado de Joan I, como el primer año de espectáculos de toros en Cataluña y, concretamente en Barcelona. Acaban pues 624 años de festejos taurinos, aunque la historia de la tauromaquia continuará. "Nos iremos a Valencia, a Zaragoza, a Francia", se consuela Luis Alcántara, director de la Escuela Taurina de Cataluña. Alcántara se gasta cada año 2.000 euros en el abono de la Monumental. "Con ese dinero podré elegir lo mejor de cada sitio". Sus 11 alumnos, que martes y jueves aprenden en un descampado de L'Hospitalet, en condiciones precarias, ya están acostumbrados a emigrar. "La pena para un torero de la tierra es no actuar en la Monumental, pero prácticas no les faltan". Como antaño los toreros franceses emigraban a España, hoy es al revés: estos 11 chavales se desplazan con frecuencia al sur de Francia. Sus plazas se llaman Arlés, Saint Sever, Hortez, Mugron, Dax, Soustons, Riscle, Castelnauriviere basse, Maubourguet...La familia catalana Balañà también se ha quedado sin plazas. Hace medio siglo gestionaba la mitad de las españolas. Hoy solo les queda la propiedad de la Monumental y ni esta gestiona, pues hace outsourcing con una empresa salmantina; pero paradojas de la historia, gracias a la prohibición, Balañà va a lograr el mayor negocio taurino del siglo, bien sea con una fuerte indemnización, bien con una ventajosa permuta o recalificación de otras propiedades suyas. Y de esa estirpe creada por Pedro Balañà Espinós a principios del XIX parece que sólo a la nieta María José el negocio no le paliará la tristeza del cierre.
Sea un idioma sea una afición como la tauromaquia, poco podrán las leyes o la autoridad competente de moda mientras existan abuelos como los de Abel, Jordi o Salvador. Las pasiones no se prohíben, simplemente se pierden.
Babelia
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